sábado, 28 de septiembre de 2019

Fenomenología del vigésimo séptimo amanecer.

El debate político entre los partidos en liza se va arrinconando a la zona ideológica en la que se da por supuesto qué pretenden hacer si llegan al poder, y para llegar al poder debaten (se arrojan a la cara) por quiénes entrarán en las listas electorales (y algunos de ellos andan a la caza de candidatos), empujando a la vez con frases premeditadas, construidas en no se sabe dónde, a los supuestos adversarios. Pero brillan por su ausencia no ya los programas electorales, sino solo unas cuantas referencias a lo que pretenden llevar a cabo; esta ausencia la cubren unos con el manto de la progresía, otros con la bandera en defensa de España sin que sea la oficial necesariamente, y algunos se atreven a hacer política (electoral) sosteniendo en el aire al cabeza del partido como garantía de buen, y diferente de todos los demás, hacer, de honradez y de respeto a las opciones primas hermanas,  negando a las otras opciones el pan y el agua.

Pretenden, es lo que parece, pescar votos en sus caladeros y también en los caladeros de los adversarios con las artes de pesca del primer párrafo. Pocas alforjas para, pretenden, gobernar este país, España, y asentarse en las lides internacionales.

En este marco iré, con todo,  a votar el 10 de noviembre,  porque la abstención, siempre minoritaria aunque sea numerosa, me parece peor opción que votar. ¿A qué lista votar? Esta es la cuestión que llevo entre manos, jugando con ella como con una pelotita, buscando  mis argumentos menos endebles para elegir al final entre la costumbre y la atrayente opción de saltar a alguna de las listas nuevas  (eso es lo que pretenden que nos creamos).

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