viernes, 21 de agosto de 2015

Fenomenología del décimo tercer sueño.

13.Fenomenología del decimotercer sueño.
1. Encuadre y encaje.
Todos los recuerdos de la “vida conventual”. ¿También las lecturas sobre  la vida conventual (“La religiosa”, de Diderot, "La Mandrágora" de Maquiavelo)?
●  Los sueños “resetean” la información guardada en el cerebro, la ajustan a nuestros sentimientos y a nuestra propia imagen, a nuestra autoconciencia personal.
2. Fenomenología del decimotercer sueño.
Cualquier capilla conventual. No recuerdo, ahora, ya despierto, la que apareció en mi sueño de todas las que conozco, y conozco unas pocas; pero puedo apostar, por el olor a rancio, por la de la casa de los PP.JJ. de Aranjuez; antes palacio del marido morganático de Isabel II de Castilla, reina de Navarra (hasta 1841, fecha en la que Navarra pasa a ser un provincia foral) y señora del País Vasco, y en la actualidad residencia de ancianos de la Comunidad “Autónoma” de Madrid. También, creo recordar, fue sede del estado mayor de un cuerpo de ejército del bando nacional republicano, titular legítimo del poder político; contaban que la mancha negra en las baldosas del suelo en el centro del comedor era el resultado de la fogata que encendían para no pasar frío los soldados nacional-republicanos. ¿Cuánto había sufrido este edificio: amores distantes, renuncias al amor, dolores de guerra, todos, al final, esperando la muerte; en unos casos, la  salvación y en otros, la vuelta a la nada.
Cualquier capilla conventual, llena de frailes, hermanos o como se les quiera llamar. Todos con cara de sueño por el madrugón, y el adormilamiento que endosa una hora de meditación (oración se le llamaba también) a esas horas de la madrugada, y en ayunas, porque con el estómago vacío se “medita” mucho mejor y más lentamente, para que la meditación contenga un parte del arrobamiento al que, según dice, eleva el ánimo y el cuerpo, casi hasta la levitación. Todo esto lo he soñado esta noche pasada; lo he visto, y lo recuerdo, y lo he soñado. El sueño ha encontrado todas las fichas que guardaba mi cerebro en no sé qué archivo no borrado.
Cualquier capilla conventual, llena de frailes, con olores entremezclados. Creo haber olido en el sueño de esta noche pasada a la cera derretida de los cirios del altar, a ropa con olor humano por la muda semanal, a sudores distintos en cada persona por la ducha semanal; sobre todo, he olido a macho, sí, aunque parezca extraño en una capilla conventual. Bueno, lo de extraño es algo traducido por mi cerebro, porque ya despierto debo reconocer que era así. Incluso en sueños, el cerebro no puede escaparse de la inculturación religiosa.
Cualquier capilla conventual, llena de frailes, con olores entremezclados, arrodillados sobre el tablón de madera, con denominación más ortodoxa, reclinatorio; es decir, con las rodillas en la dura madera, y la rótula bailando de un lado a otro. Tanto bailaban algunas rótulas que padecían derrames sinoviales, signo indiscutible de sacrificio, devoción, y uno de los primeros escalones hacia la santidad. (Santidad es la calidad de santo que se le atribuye a alguien; los diccionarios nos dicen que “santo” viene del participio de sancire, que significa consagrar, sancionar; una curiosidad del Corominas-Pascual: como sustantivo significa también “formación madrepórica en forma de columna que se halla en los cebadales y bajíos de los placeres”; ahí quería yo llegar, porque “placer” es un banco o bajío en el fondo del mar, llano y de bastante extensión, es, también, un arenal que contiene partículas de oro, y además, una pesquería de perlas en las costas de América).
Cualquier capilla conventual, llena de frailes, con olores entremezclados, arrodillados sobre el tablón de madera, con denominación más ortodoxa, reclinatorio. La mayoría, según mi sueño, con las manos sujetando la cara y los codos apoyados en el respaldo del banco delantero; era una señal de concentración y devoción, de reconocimiento de la transustanciación del pan y del vino a la que hacía un ratillo habían asistido todos los presentes, hecho al que se calificaba como mysterium fidei. Durante toda la ceremonia para iniciados solo he podido oír las palabras del celebrante, las toses y el rumor de las sotanas al ponerse de pie o arrodillarse. En ese momento de silencio absoluto, casi al final de la misa, levanto la cara y asisto a la transfiguración de la imagen de la inmaculada: está moviendo las caderas al ritmo de una fuga de Bach que  está interpretando el armonio, a pleno pulmón y poniendo en juego todos sus registros; parece que la capilla se ha transfigurado en  música. La fuga y el rítmico movimiento de las caderas de la imagen transfigurada, actuando a modo de un borrador de pizarra, consiguen difuminar a todas las personas presentes; me vuelvo hacia el coro, y veo con claridad la cabeza del intérprete y sus manos que, alternativamente y al mismo ritmo que las caderas de la imagen transfigurada, parecen saltar por encima del instrumento musical. Es un momento único del sueño; no puedo ahora, despierto, decidir si me interesó más la imagen en movimiento o la fuga de Bach; seguramente la simbiosis de ambos en una capilla vacía de humanidad, con las velas apagadas, a la vez que empezaban a desaparecer las paredes y ventanas. Como si fuera un escenario preparado, tres focos hacían brillar al organista, a la imagen ya enteramente transfigurada en una mujer con la misma cara que la imagen, y que ya no recuerdo, y a mí. Es un acto mistérico, místico; no, solo soñado, pero inmensamente disfrutado, con ardor, con agitación y respiración entrecortada, con energía, con convulsiones y con contracciones. En una capilla conventual, llena de frailes que han decidido trabajar y rezar para llevar al cielo del dios trino y la diosa virgen a toda la humanidad, renunciando para ello al bello e inconmensurable momento que acabo de vivir, declarándose pobres (de dinero, que no de poder), y aceptando como humana y buena la obediencia estéril.
Cualquier capilla conventual, que ha dejado de existir. Oigo los últimos acordes de la fuga, veo los últimos y lentos movimientos de la imagen transfigurada, no quiero que se acabe: mis rodillas están en el aire; ¿estoy levitando? Las dos manos del organista caen con todo su peso y fuerza sobre el teclado del armonio, es el último acorde, que se alarga en el tiempo más de lo previsto en la partitura. A la vez, la imagen vuelve a su estado imaginario, quieta, rígida, sin expresión. Se apagan los focos; reaparece la capilla; compruebo que están todos los frailes; el celebrante ordena: ite, missa est (ignoro por qué la traducción castellana es, creo recordar, “podéis ir en paz”, cuando en latín es una orden; algo así como “id a la calle, que esto se ha acabado”. Este imperativo me devuelve a la realidad y todo mi cuerpo está en paz y relajado.
Cualquier capilla conventual.
3. Interpretación del sueño.
La ética civil no renuncia a nada, no tiene misterios, no tiene capillas, no tiene conventos, no tiene ritos iniciáticos, no promete premios futuros, pero bendice la honradez, arropa el disfrute de los placeres, lucha (no se dedica) por la igualdad, por la libertad, persigue a los que no aceptan la presencia del otro como fundamento vital y justificante de las normas éticas.
La ética civil postula todo lo contrario de lo que subyace en la misa conventual soñada. Dejan de existir los misterios (ceremonias religiosas para iniciados) de la fe, y se abre el mundo de la razón, de la ilustración, en cuyo camino seguimos -(“Sapere aude”, de Horacio)-. La ética civil no impone ni las creencias ni las descreencias religiosas, pero solicita a todos vivir conforme al principio ético más antiguo (encontrado, según creo recordar haber leído, tallado en una piedra en territorio chino, de alrededor del siglo VIII BEC): trata a los “otros” iguales a ti de la misma forma que esperas que te traten a ti. El otro, yo mismo, es la razón de ser de la ética.
Madrid, 21 de agosto de 2015.





sábado, 15 de agosto de 2015

Los doce primeros sueños.


1. Fenomenología del primer  sueño.

I. Encuadre y encaje.

• (...) Si todavía, de vez en cuando, le visitaban en el catre sueños eróticos, la caricias de Verónika, y se despertaba en el apogeo de una tensión y una eyaculación mágicas, es que aún estaba vivo.(...)

(AKSIÓNOV, Vasili, Una saga moscovita, La Otra Orilla, Barcelona, 2011, 2ª edición, pág. 432. Narra la supervivencia de un Jefe militar soviético condenado en el Gulag).
• Cándido escuchaba atentamente, y creía inocentemente; porque la señorita Cunegunda le parecía extremadamente bella, aunque jamás tuvo la osadía de decírselo. Llegaba a la conclusión de que, después de la dicha de haber nacido barón de Thunder-ten-tronckh, el segundo grado de felicidad era ser la señorita Cunegunda; el tercero, verla todos los días; y el cuarto, oír a maese Pangloss, el mayor filósofo de la provincia, y por consiguiente de toda la tierra.

Cierto día paseándose Cunegunda por las cercanías del castillo, en el bosquecillo que llamaban "parque", vio entre unos matorrales al doctor Pangloss dando una lección física experimental a la doncella de su madre, una morenita muy hermosa y muy dócil. Como la señorita Cunegunda tenía muchas disposiciones para las ciencias, observó, sin pestañear, los reiterados experimentos de que fue testigo; vio con toda claridad la razón suficiente del doctor, los efectos y las causas, con lo que regresó muy agitad, pensativa y llena del ansia de ser sabia, convenciéndose de que bien podría ser ella la razón suficiente del joven Cándido, que también podía ser la suya.

Encontró a Cándido al volver al castillo, y se ruborizó; Cándido se ruborizó también; ella lo saludó con voz entrecortada, y Cándido le dirigió la palabra sin saber lo que decía. Al día siguiente, después de comer, cuando se levantó la mesa, Cunegunda y Cándido se encontraron detrás de un biombo; Cunegunda dejó caer su pañuelo, Cándido lo recogió, ella le tomó  inocentemente la mano, inocentemente besó el joven la mano la mano de la joven damisela con una  viveza, una sensibilidad y una gracia muy particulares; sus bocas se encontraron, sus ojos se encendieron, temblaron sus rodillas, se extraviaron sus manos. El señor barón de Thunder-ten-tronckh pasó junto al biombo y, viendo aquella causa y aquel efecto, echó a Cándido del castillo a puntapiés en el trasero; Cunegunda se desmayó; fue abofeteada por la señora baronesa cuando volvió en sí, y todo fue consternación en el más hermoso y más agradable de los castillos posibles.

(VOLTAIRE. Cándido, o el optimismo, en Novelas y cuentos completos en prosa y verso, Ediciones Siruela, Madrid, 2006, págs. 207 y 208)


II. El sueño.
Los pies muy calientes; la sensación de calor en los pies, que contrastaba con el frío de la noche, le subió a un estado de semivigilia. Abrió los ojos; el sol de la mañana calentaba sus pies, arrebujados con la sábana y las mantas. La sensación de placer le empujó a remover sus pies a lo ancho de la cama, y estos movimientos le ayudaron a girar su cuerpo sobre el brazo derecho para observar la ventana por la que se colaba el sol. Este movimiento de rotación sobre el eje de su cuerpo le supuso bastante esfuerzo, ya que su cuerpo, además de estar dolorido por los años, permanecía anquilosado tras las horas pasadas en la cama estático.
El roce de su miembro enhiesto con la sábana y el peso de las mantas le despertaron de su duermevela placentero. Sus ojos reconstruyeron en el acto el sueño que había vivido, y que recordaba todavía vivo y reciente. ¿Era un sueño o lo había vivido en realidad? Hacía muchos años que su vida placentera y sosegada había abandonado los placeres sexuales, pero esta noche había soñado, ¿vivido?, algo que hacía muchos años tuvo al alcance de su mano.
Recordó, volvió a ver con sus ojos, la curva en la espalda de Cunegunda, tan joven como siempre que la recordaba, pero hacía muchos años que era solo un recuerdo. Esta noche no fue un recuerdo; la vio de nuevo, y se desató en él un deseo indómito, nada que ver con avejentados recuerdos; sino  simple sed de pasar a la acción, arrancarle toda la ropa. Levantarle las piernas, abrirle los pétalos, penetrarla, entregarse al vaivén, eyacular. Un sueño, sí, solo un sueño; la flaccidez de su miembro se lo confirmó. Cerró los ojos intentando conciliar el sueño para reencontrar en su cerebro el sueño que, una vez despierto, había perdido todo sentido de realidad.
No había sido un recuerdo el roce de su miembro tieso y duro con su embozo; esto era real, luego el sueño con el cuerpo de Cunegunda le había devuelto, por una vez, a la vida. Si en sueños recuperó sus vivencias sexuales, es que todavía podía vivirlas en la realidad. Esta ilusión, esta esperanza, le impedía dormirse tras la recuperación del sueño sexual que recordaba.
El sol alcanzaba ya hasta su cintura. El calor del sol y el deseo, al fin, le sumieron de nuevo en un ligero duermevela placentero. Con los ojos, medio abiertos, fijos en los rayos del sol, se percató de que su miembro recobraba la vida, a la vez que su cerebro recreó una parte de su sueño, una parte del placer que recordaba ahora por primera vez desde que se despertara. La luz que su cerebro iluminó de su sueño fue el mejor momento del mismo; olvidados los deseos previos, olvidadas las acciones para desnudar a Cunegunda, olvidados los vaivenes y la eyaculación, vio en un primer plano el momento en el que con deleite y lentitud introdujo, en sueños solo, su miembro en la vagina de Cunegunda. Ahora su cerebro reproducía el momento; lentamente, sin esfuerzo. El sol encendía ya su rostro. El recuerdo de la penetración soñada se le grabó en la memoria, con todos sus detalles de placer, para el resto de su vida.

III. Despertar.
Cuando, con mucho esfuerzo, consiguió sentarse en el borde derecho de la cama y dejar caer las piernas sin tocar en el suelo, las balanceó y apoyó sus manos en la cama,  que todavía caliente le informaba de que sus manos estaban ya frías. Hacía frío en la habitación y el sol  no  calentaba como cuando estaba bajo el embozo, aunque sus ojos seguían fijos en el resplandor que entraba por la ventana. Otro día por delante.
Cuando ayer al atardecer, sentado con unos vecinos bajo unos naranjos y al suave calor del resol, contó el sueño que esa noche le devolvió por un instante a la vida del placer sexual, con caras incrédulas le retaron a narrarlo por escrito. Se levantó de la cama y se abrigó con un balandrán muy ajado mientras se dirigía al escritorio dispuesto a atender al reto que no se había atrevido a aceptar; ahora, sin compromisos ni testigos, quería escribir el sueño para que no quedara en el olvido de su memoria. Para poderlo leer y releer, y así perseguir un placer que solo fue un sueño.
Ensimismado en sus recuerdos y en sus lentos movimientos, no se percató de que una mano le había dejado una taza de café humeante en la mesa; giró la cabeza y se encontró con la curva de la espalda de María, mujer que dirigía su casa y su vida. Ese culo era el de su sueño, y no el de Cunegunda, y llamó a María, quien girando sobre si misma se dirigió hacia el escritorio, se acercó hasta rozarle, y él paso sus manos, apretando, por sus nalgas; era el diario gesto  más material de su desayuno. Satisfecha la costumbre diaria de su señor, María abandonó la habitación.
Había confundido en sueños a María con Cunegunda porque había releído una vez más el cuento de Voltaire. Como le recordó un tertuliano, al que no veía la cara por estar contra la luz del resol, el cuento concluye con la frase repetida dos veces: “Sé también, dijo Cándido, que hemos de cultivar nuestro huerto”, y unas líneas más abajo, la última frase del cuento: “Eso está muy bien dicho, respondió Cándido, pero tenemos que cultivar nuestro huerto”.
Pero a él le interesaba María, a la que podía tocarle el culo de vez en cuando, le interesaba su sueño, porque le había alargado la vida unos cuantos años en los que poder rememorarlo siempre que quisiera sentirse vivo, le interesaba seguir viviendo, porque releyendo su sueño podía, tal vez, volver a soñarlo. María, su sueño y volver a soñarlo; esta era su huerto.
María entró sin llamar y muy alterada, y dejó en el escritorio un diario con la noticia de la abdicación del rey.
24.05.2014



2 y 3. Fenomenología del segundo y tercer sueño.

I. Encuadre y encaje.

 Francisco, obispo de Roma, y por ello Papa de la ICAR, ha cerrado tres mil cuentas en la banca vaticana.

Varios consejeros de educación de las comunidades autónomas de España, se han enfrentado al tertuliano ascendido a ministro de educación a propósito de la aplicación de la LOMCE.

II. Sueños.

II.1

Hubo un papa que tuvo que renunciar a los Estados Pontificios para mantener el poder; hubo un papa que renunció a la silla gestatoria; hubo un papa que renunció a la tiara imperial; hubo un papa que, en plena regresión, resucitó a los capisayos imperiales; hay un papa que ha renunciado al palacio y ha cerrado tres mil cuentas de la banca vaticana.

Habrá otros papas que renunciarán al papado y solo serán obispos de Roma, como mucho. Vendrán otros papas, ya solo obispos, que renunciarán a ese principado, y se incardinarán en las arenas movedizas de la realidad social para poder ser, de nuevo, pacíficos, en vez de belicosos, tolerantes, en vez de creerse en posesión de la Verdad, fraternales, en vez de jerárquicos, e iguales a los demás, a todos los demás.

Robespierre era creyente. Su pensamiento político se acercó bastante al sueño que he resumido, porque es imposible recordar todos los detalles de un sueño, y más difícil aún pensarlos como se soñaron: vivos y reales. Los sueños, sueños son, y como opinaba Unamuno, creo recordar, el dormir es una forma de morir que solo queda unido a la vida a través de los sueños. Soñar, mientras se duerme, es una manera de vivir. A veces, no sé cuántas, los sueños acaban siendo vida sin dormitar.

Robespierre soñó y creyó en la democracia, e intentó hacerla real. Una forma política, no una religión, que no pretende oprimir a nadie, que no pretende suprimir a nadie, que  pretende la paz, la tolerancia, la fraternidad y la igualdad. ¿Sigue siendo un sueño unos doscientos veinticinco años después?

II.2

El enfrentamiento de algunos consejeros de educación de las comunidades autónomas con el ministro Wert a propósito de los cambios en los libros de texto, asunto que afecta, sobre todo, al negocio editorial, es el primer paso, ¡ojala!, hacia la desintegración del “sistema escolar”, que no educativo. La educación, por suerte, no depende solo del sistema escolar, ni solo de los padres, ni solo de los amigos, ni solo de los medios de comunicación, ni solo de las modas (incluidas las pedagógicas), ni solo de no sé cuántas cosas más que vienen a componer el sistema educativo, si es que queremos seguir dentro de la teoría de sistemas, y que el final no es distinto del sistema social. Por eso nunca el sistema escolar ha cambiado a la sociedad; siempre ha sido la sociedad que, cambiando ella, ha modificado la educación. La prueba está en nuestra sociedad, que, “economizada”, pretende enseñar economía a los infantes y a los adolescentes a fin de que acepten sin rechistar las imposiciones de quienes detentan el capital a través de los informes PISA, financiados y amparados por una organización mundial que tiene como fin el crecimiento económico al menor coste posible.

¿Para qué se fundó la ONU de la escolaridad y de la educación: UNESCO? ¿Por qué no en cargar  a la UNESCO la regulación de los mercados financieros? Mejor aún: encargar a la UNESCO la auditoría del mundo financiero, poniendo notas y montando un ranking por países. Supongo que los resultados serían tan divertidos como los de los informes PISA.

Podemos seguir soñando. Llegará un día en el que la escolaridad y la educación no tendrán más leyes que los derechos, y correlativos deberes, humanos. Llegará un día en el que las mediciones, persiguiendo indicadores de las mismas, se desintegrarán por ser pura farfolla, y la educación volverá a las manos de la sociedad; una sociedad pacífica, tolerante, respetuosa de los derechos de los niños,  de las personas con  discapacidad, de las mujeres, de los hombres, de los pobres, de los incultos; una sociedad fraternal, y por ello igualitaria.

III. Interpretación de los sueños.

Soñar es una manera de comenzar algo nuevo. Soñar es traer a la vida algo nuevo o distinto. Los dos sueños que he contado nacieron en la misma noche; o eso creo recordar. Por lo menos sé que los trascribí una mañana, al despertarme, en la terraza de Xàvia, desnudo y refrescado por la brisa marina de la mañana. He copiado lo que escribí un día del mes de julio pasado en las páginas en blanco que suele haber en los principios de los libros; en esta ocasión el libro es: Sonámbulos. Cómo Europa fue a la guerra en 1914, de Christopher Clark. Es posible que la lectura inacabada de este libro inspirara ambos sueños. Por lo menos, cuando desperté estaba convencido de haberlos soñados esa misma noche.

12.08.2014



4. Fenomenología del cuarto sueño.

I.Encuadre y encaje.
En agosto del año 2014 (BCE). Iglesia del Monasterio de los Jerónimos (Belén. Lisboa. Portugal). Llena de turistas paseantes, porque la entrada es gratis, al lado una cola inmensa para comprar entrada para visitar el monasterio;  en las bancadas de la iglesia unas bandas de separación reservan unos cuantos bancos para los fieles que van a la Iglesia a rezar: están vacíos.
II.El sueño número cuatro.
Una vez concluido el paseo por la Iglesia, manuelina y varios estilos más, todos juntos, me quedo debajo del púlpito, labrado en piedra, y situado en la esquina izquierda del presbiterio, no hacia la mitad de la nave, como sueles ser.
Cierro los ojos. Veo una niebla muy densa, tanto que no distingo ningún objeto, ninguna persona, nada; solo humo, o niebla. Ante esta visión, todo mi cuerpo se tensa ante la ignota visión, cuando sé que la iglesia que acabo de visitar está llena de gente. No se oye nada; ni las pisadas; ni los comentarios de los guías turísticos. Nada; silencio y humo, o niebla. Soy consciente de todo ello, pero no quiero abrir los ojos porque siento que la niebla me va envolviendo; no es niebla,  lo percibo, es humo; el que se produce al quemar la mirra. Huelo a iglesia por primera vez.
Poco a poco el humo de la mirra quemada se expande y deja resquicios por los que ver algo. Empiezo a distinguir personas, hombre, no, niños, con ropajes largos y rojos, y llevan también una camisola blanca, muy bordada; veo solo a tres o cuatro. A medida que se van abriendo claros en el humo de la mirra quemada, me asombra que no son cuatro, son muchos; recuento por encima –número de filas, número de personas por fila, todo a ojo de buen cubero- y abro los ojos; son más de mil. La escena se ha ido acercando a donde yo me encuentro, o yo he sido trasportado hacia la escena, no sé distinguirlo.  A medida que me acerco, o se acercan, les oigo cantar. Es un coro –schola cantorum- de adolescentes. No soy capaz de recordar qué pieza del gregoriano están cantando. Este coro está situado a la izquierda de mi visión. Giro la cabeza hacia mi derecha, y mi vista choca con una masa ingente –ya no cuento su número- de turiferarios con sus incensarios, en los que se está quemando la mirra.
En un lento travelling me voy acercando, o se me están acercando. Quedan a mi izquierda los cantores y a mi derecha los turiferarios; se van quedando atrás poco a poco. Me percato de que no estoy andando; sigo debajo del púlpito de la iglesia del monasterio de los Jerónimos. Tampoco es una visión; es un sueño. Sigue el travelling que mis ojos persiguen, y veo unos escalones de mármol negro. Levanto la vista y no veo las nervaduras del techo de la iglesia de los Jerónimos; veo al baldaquino de Bernini; lo veo entero, a pesar de que casi estoy en el último escalón, cuando mis ojos chocan, desaparecido el humo de la mirra, con un Papa, unos cien cardenales, más de mil obispos, y más de mil sacerdotes con los copones en sus manos, a la espera de que vengan los fieles a comulgar.
Casi de repente, como cuando un viento fuerte, muy fuerte, arrambla con todo lo que oscurece nuestra visión. Ojos limpios, ambiente limpio. Lo veo todo, tras volver a mi primera posición, en la que solo veía a cuatro personajes. Pero ahora lo veo todo, en una panorámica inmensa. El baldaquino de Bernini, sobredimensionado, lleno de personaje con los capisallos y ropajes de la liturgia romana en todo su esplendor. Me subo al púlpito para ampliar mi ángulo de visión. Solo veo lo descrito: el baldaquino de  Bernini fuera de la Iglesia del Vaticano; está al aire libre; sin paredes, sin bancos, in capillas laterales, sin techo; solo el baldaquino lleno de prestes y demás, incluidos los maestros de ceremonias, tensos y atentos a lo que sucede en el altar. Nadie mira fuera de los límites del baldaquino. Caigo en la cuenta; no pueden mirar a otro sitio; solo existe el baldaquino, trasplantado al desierto argelino, en el mismo emplazamiento de los campos de refugiados saharauis, que se cerraron hace unos cien años.
De repente desaparece la visión. No, porque sigo viendo el desierto. No hay nadie ni nada.
III.Interpretación del sueño.
Tras haber leído de nuevo a Freud, no encuentro en su guía para interpretar los sueños, ninguna pista que me ayude a entender el sueño que he vivido. Tengo que improvisar, porque el maestro –que tuvo y estudió a trece pacientes en toda su carrera, y no curó a ninguno de los trece- no pudo ni soñar, siendo ateo, que la iglesia se evaporaría en el desierto. Yo lo he visto y lo puedo atestiguar.

28.08.2014



5.Fenomenología del quinto sueño.

1. Encuadre y encaje.
No hay comerciante algo conocido en la ciudad, le respondió el mercader, que no hubiera venido a devolveros vuestra bolsa; pero os han engañado al deciros que os había vendido lo que habéis comprado en mi tienda a un precio cuatro veces mayor de lo que vale: os lo he vendido a un precio diez veces mayor, y esto es tan verdad que, si dentro de un mes queréis revenderlas, no obtendréis siquiera esa décima parte. Pero no hay nada más justo: es la fantasía de los hombres la que pone precio a estas cosas frívolas; es esa fantasía la que permite vivir a cien obreros a los que doy trabajo, es ella la que me consigue una hermosa casa, un coche cómodo, caballos, y es ella la que anima la industria, la que mantiene el buen gusto, la circulación y la abundancia. Vendo a las naciones vecinas las mismas bagatelas a precio mucho más caro que a vos, y de esta forma soy útil al imperio.
(VOLTAIRE, Novelas y cuentos completos en prosa y verso, Libros del Tiempo Ediciones Siruela, Madrid, 2006. Cuento: “Así va el mundo. Visión de Babuc, escrita por él mismo”, pág. 118.).

Después del terremoto que había destruido las tres cuartas partes de Lisboa, los sabios del país no habían encontrado medio más eficaz para prevenir la ruina completa que ofrecer al pueblo un hermoso auto de fe; la Universidad de Coimbra había decidido que el espectáculo de varias personas quemadas a fuego lento, con gran ceremonia, es un secreto infalible para impedir que la tierra tiemble.
(VOLTAIRE, cita anterior. Novela: Cándido, o el optimismo, capítulo VI, pág. 217).

2. Fenomenología del quinto sueño.
De buena mañana, muy temprano, Cándido, Pangloss, Babuc, o no sé quién, porque en el sueño no lo pude identificar, entró paseando en una plaza de Lisboa, Praça do Rossio. No había nadie; error, porque en su lento caminar se percató de que un mísero pobre estaba, todavía, durmiendo en un rincón. No era ni comprador, ni vendedor, ni miembro activo de la sociedad; vivía, no al margen, sino como podía cada día: unos días comía y otros tampoco. Por lo menos eso parecían  indicar todos los signos de indigencia que exhibía; suciedad acumulada en la cara y en las manos, pelo largo y enmarañado, ropa incoherente entre las distintas piezas, los pies descalzos, arropado con un albornoz que fue blanco. Con todo, había encontrado una cama caliente, pero no blanda; estaba acostado sobre la rejilla de ventilación del metro –esas rejillas que todos solemos evitar por el aire caliente y maloliente que exhalan- y arrebujado en uno de los ángulos de la rejilla, con la espalda descansando en el murete de hormigón.
Sin transición alguna, mi sueño saltó a otros miles de míseros cuya imagen guardaba mi memoria. Todos ellos, sí; más las imágenes de personas que, más allá de las diez de la noche, vuelven, supongo que a casa, con la ropa de trabajo descompuesta, cargados con el portátil y una bolsa de comida preparada para la cena. Tras un fundido en negro, aparecieron las imágenes de Mikandá –África, rodadas por un amigo- en las que la vida no era muy distinta del mísero lisboeta; las imágenes, muy censuradas, de Gaza; las imágenes que, a veces, pocas, las televisiones españolas nos sirven de los desposeídos españoles con los que convivimos. No recuerdo más del sueño, pero sí estoy seguro de que a la velocidad de los sueños, mi cerebro proyectó muchas más.
Recuerdo que a la vez que veía todas esas imágenes, también puede leer. No era un texto sobreimpreso en las imágenes que mi cerebro proyectaba a toda velocidad; era un texto que mis ojos leían en mi memoria, sin necesidad de soporte alguno. No era un texto denso y largo; creo recordar que, casi, eran eslóganes, frases más o menos cortas, que, de alguna manera, me explicaban el porqué de lo que estaba viendo.
Favorecer el comercio y la industria, no la especulación, sobre todo la financiera. No a las leyes del mercado, porque éste nunca ha sido justo; nunca lo fue, y mucho menos antes de que Smith lo defendiera y justificara en paridad de condiciones. Modos de distribuir la riqueza cerrando el abanico entre los que más tienen y los que menos tienen. Desarrollo económico y social, no solo crecimiento económico, a la espera de que los que menos tienen recojan las migajas que se les caen de las manos a los que más tienen. Enfrentarse a todos los que dificultan el comercio; sea porque dicen aborrecer las propiedades, sea porque lo acaparan. Nunca más la resignación; ni la cristiana, ni la budista, ni la que defiende el capital, ni la de las castas. Nunca más la debilidad –dejar pasar, mirar hacia otro lado- ante los corruptos. Nunca más hablar del paro, sino de los parados. Nunca más aceptar que gobiernan en mi nombre, porque nunca es verdad. ¿Por qué menos, puede ser más en muchas ocasiones? ¿Cómo romper el círculo que obliga a consumir más allá de lo que se puede pagar, para que todos tengan trabajo?
Lo recogido en el párrafo lo soñé, sí, porque nada más levantarme garabatee unas pocas palabras, que ahora me han servido para reconstruir parte de mi sueño. Todo lo que he podido recordar.
3. Interpretación.
Este sueño, por suerte, no necesita interpretación ninguna. Un trabajo que me ahorro.

2.09.2014


6.Fenomenología del sexto sueño.

1. Encuadre y encaje.
1. Se garantiza la libertad ideológica, religiosa y de culto de los individuos y las comunidades sin más limitación, en sus manifestaciones, que la necesaria para el mantenimiento del orden público protegido por ley.
3. Ninguna confesión tendrá carácter estatal. Los poderes públicos tendrán en cuenta las creencias religiosas de la sociedad española y mantendrán las consiguientes relaciones de cooperación con la Iglesia Católica y las demás confesiones.
(Constitución española de 1978. Art. 16).

La religión de la Nación española es y será perpetuamente la católica, apostólica, romana, única verdadera. La Nación la protege por leyes sabias y justas, y prohíbe el ejercicio de cualquiera otra.
(Constitución Española de 1812. Art. 12).

“En 1776, Madison y Jefferson consiguieron separar la iglesia anglicana del estado de Virginia. La Iglesia dejó de percibir apoyo económico del erario público y fue privada de sus estatus oficial. En 1784, el clero intentó recuperar el terreno perdido con el apoyo de Patrick Henry y George Washington a través de un bill establishing a provision for teachers of de the Christian religión (proyecto de ley para establecer una provisión para los maestros de religión cristiana), que ya había existido antes. Madison escribe su Memorial, y la ley que pretendía reintroducir el apoyo estatal a la Iglesia no fue aprobada. Lo que la asamblea legislativa sí hizo fue aprobar el Acta de libertad religiosa de Jefferson (Religious Freedon Act). De esta manera, se aseguró la separación de Iglesia y Estado en Virginia. Posteriormente, este principio sería añadido a la Constitución en la forma de primera enmienda (*)
(CLITEUR, Paul, Esperanto moral. Por una ética laica, Los libros del lince s.l., Barcelona, 2009, pág. 232).

(*)El Congreso no hará ley alguna por la que se adopte una religión como oficial del estado, o prohíba practicarla libremente, o que coarte la libertad de palabra o de imprenta, o el derecho del pueblo para reunirse pacíficamente y para pedir al gobierno la reparación de agravios.

2. Fenomenología del sueño.
En la elipse del Oratorio de San Felipe Neri, en Cádiz, foro en el que fue aprobada la Constitución española de 1812,  el viernes 18 de septiembre de 2014, a media mañana. Silencio; porque no había más visitantes; porque ni el audio ni el audiovisual estaban conectados. Cerré los ojos, y soñé.
Oía, en sueños, el parloteo de los diputados en las Cortes de Cádiz, y repasaba el texto que iba a aprobarse en breve. Consciente de que estaba en una iglesia católica, leí con claridad el artículo doce del texto. La revolución no tenía que ver con un avance laico de la política, y sí con la aspiración de los diputados de tener un texto legal que amparase a todas las Españas.
Ciento sesenta y seis años después, otros diputados a Cortes, en el Congreso de la Carrera de San Jerónimo, aprobaron la Constitución de 1978, en la que la Iglesia Católica, en un estado declarado aconfesional, por causas sociológicas (?) recibía un reconocimiento constitucional que, como mínimo, empaña la proclamada aconfesionalidad del Estado.
En sueños, libre del tiempo y del espacio que delimitan el proceso histórico, rememoré la huida desde Inglaterra a Nueva Inglaterra de los perseguidos por causa de su religión.
Tres escenarios que, en sueños, vi a la vez, sin la sucesión que la narración exige. Tres escenarios en los que la religión está en primer plano. Tres escenarios soportados en el entramado que vivimos en nuestra realidad: aconfesionalidad más que dudosa (los hechos lo atestiguan), la moral pública determinada (o eso se pretende) por las creencias religiosas, y los defensores de la separación entre Estado y Religión pisoteados por unos acuerdos anteriores a la propia constitución vigente.
En mi sueño también vi pasar palabras como laïcité. Pero ni por asomo vi la palabra ateísmo. No soñé con un estado ateo, sino con un estado laico, aconfesional, que da ejemplo a sus ciudadanos justificando sus decisiones en una moral, o ética si se prefiere, civil. La moral religiosa siempre se fundamenta en la existencia de dios o de dioses; la moral ciudadana, civil, o laica, se fundamenta en la existencia del “otro”,  en los derechos individuales, políticos, económicos y sociales de los ciudadanos.
El clamor de los debates de los tres escenarios sí lo oyeron mis visiones oníricas. Cuando abrí los ojos no vi a la Inmaculada de Murillo, sino a la representación femenina de la república enarbolando la bandera de la real aconfesionalidad, que deja, por definición, a cada ciudadano la libertad de creer en uno o más dioses, en brujas, duendes, elfos hadas, sirenas, en el amor, o en lo que sea. Una república que no inicia guerras de ningún tipo, y menos apoyándose en mensajes que dicen haber recibidos de Otro, como Moisés, Josué, y todos los que posteriormente han defendido la guerra, la agresión, el asesinato, para cumplir la palabra que dicen que han recibido desde el más allá. ¿Y los testigos de estos mensajes divinos?
3. Interpretación del sueño.
No recuerdo ninguna ocasión anterior  la descrita en la que haya vivido con más intensidad la necesidad de que el Estado nunca tolere fundar su razón en la religión. Nos indignamos hoy porque se dicte una orden universal para que quien quiera y pueda asesine a un escritor; no olvidemos que el rey católico, Felipe II, dictó una orden de asesinato contra Guillermo de Orange, y fue asesinado por  Balthasar Gérard el 10 de julio de 1584. ¿Cuántas guerras de “religión” ha sufrido la humanidad? Y eso que las religiones defienden la paz.
Madrid, 21.09.2014



7.Fenomenología del séptimo sueño.

1. Encuadre y encaje.
“Una biblioteca es un lugar donde Ud. puede perder la inocencia sin perder la virginidad”. (Germaine Greer).
“Precisamente yo, que debía saber que los libros solo se escriben para, por encima del propio aliento, unir a los seres humanos, y así defendernos frente al inexorable reverso de toda existencia: la fugacidad y el olvido”. (ZWEIG, Stefan, Mendel el de los libros, Acantilado, Quaderns Crema S.A.U., Barcelona, 2013, sexta reimpresión, pág. 57).

2. Fenomenología del sueño.
En blanco. Sin escenario. Siento que caigo en el vacío porque veo pasar el blanco delante de mis ojos abiertos de par en par; poco a poco la velocidad de la caída se reduce, y a la vez el blanco dentro del que estoy va tintándose, se está ensuciando y distingo matices del blanco y del gris; cuando termina la caída estoy boca arriba y distingo la abertura del tubo por el que he estado cayendo. No distingo nada alrededor, pero sí siento que estoy en medio de un escenario multicolor en tonos apagados; no se trata del arco iris, sino del arco gris. Me froto los ojos; los cierro y los abro varias veces hasta que consigo enfocar una mesa y tres sillas. No hay nada más.
Me levanto y me siento en una de las sillas. Delante de mí hay un atril con un libro abierto, de formato pequeño y de pocas páginas; está abierto por la página treinta y dos, y el penúltimo párrafo está subrayado. ¿Debo leerlo?  ¿Qué pasará si lo leo? Cierro los ojos y calibro opciones; en primer lugar, creo que no voy a poderlo leer porque no tengo luz suficiente para distinguir claramente las letras; puedo levantarme y buscar una linterna o una lámpara, pero no sé ni dónde estoy ni dónde puedo buscar esa luz; puedo probar a cerrar el libro y esperar acontecimientos; puedo abrir los ojos y esperar; puedo pasar páginas buscando nuevos párrafos marcados; puedo suponer lo que pone a partir de las pocas palabras que he podido identificar –la palabra que más he visto ha sido conllevar-. Ignoro la siguiente escena, ignoro los futuros acontecimientos, ignoro las normas que rigen en el casi vacío en el que estoy; no hay ruidos y tampoco silencio: ¿son pasos lo que oigo? No, no llegan a ser pasos, son pies, ¿calzados o desnudos?, arrastrados por el suelo seco.
Al fin, ignorante, abro los ojos y me la juego. Todo está igual que cuando decidí cerrar los ojos; no hay cambios en el escenario, pero yo sí que he cambiado; mi silla tiene brazos, y pongo en ellos los míos; tiene cabecero, y apoyo mi cabeza. Estos gestos me tranquilizan. Se caen mis brazos y la cabeza se me va hacia atrás; no hay ni brazos ni cabecero.
El ruido de los pies arrastrándose por el suelo aumenta; se están acercando; traspasando la pared gris vislumbro una forma corporal humana que se acerca a la mesa, y no me altera. Se sienta a mi derecha, pero no veo ni manos ni cabeza; se ha iluminado algo la escena, pero deja en la penumbra sus manos y su cabeza; una voz clara y algo altisonante me invita a leer el párrafo señalado en la página treinta y dos. Obediente y tranquilo, fijo mis ojos en el libro que hay sobre el atril; una luz concentrada ilumina ese párrafo; leo:
Digo, pues, que el problema catalán es un problema que no se puede resolver, que solo se puede conllevar; que es un problema perpetuo, que ha sido siempre, antes de que existiese la unidad peninsular y seguirá siendo mientras España subsista; que es un problema perpetuo, y que a fuer de tal, repito, solo se puede conllevar.
El haz de luz se apaga en el mismo momento que yo levanto rápido la cara para intentar distinguir la cara de mi silencioso y escondido personaje. No llego a tiempo, sigo sin ver sus manos y su cara. Pero, sí he podido distinguir una importante calva frontal.
El personaje de la calva alarga su mano y pasa página del libro del atril hacia atrás, y con su dedo me señala el último párrafo de la página treinta y uno. Ha visto su mano, y, sobre todo, su dedo repicando en la primera palabra del párrafo señalado. Entiendo, o supongo, que quiere que lo lea:
Pues bien, señores; yo sostengo que el problema catalán, como todos los parejos a él, que han existido y existen en otras naciones, es un problema que no se puede resolver, que solo se puede conllevar, y al decir –el dedo, que ha estado siguiendo palabra  apalabra mi lectura, pasa página, volviendo a la treinta y dos- esto, conste que significo, no solo que los demás españoles tenemos que conllevarnos con los catalanes, sino que los catalanes también tienen que conllevarse con los demás españoles.
El personaje levanta su mano, retirando el dedo del texto, a la vez que se vuelve a apagar la luz concentrada en el texto. El gesto seguro del dedo me deja absorto en el texto; ni siquiera intento reconocer al personaje, que se levanta y, deshaciendo el camino de su llegada dando pasos hacia atrás, desaparece detrás de la pared -¿es una pared?- gris por la que se anunció su llegada.
Cuando todavía creo oír mi voz leyendo los dos textos anteriores, caigo en la cuenta de que no oigo nada; es mi deseo de romper la ausencia de ruido y de  silencio el que repite en mi cerebro mi voz. Una luz casi apagada ilumina el espacio por el que he ido cayendo hasta la mesa, y no soy capaz de identificar ni su contorno ni su dintorno; no hay espacio, no hay escenario identificable; estoy soñando, seguro. Sintiendo este vacío, cojo, con el rabillo del ojo, una sombra a mi izquierda que, despacio, va saliendo de la pared -¿es una pared?- hasta poder percibir otra forma humana; viste terno oscuro, con chaqueta cruzada y chaleco; otra vez me quedo sin poder distinguir sus manos y su cara. Se acerca, y se sienta en la silla que hay a mi izquierda, alarga su mano invisible, o eso creo ver al levantarse la manga de la chaqueta de su mano derecha, hacia el libro que hay en el atril, y con su dedo índice pasa páginas hasta llegar a la noventa y cuatro, y, dejándolo apoyado en el papel, me señala, más o menos, a la mitad del segundo párrafo. Como ya conozco una de las normas que rige este juego, leo:
Ha sido muy frecuente, lo es todavía, en las polémicas suscitadas en España con motivo de los problemas regionalistas, que de allá o de acá partan expresiones haciendo creer, o bien que la región central española ha agredido, ha confiscado las libertades a otras regiones españolas, o bien que las agresiones, las codicias, los apetitos, los intereses egoístas parten de allá, de la región, contra el interés permanente del estado español, y éste es un prejuicio que hay que disolver.
Levanta el dedo, se apaga la luz concentrada que iluminaba el texto, y, al igual que el primer personaje, desaparece desandando hacia atrás. Me quedo de nuevo solo y a oscuras.
Abro los ojos. En blanco. Sin escenario. Ha desaparecido la mesa y las sillas. Estoy de pie, y no sé cómo ni por qué estoy erguido. No hay nada. Abro los ojos y veo en el espejo que hay a los pies de mi cama el reflejo de la luz verde del reloj despertador de mi mesilla de noche. Doy media vuelta en la cama, e intento volver a dormir. La memoria del sueño que acabo de describir me despeja; me levanto de la cama y lo transcribo.

3. Interpretación del sueño.
Describí mi primer sueño tras aceptar el reto de dos amigos a los que se lo conté, cuando, tras oírlo, me dijeron que no sería capaz de publicarlo, y lo hice. Éste, el séptimo, es también fruto del reto que, otro amigo, tras leer los seis primeros sueños, me lanzó al dudar de que fuera capaz de escribir un sueño sobre la cuestión catalana. Aquí queda mi sueño, dando gusto a este tercer amigo.
Inocencia, fugacidad y olvido. Los textos transcritos no son inocentes; los dos del primer personaje son del discurso sobre el Estatuto de Cataluña de José Ortega y Gasset en la sesión las Cortes de 13 de mayo de 1932. El tercero es del discurso sobre el Estatuto de Cataluña de Manuel Azaña en la sesión de las Cortes de 27 de mayo de 1932. Los textos transcritos no son fugaces, como demuestra la realidad en la que vivimos en octubre de 2014, a pocas semanas de que se celebre -¿o no?- el referéndum consultivo en Cataluña. Los textos transcritos no han caído en el olvido, aunque quienes hoy en ruedas de prensa, en tertulias, en periódicos, en emisoras de radio o TV, debaten sobre el mismo fondo del asunto –no del Estatuto- que Ortega y Azaña, e incluso es posible que muchos de ellos no conozcan estos dos discursos.
Soy de la opinión que defiende que la historia nunca se repite, y quienes lo afirman es posible que ignoren mi opinión; creo que la historia es como una escalera de caracol, por la que vamos subiendo en la convicción de siempre estamos en el mismo lugar porque no vemos ni el principio ni el final de la escalera, y, cuando creemos que estamos en el mismo escalón y que no hemos ascendido o bajado nada, en realidad estamos varios escalones más arriba o más abajo, aunque nuestro ojos crean ver la misma piedra, los pies en el mismo escalón y el mismo trozo del machón, sí, pero a alturas diferentes. Quizás por eso los textos de Ortega y Azaña parecen actuales si no se les pone fecha; no puedo imaginarme a Rajoy y Más manteniendo discursos, ni siquiera análogos, a los de Ortega y Azaña; ¡ojalá!
(Los textos de ambos discursos, publicados con prólogo de José María Ridao, por Círculo de Lectores S.A., Galaxia Gutenberg S.A., Barcelona, 2005, con el título Dos visiones de España. Discursos en las Cortes Constituyentes sobre el Estatuto de Cataluña (1932).)



8.Fenomenología del octavo sueño.
1. Encuadre y encaje.
·       La realidad española tal como la veo.
·       “Anoche soñé que perdía el trabajo en el despacho y acababa de banquillo en un Juzgado”. (El Roto, 17.12.14).
·       “¿Cuál es la definición de intelectual? Un intelectual  es aquella persona  para la cual los problemas políticos son, ante todo, problemas morales”. (Max Aub. Citado por Gregorio Morán en El Cura y los Mandarines, pág. 436).

2. Fenomenología del sueño.
Me despierto. La luz de la habitación es tan tenue como la del estadio anterior al alba; con esa escasa luz leo en la pared, a la vez que aparecen las letras, una detrás de otra, una frase: El noventa y cinco por cien de mi felicidad eres tú, y el otro cinco por cien depende de ti. Ignoro quién la ha escrito; no entiendo qué significado le puedo asignar. La frase leída me da vueltas en la cabeza; es bonita, suena bien, pero no sé si ese “tú” soy yo, y tampoco quién pueda ser ese “mi”. Pero suena muy bien leída en voz alta, y eso me relaja.
La pared de la habitación en la que está escrita la frase está a mi izquierda; mi cama está en el rincón, y con mi mano derecha toco la pared; enfrente, a mi izquierda, las letras de la frase se van haciendo más grandes cada vez que las miro, y las dimensiones de las paredes, a mi izquierda y a mi derecha, aumentan al mismo ritmo que se agrandan las letras, hasta que no consigo leer ninguna porque se reducen a meras líneas en la pared, de las que no veo ni el principio ni el fin. No se ha borrado la frase; ha aumentado tanto su tamaño que mi ojos no son capaces de abarcar sus magnitudes. Supongo.
Algo de la luz del alba se cuela en la habitación. Enorme habitación; larga, alta y ancha; fría; no veo el techo, seguramente por falta de luz. Me incorporo en la cama;  mi vista traza la diagonal hasta el ángulo izquierdo, en el que hay una puerta; muy pequeña calcula mi vista. Se abre y veo una voz, porque las ondas sonoras que emite se dibujan a lo largo de la larga diagonal que deben trazar para llegar hasta mi cama, pero no llegan; se esfuman en su camino. El grito que supongo que emite esas ondas sonoras debe de ser desgarrador, lo siento así, pero no lo oigo ni mis ojos ven su origen.
¿Por dónde entra la luz? No veo ventanas; no es la luz del alba; es una luz artificial sin foco a la vista. Caigo en la cuenta, a la vez que me derrumbo sobre la cama; no es mi habitación; ¿he perdido la mía?, ¿me la han cambiado?, ¿estoy enclaustrado?, ¿en qué cama me acosté anoche? Boca arriba, en la cama, intento distinguir el, ¿o un?, techo; tiene que haberlo. No busco un techo; busco un límite al espacio en el que me encuentro, y no lo veo. Tiene que haber un final, o ¿tiene que tener un fin? Esta habitación está cerrada, ¿o es una proyección sin límite? Sigo boca arriba, relajado, porque ni me atrevo a bajar de la cama. ¿Habrá suelo? Pero no estoy en el vacío, porque recuerdo haber leído una frase en la pared de mi izquierda. ¿Cuánto tiempo ha pasado desde que pude leer la frase a medida que alguien, o algo, la escribía en la pared? ¿Ha pasado el tiempo? No lo sé; ignoro tantas cosas –cosas, no; datos- de la situación en la que me encuentro; todo, salvo que he leído una frase, que empiezo a repetir como un mantra, porque no quiero olvidarla; es la única realidad a la que puedo agarrarme; también existe la cama; también existo yo. Cierro los ojos para no olvidar mis tres realidades tangibles. Oigo un portazo y miro, instintivamente, hacia la puerta; ya no existe, pero las ondas sonoras siguen vagando hasta desvanecerse sin que lleguen a mis oídos.
Ahora el espacio está inflamado de ondas sonoras que provienen de todas partes, pero no me llegan; se desvanecen. Tendría que haber mucho ruido, pero no oigo nada. Ya no hay rayas en la pared de mi izquierda; ha desaparecido la frase; he perdido una de mis tres realidades, pero recuerdo perfectamente lo que decía la frase, aunque siga siendo ininteligible para mí. Es misma pared de mi izquierda, -¿tengo una pared detrás del cabecero de la cama?-  que no tenía color, se llena de colores mezclados sin sentido, que emiten palabras, todos los colores a la vez hablan, pero sin sentido porque no se escuchan a sí mismos; hablan sin parar y sin sentido. Es una locura de verborrea.
¿La cama? Me incorporo y la remiro; no es una cama; es un camastro inestable y sin ropa. Estoy desnudo; no tengo más realidad que yo mismo. Todo lo demás es evanescente; va y viene; lo veo y no lo veo. Además de las ondas sonoras, también revuelan los colores que había en la pared de mi izquierda; mi cama flota; mi cuerpo es transparente: veo a través de mi carne y de mis huesos. Veo a través de las ondas sonoras, que veo pero no oigo, y a través de los colores que revolotean alrededor de las ondas sonoras. Ruidos y colores que veo, pero que no oigo. A través de los ruidos y de los colores, vislumbro algo reconocible: caras en lo más alto del espacio en el que me encuentro; caras que se mezclan, que intercambian facciones, que abren y cierran la boca -¿hablan?-, que abren y cierran los ojos al son de las ondas sonoras y de los colores, que siguen revoloteando a la vez que difuminan las caras. ¿Están las caras en el techo? ¿Hay techo? Suben y bajan, se acercan a mi cara, pero no las puedo tocar, tampoco me tocan. Flotan, como los colores y las ondas sonoras.
No me puedo creer lo que estoy viviendo. Hago un esfuerzo de concentración en las caras; consigo no ver ni los colores ni las ondas sonoras. Sí que están hablando; todas a la vez; no, solo discuten y se amenazan mutuamente, incapaces de callar. Ahora me resulta fácil oír lo que dicen, pero no tiene sentido, y si lo tiene, es de locos. Las dos palabras que más repiten todos son regeneración e innovación, y, a veces, pocas, transparencia. Al identificar estas palabras, mi cerebro, no mis ojos, identifica algunos rasgos de rostros conocidos, esos que se ven todos los días en los medios de “comunicación”; lo de medios debe de ser porque son medianos, no modos. No se aclaran, claro; porque ignoran que para regenerar o innovar algo hay que meterse dentro, hay que aceptar sus esquemas, que son los que se quieren cambiar, y son los esquemas vigentes quienes vencen ante el esfuerzo ímprobo de cambiarlos; los esquemas, el sistema como dicen las caras que veo y oigo, por fin, amalgaman los intentos de cambio, y se tragan esos esfuerzos. Ni aquellos que acaban sentados en el banquillo de los juzgados  –algunas de cuyas caras identifico-, ni los que encuentran la manera de escaparse del banquillo y seguir jugando, traspasan, con sus reflexiones e intentos de actuar, la barrera de la política para incluir en ésta la realidad moral. No se puede regenerar algo que ya se generó y acabó funcionando defectuosamente; no se puede innovar algo que ya dejó de ser nuevo; no se puede hacer transparente algo que devino a lo largo del tiempo en opaco. Ni lo defectuoso, ni lo viejo, ni lo opaco, pueden generar sus contrarios. Hay que hacerlo nuevo de fábrica; no de segunda mano.
Ahora entiendo lo que he estado viendo. Como si fuera un cuadro , he visto la realidad política de mi país. Todo tiene sentido. La falta de dimensiones reales, la baraúnda de voces, letras y colores, la confusión de caras y de palabras, la soledad de mi camastro, las ondas sonoras que no llegan a ningún oído, la inestabilidad de la escena, o del escenario, no son más que una representación –volver a presentar- resumida –escondida debajo- de lo que es la realidad. Si se quiere cambiar algo…, me acuerdo de un chiste; lo contaré abreviado, y por lo tanto con menos chispa, pero me interesa el final del mismo.
Consejo de administración de una “Corporación” – nombre al uso de un conglomerado de sociedades anónimas-. Líder del mercado, líder en beneficios, etc., etc. Don José, uno de los consejeros, pide la palabra; el presidente, con cariño fingido le recrimina que va a interrumpir intervenciones de los que saben. Esta escena se repite año tras año, y las cifras de negocio y de marcado van cayendo, se le sigue negando a Don José intervenir, porque para eso están los directivos y los técnicos de la Corporación. Año clave: cuando el Consejero Delegado tiene que reconocer que el éxito se ha resquebrajado y la Corporación está en el suelo; el presidente, dirigiéndose a Don José, le espeta: “Por favor, D. José, díganos eso que cada año nos quiere decir, y mientras los demás podremos pensar en soluciones”. Don José contesta que ya no vale la pena. Ante la insistencia del presidente, Don José acepta hablar. Reconoce, de entrada, que ya es tarde, pero que lo va a decir; cuenta que tiene una tía en Santander, madame de una casa de citas; la mejor de Santander, y cuando comprobó que su negocio comenzó a decaer, no cuando estaba en  el suelo al que había llegado esta corporación, no acudió a los técnicos (ni pintó, ni cambió las camas, ni nada material), simplemente cambió a las putas.
Al reírme una vez más, porque me río cada vez que cuento este chiste, me despierto de mi sueño y veo en el espejo que hay al pie mi cama la luz verde del despertador.

3. Interpretación del sueño.
 He  soñado, al modo de El Bosco, a mi país, y he sido capaz de reírme al contarme por enésima vez el mismo chiste que he contado en la vida real cuando he tenido que innovar, regenerar o transparentar algo, y que conste que me lo contó, hace muchos años un muy buen amigo,  gran conocedor de las grandes “corporaciones”: las personas nuevas pueden hacer algo nuevo, las personas limpias pueden hacer algo limpio, las personas que no tienen nada que esconder pueden hacer algo transparente, las personas con principios morales o éticos (qué más da la etimología) pueden cambiar la política en una actividad humana para sus congéneres.
Una dato más del sueño. Creo, y lo he repasado, que entre las más de dos mil palabras que he escrito, no aparece nunca la palabra que más usa nuestro flamante presidente del gobierno actual: “cosa”. Hace cosas, y pide a todos que hagamos cosas; un poco romo el registrador; será porque en el registro de la propiedad solo se registran “cosas”. Si recordase sus clases de derecho romano de primero de carrera, a lo mejor añadiría “públicas”; pero es posible que este término le rememore realidades peores que la “res publica”, porque no  se prostituye el lenguaje  solito.
No hay errata en la frase de El Roto; dice, literalmente “de banquillo”, no “en el banquillo”. Tendrá que ver, es posible, con el hecho de  que los que acaban en el banquillo de los acusados son los suplentes de quienes deberían estar en ese banquillo.




















9.Fenomenología del noveno sueño.
1. Encuadre y encaje.
·       “Si dios tuviera ventanas, hace tiempo que le hubieran roto los cristales”. (WAGENSTEIN, Angel,  El Pentateuco de Isaac, Libros del Asteroide, Barcelona, 2008).
·       “Si dios existiera habría que demostrarle que el hombre existe”. (HOUELLEBECQ, Michel, El mapa y el territorio, Anagrama, Barcelona, 2011).
·       “Si la gente desea creer en el cielo es porque ya no cree en gran cosa en la tierra”. (BEAUVOIR, Simone, Malentendido en Moscú, Terapias Verdes, Barcelona, 2013).
2. Fenomenología del sueño.
Nota previa: Hace muchos años que tuve este sueño; incluso creo recordar que se repitió, de distintas formas, a lo largo de varios meses. Nunca lo he olvidado, pero sé que mis recuerdos del mismo se van distanciando de los originales. El paso del tiempo, las lecturas, los debates, la única asistencia anual a la iglesia para testimoniar de acuerdo con sus creencias al  amigo muerto hace veintiocho años,  la insistencia social en negar la evidencia de mi –mis- sueño; todo ello, y muchas variables e incidencias,  de las que ni siquiera soy consciente, pero que mi cerebro procesa en el mismo sentido de mis sueños de entonces, confirmando mis convicciones, pueden recomponer o  descomponer, e incluso tergiversar, esas mismas convicciones.
Hace muchos años soñé una sociedad, un mundo, sin dioses. Soñé que un único dios, entre los cristianos, heredado de, por lo menos dos dioses de los hebreos, no podía ser uno; claro, es que son tres; y, posiblemente, cuatro, porque la historia añadió una diosa ya de naturaleza divina distinta; como si fuera otorgada, una benevolencia del dios. De no haber sido por los sobornos y actas trucadas, de Nicea habría salido el dogma de la “binidad”, en vez de un dios “uno y trino” –buena ironía histórica la de los dogmas y su gestación-; este binomio verbal, dicho con el mayor respeto hacia los creyentes, siempre me ha producido un cierto desasosiego, porque podía referirse a un solo dios con la capacidad de “trinar”, como los pájaros. Soñé que sin esos cuatro dioses, los hombres y las mujeres, la humanidad entera, también los creyentes de otros dioses, porque hay muchos esparcidos a ras de tierra, viviríamos libres y felices entre los límites de nuestra tierra y de nuestra larga vida personal; viviríamos sin la pesada carga de mantener viva a la divinidad; porque son los creyentes los que soportan el peso de la existencia de los dioses. Recuerdo que a partir de esta liberación, mi descanso nocturno recortó tiempo pero ganó eficacia. Porque ser creyente obliga a llevar la mochila con un dios dentro a la espalda, también cuando se duerme, y los capitostes que apuntalan el tinglado te animan a soportarlo porque, tras la muerte, liberado ya de ese peso, te prometen otra vida nueva mucho mejor, porque en vez de llevar a dios a cuestas, lo verás. ¡Un poco complicado, no! Otras religiones hacen promesas celestiales más tangibles y apetecibles; porque eso de ver a dios, después de llevarlo a cuestas unos cuantos años, cuando es invisible, único, omnisciente, omnipotente, etc., debe de ser complicado. Los acercamientos al dios cristiano son tan precisos e incomprensibles, que reducen a ese dios a la nada. A lo mejor es que los dioses somos los hombres, y para tenernos controlados, el poder inventó un dios inexistente, pero que amenaza constantemente, y la muerte es el gran castigo con el  que ese dios inventado por el poder nos atemoriza toda la vida, hasta ésta que se acaba, y no hay nada.
Soñé que no había  ningún camino para acercarse a la divinidad. El de la iglesia católica: los venerables, los beatos, los santos y los mártires constituyen la carrera profesional hacia la perfección –siempre he ignorado cuál fuera esa perfección-  que te puede acercar a los dioses en esta y en la, o las, siguiente vida.
Soñé que la iglesia católica consiguió su diosa, varios siglos después de la trinidad,  a un precio que han pagado todas las mujeres desde entonces. Diosas, sí, pero unos cuantos escalones más abajo que el dios “uno y trino”; pero es que, además, al hacerlas diosas las alejaron de la vida real; las guardaron de distintas formas con el fin respetar su participación en la divinidad femenina. A los hombres nos dejaron más libres porque éramos de la progenie, de una progenie cuasi divina.
Soñé entonces, todavía inmerso en una vida religiosa oficialmente tan intensa que ocupaba todo el día, independientemente de la actividad que se estuviera desarrollando, que sin los dioses sería más capaz de vivir intensamente la vida que tenía entre manos, sin la promesa -¡vaya Ud. a saber si se cumpliría!- de otra vida mejor que, por otra parte, nadie sabía explicar, y que suponía un alto hándicap en la vida diaria que me proponían. Estudiar, saber, rezar, atender a los necesitados, enseñar a los que no saben, convencer a los no creyentes de la existencia del  dios  uno y trino, obedecer y creer con fe ciega, y ya no recuerdo cuantas cosas más; no hace falta en este recuerdo de mis sueños tirarse al suelo para rebuscar todo aquello de las ovejas descarriadas, de la conciencia invenciblemente errónea, y muchas cosas más. Todo ello porque era el camino para alcanzar la vida futura, contemplando y participando de la divinidad; sobre todo de la del hijo hecho hombre, el único que se había tirado al tajo a arreglar este mundo –sea dicho también, con muchos salvavidas y el seguro retorno a la serenidad del reino de los cielos-.
Soñé, repito, un mundo sin dioses.
Esta noche; ahora que estoy escribiendo para pasar el rato, porque me ha desvelado un sueño que me ha devuelto al que acabo de describir de hace muchos años. Acabo de soñar en  un mundo con un dios uno y trino: Un económetra, un demógrafo y un demiurgo. Este último es un trasunto del espíritu santo, que va y viene apañando entuertos de los otros dos del trío; propiamente es el único de los tres que trabaja para el público.  El económetra, dios padre, nos explica lo que ha ocurrido cuando ya llevamos meses o años sufriendo las consecuencias, y conocemos las causas, y nunca sus modelos matemáticos se cumplen o predicen desgracias, solo amenazas, como el padre del uno y trino; el demógrafo, el hijo hecho carne en las generaciones futuras, porque siempre trabaja a plazo,  nos mete miedo por los “pecados” que cometemos y por los que hemos dejado de cometer, y también por los cometerán esas generaciones futuras salvo, por supuesto, que hagamos caso al padre, al económetra; ambos pretenden conducirnos a un mundo mejor, aquí, en la Tierra Madre; algo hemos ganado: no nos prometen algo mejor después de la vida, nos prometen algo mejor aquí, pero, eso sí, a cambio de que tengamos la suerte de que acierten con sus modelos matemáticos. Igual que le ocurría a la trinidad de Nicea, esta trinidad republicana tampoco acierta, pero asusta todos los días con el castigo futuro y exige una conversión a sus postulados.
Esta nueva religión, que como todas se dedica a sustentar al poder establecido, el que sea, es casi seguro que también bendijo a los Robespierre, Marat, Desmoulins, Saint Just que, desde el inicio de la ilustración han soñado, como yo, con una sociedad sin dioses. Voltaire y sus amigos eran deístas, no religiosos; no pudieron prever que en el camino hacia el ateísmo alumbró, cuando ya estaba cerca de alcanzarlo, una nueva trinidad. ¡Ah!, se me olvidaba. También he soñado a una diosa que, como novedad, es solidaria y eficaz; abandonado el recato y la discreción  que como mujer correspondía a la que  mucho después de Nicea se encontró la religión, esta es una descocada, una exhibicionista, que utiliza sus tetas para fomentar la solidaridad, con la  de la izquierda, y la eficacia con la de la derecha.
Mis dos sueños, el de hace años y el de esta noche era y ha sido mucho más ricos en matices, en palabras, en escenarios, en vestimentas, en liturgias -¿hay diferencia entre las misas y las conferencias de prensa?-, pero o se me han olvidado o son harto conocidas. Unas pueden celebrarse con un cura, o  concelebrarse hasta con miles de oficiantes; las otras, cual espíritu o demiurgo, pueden ser a través de una pantalla de plasma, con un oficiante, con muchos concelebrantes en la mesa que preside el acto y, mucho más allá, en un congreso o en un mitin, con miles de oficiantes.

3. Interpretación del sueño.
Al igual que hicieron Montaigne, cuando quiere perorar sobre la educación de los hijos, y luego Kant, para empezar su artículo sobre qué cosa sea la Ilustración,  me refugio en los versos de Horacio:
Sapere aude,
incipe:vivendi qui recte prorrogat horam,
rusticus expectat dum defluat amnis; at ille
labitur, et labetur in omne volubilis aevum
(Atrévete a saborear el conocimiento,
decídete: quien posterga el momento de vivir decentemente,
hace como el labrador que espera hasta que el río deje de fluir;
pero éste fluye, y fluirá rápido a lo largo de todos los tiempos.

Estos versos siempre han sido, para mí, el mejor programa educativo y de crecimiento personal. Los dioses no hacen falta; basta con la osadía de saborear, de regustar, el conocimiento y la decencia.

Madrid, 5 de enero de 2015.





10.Fenomenología del décimo sueño.

1. Encuadre y encaje.
·       ¿No es la ilusión una especie de noche que nosotros amueblamos de sueños? (Balzac, La Bolsa, cuento de la Comedio humana).
·       Si fuerais ambiciosos como lo era Napoleón, o poeta como lo era Byron, una fuerza inaudita, invencible, os obligaría a guardaros para vosotros vuestras poesías y a convertir en sueños vuestros proyectos ambiciosos. (Balzac, El ilustre Gaudissart, cuento de la comedia Humana).
·       Me da la impresión de que la gente está dentro de casa y fuera del mundo. (Ida Vitale, poeta uruguaya, Babelia del 17.02.2015, pág. 19).
·       …(a los economistas les gustan las historias simples, aun cuando no sean más que aproximadamente correctas),… (Piketty, Thomas, El capital en el s. XXI, FCE, Madrid, 2014, pág. 240).

2. Fenomenología del sueño.
Cuando el exprimidor rugió, tras ponerle media naranja encima, un sinfín de imágenes revolotearon en mi memoria a la misma velocidad que la máquina. Esas imágenes me parecían mariposas; no podía distinguir nada Cuando el exprimidor rugió, tras ponerle media naranja encima, un sinfín concreto; colores, movimiento; sin otro ruido que el del exprimidor. El primer trago de zumo de naranja testimonió que no había ruidos, pero las mariposas seguían revoloteando en mi cabeza; intenté recordar lo que había soñado esa noche, y no fui capaz de salir del enjambre de mariposas.
Trago a trago acabé con el zumo y cerré los ojos; las mariposas se fugaron hacia el horizonte, y al abrir los ojos recordé que, en sueños, había visto al rey de España, no puedo recordar cuál, vestido con americana y pantalón, sin chaleco siquiera, jurando la constitución en el Congreso de los Diputados. Soñé que el nuevo rey había detectado lo que hay latente en la sociedad  antes de que llegara a manifestarse. Sin perder esa imagen de la jura de fondo, aparecieron en primer plano imágenes muy rápidas, y por ello confusas, como las mariposas que me rondaron al exprimir las naranjas; se superponían planos e imágenes diferentes, y, sin embargo, yo podía distinguir cada una de ellas; calles, colegios, oficinas, fábricas, carreteras, autobuses, trenes, aviones sin personas, vacíos. En segundo plano, pero perfectamente distinguible, la jura del nuevo rey. ¿Por qué creo ahora que era un rey?
En la esquina superior izquierda del escenario y pantalla dentro de los que estaba soñando, una figura alargada, no, estirada hasta casi descoyuntarse, gritaba. Haciendo un esfuerzo de atención pude escuchar lo que decía; algo así como que las teorías terminan donde comienzan los instintos de las personas.
Recuerdo una de las escenas que vi en sueños. De noche, más de las diez de la noche, en un autobús de servicio público; bastantes asientos vacíos y personas de pie; hombres y mujeres despeados, con cara de cansancio, algunos y algunas durmiendo en el asiento, cargados con bultos, con bolsas de comida preparada, con el pc portátil en bandolera; las camisas de los hombres fuera del pantalón, y sus corbatas agotadas de toda la jornada de trabajo; las caras de las mujeres descoloridas, a pesar de que por la mañana estuvieron bien decoradas. Cogí como un autómata el vaso, y al acercármelo a la boca vi que estaba vacío; ese vacío me devolvió un primer plano de la jura de la constitución del nuevo rey, no con uniforme militar ni chaqué. Apago la luz de la cocina porque ha amanecido.
Me asomo a la calle tras los cristales de las ventanas. Las imágenes del autobús en segundo plano, y en primer plano, porque los estoy viendo en la calle, un grupo de niños y niñas que, por la hora que es, van al colegio, que está a pocos metros de casa; intento ver la entrada del colegio, y brota una nueva escena de mis sueños de esta noche. Al intentar reconstruir lo soñado, mi imaginación y mi memoria me trasladan al Moscú soviético; todos con uniforme militar y escondidos tras las medallas; intento precisar las caras y no reconozco más que a un personaje; es el káiser Guillermo, y no es Moscú, sino Londres, unos años antes de la primera guerra europea, durante la visita oficial del káiser a su primo. Uniformes militares y medallas. Creo recordar que en el sueño asocié los uniformes y  las medallas con la persecución del prestigio personal e imperial, que no sirvió para mantener la paz que  los dos protagonistas de Londres consideraban más y mejor que la pax romana; algo similar al, poco a poco decadente,  código del honor. Me siento en la mesa, echo mano del vaso y al acercármelo a la boca veo que está vacío.
Bostezo; todavía tengo sueño. Miro de nuevo al ángulo superior izquierdo, buscando al personaje descoyuntado. No está; en su lugar hay un hueco en el espacio. Dirijo la mirada al centro del escenario; oigo risas y a alguien, hombre, hablando por un micro; ríen los negociadores que han conseguido un alto el fuego en Ucrania, mientras corren hacia la salida,  y la rueda de prensa es del personaje que ha conseguido quedarse con lo que conquistó a tiros, recuperando otro trozo del imperio ruso. Cojo de nuevo el vaso y, antes de levantarlo de la mesa, confirmo que está vacío.
En pocos minutos unas nubes negras, cargadas de agua, oscurecen la mañana. Cierro los ojos de nuevo; revolotean las mariposas, pero ya no son de colores, son negras, como las  nubes de tormenta, estiro un brazo y mis dedos chocan con una pared que no veo; estiro una pierna, que choca con el mismo tope; no puedo estirarme, estoy encogido, con brazos y piernas doblados por la rodilla y por el codo. Las mariposas negras chocan con el mismo tope que mis manos y mis piernas, pero no están dentro; el ruido que producen al chocar, que lo oigo amortiguado, me descubre que ellas están fuera y yo dentro de una caja de paredes transparentes; respiro por una ranura que hay a la altura de mi frente. Cada vez hay más mariposas golpeándose contra la caja en la que estoy encogido; el ruido que producen fija mi atención en cada una de ellas tras el golpe; no son mariposas, son murciélagos negros; busco mi vaso de zumo de naranja, y no lo encuentro; no hay mesa, ni silla. La caja en la que estoy encogido, yo mismo, y los murciélagos, estamos suspendidos en el vacío.
Agotado por la rememoración de los sueños de esa noche, me vuelvo a la cama; pretendo dormitar un rato por pura vagancia, buscando la felicidad de sentirse vivir dormido, porque es la única manera de no ver el paso del tiempo; una manera de estar algo muerto sabiendo que te puedes despertar cuando quieras; casi es como sentirse dueño y señor de la propia vida. Cuando despierto un par de horas después, vuelven las mariposas a revoletear por dentro de mi ojos; entre los ojos y el cerebro, distingo perfectamente esa separación espacial.  Son blancas estas mariposas, y me asombro mientras me incorporo en la cama, porque no recuerdo conocer mariposas blancas; menos aún, mariposas blancas que revolotean dentro de mí, entre el fondo de mis ojos y mi cerebro.
De colores, negras y blancas. Nunca había soñado con mariposas, y no estaba soñando; estaba despierto, y ya de pie, con los pies descalzos sintiendo el frío de las baldosas subiendo por mis piernas; miré hacia el suelo, buscando la alfombrilla, y no vi nada; no había suelo; giré la cabeza, y no había cama. No había nada. Solo yo, erguido, ignorando cualquier referencia espacial.
Me despierto; luce el sol; oigo el mar; todo está en su sitio, ¿no?

3. Interpretación del sueño.
República, guerra deshonrosa (como todas), urnas; vacío sin ideologías, solo frases tan frágiles como las mariposas.

Madrid, 9 de mayo de 2015.




11.Fenomenología  del undécimo sueño.

1.Encuadre y encaje.
Corrupción: “Acción y efecto de corromper o corromperse”.
Corromper: “Alterar y mudar la forma  de alguna cosa. / Echar a perder, podrir.// Sobornar. / Pervertir o seducir a una mujer. // Estragar, viciar, impurificar.// Molestar, fastidiar// Como forma intransitiva: Oler mal, heder.
(Ambas acepciones, tomadas del Diccionario Ideológico de Casares).
Según el diccionario etimológico de Corominas y Pascual, “corromper” deriva de “romper” (rumpere, verbo latino), y una derivada de romper es corromper (corrumpere, verbo latino). Es Berceo el primero en utilizar el término. Según estos mismos autores, Nebrija utiliza  “corrompimiento”, “corrompible”, “corrompido”. “Corrupto” es un cultismo.
Jacarandana: Reunión de rufianes o ladrones. / Lengua de los rufianes. (Según Casares)
Según Corominas y Pascual, “jacarandana” deriva de “jácara”, que es “romance o entremés breve, de tono alegre, en que suelen contarse hechos de la vida airada”. Y se deriva de “jácaro” (=rufián).
2. Fenomenología del sueño.
La sensación de caer en el vacío me despierta en medio de un escenario redondo, grande, con  un pequeño decorado en medio brutalmente iluminado. En la penumbra que los focos dirigidos al centro crea a su alrededor muchos, hombre y mujeres, fijos en su puesto, como si vigilaran algo, o lo guardaran; algunos llevan papeles en la mano; todos con traje de faena… política, no torera, aunque su estatismo imita un estatuario. Nadie se percata de mi presencia, y eso que voy vestido con un pijama de seda natural blanco, con ribetes rojos y azules; azulgrana, vamos.
Tras un evidente revuelo entre los “guardianes”, se dirige a la mesa del centro una mujer relativamente joven, vestida de mujer discreta y exageradamente maquillada; cuando los focos la iluminan, el maquillaje desaparece con por ensalmo. Se sienta,  deja un manojo de papeles en la mesa y conecta su portátil, encajado en mesa. Se yergue sobre su cintura, posa sus manos en la mesa, se quita unas greñas de la frente, y permanece inmóvil, con un gesto forzado, ladeando su hombro izquierdo, apretando los labios, forzando la apertura de sus párpados, girando un diminuto anillo en su mano izquierda. Nada de lo que la rodea, y ella misma,  parece en absoluto natural; todo está forzado, ensayado y memorizado; está fingiendo un papel, un rol.
En el proscenio se oyen frases, inenditificables pero audibles, pronunciadas con rapidez, con avidez; taconeos de mujeres y de hombres. Por los ruidos, parece que avanza un regimiento, pero no entra en el escenario. Solo una persona entra en la penumbra; saluda a algunos de los “guardianes” sin mirarles, y se dirige, lento, ligeramente inclinado desde la cintura, hacia la mesa del centro. Se sienta enfrente de la mujer; abrocha su chaqueta, coloca en su sitio la corbata, se reclina sobre el respaldo de la silla con brazos, levanta sus brazos y se masajea el cuello, con la mano derecha, a modo de peine, se descoloca las greñas de sus parietales, por encima de sus orejas, sin llegar a las sienes, ni rozar las patillas de las gafas.
Unos diminutos altavoces, que no alcanzo a identificar, demandan silencio en una sala en la que no se oye absolutamente nada. La mujer de la mesa saluda al hombre, dándole la bienvenida y agradeciendo su presencia en “este” programa de TV, cuyo nombre no recuerdo en esta hora de transcribir mi sueño. ¡Qué más da! Ya sé dónde he caído; un estudio de TV, una entrevista política; no, una entrevista a un político.
(Fuera de escena: Sé que en esta transcripción de mi sueño voy a entreverar información que no he soñado, pero que llevo ínsita en mi memoria tras haber visto bastantes entrevistas de este tipo. No sé, o no recuerdo, quién es la periodista ni quién es el político; pero voy a intentar reproducir fielmente mi sueño).
Periodista (PA): Estoy segura de que Ud. ha venido a este set muy preparado, y con unas cuantas ideas muy fijas en sus oídos y en su memoria, y se lo agradezco. ¿Cuántas horas ha dedicado, junto con sus asesores, a preparar esta entrevista?
Político (PO): Como Ud. sabe, y si no lo sabe lo tendrá entre sus notas, llevo más de treinta años en la política, y es difícil que encuentre alguna arruga en mi discurso. Porque para mí, la política es puro servicio a la comunidad, a esta entrevista le he dedicado un fin de semana completo.

PA: En ese largo fin de semana habrá tenido un hueco para pensar en cómo se puede reducir a cero la corrupción, le pregunto directamente: ¿Durante estos treinta años en la política, y en cargos muy relevantes de su partido y del gobierno, cuántas veces se ha arrepentido de no sajar de golpe la corrupción que le rodeaba?
PO: Sepa Ud. Srta. NN que hasta el jueves pasado, cuando me pasaron una copia del auto judicial del asunto xxx, no tenía ni idea de que hubiera corrupción en nuestro país, y menos en mi partido. Asombrado, dolido, quejumbroso, incluso indignado, ante una realidad que desconocía. Porque nunca habría imaginado que personas, de ninguna manera el partido entero, del partido POPA, en la oposición a mi gobierno, pudieran caer tan bajos cuando gobernaron nuestro país.

PA: No le pregunto por el asunto xxx, sino por el yyy, en el que están zambullidos algunos de sus ministros y las altas esferas de su partido, el PAPO
PO: Si se refiere a esos cotilleos que hace unos meses pretenden implicar a mi gobierno y a mi partido, repetiré una vez más que no tienen fundamento alguno. En el peor de los supuestos serían, o son,  asuntos privados, o bien asuntos públicos manejados por dos o tres ladrones que han defraudado a los  rectos e indiscutibles principios de mi partido, y por ello he dado instrucciones para que se les instruya un expediente, en principio solo informativo, hasta que se puedan evidenciar hechos, no digo  ya ilegales, sino únicamente faltos de ética y de moral ciudadana.
PA: Al hilo de sus palabras, y que conste que mi equipo no me había preparado esta pregunta, ¿cómo distingue entre ilegal y falto de ética ciudadana?
(En este mismo instante, el “guardián” que tengo a mi lado deja caer una carpeta al suelo. El ruido provoca que el realizador del programa encienda y dé paso a una cámara que enfoca la carpeta. Menos mal que yo sigo siendo invisible a todos los efectos, porque salir en la tele en pijama, y transparente, daría mucho que hablar).
(Este incidente da tiempo al político para pensar la respuesta, o para buscar un garabato con el que salir del paso. Uno de los guardianes le deja, fuera de imagen, un folio en la mesa).
PO: Son dos planos ideológicos diferentes, aunque en muchas ocasiones se fusionan en una unidad. Por otra parte debemos considerar que “ilegal” es todo, pero solo eso mismo,  aquello que las leyes prohíben. La ética ciudadana invade toda la actividad en sociedad de las personas, condicionando su validez y legitimidad la subordinación a los principios éticos que delimitan los derechos individuales, sociales y políticos de los ciudadanos.

PA: Sin discreción alguna, he observado que, por primera vez en  nuestra conversación, Ud. ha leído el papel que le han dejado en la mesa mientras la pantalla mostraba una carpeta en el suelo. ¿De verdad ha necesitado un apoyo, digamos, logístico, para responder a una pregunta sencilla, y hasta obvia, por mi parte?
PO: Pues sí, porque cuando se pone encima de la mesa la corrupción de mi partido me obsesiona ser muy preciso en las palabras que utilizo; pretendo no dejar resquicios a posibles interpretaciones falaces y malintencionadas. El más dolido, indignado y preocupado por el tema de la corrupción soy yo, porque la tengo dentro de mis propias filas según dicen los medios y algunos documentos policiales y judiciales. No quiero dejar pasar mi defensa insobornable de la presunción de inocencia de todos aquellos de mi partido que están siendo incluidos en estos turbios asuntos. Afirmo con rotundidad que esas personas nos han colado un goleada, y que yo conozco el resultado por los medios de comunicación. A mí, personalmente, nadie, nunca jamás, me señaló ningún indicio de corrupción en mi partido. He sido engañado por aquellas personas en las que deposité mi confianza.

PA: ¿Hasta qué momento de la investigación interna que ha ordenado mantendrá la presunción de inocencia?
PO: Hasta que exista una sentencia judicial que los declare culpables. Pero esto no es óbice para solicitarles que abandonen el partido y todos sus cargos  públicos, sobre todo, para que tengan tiempo para defender su inocencia ante los jueces; salvaguardando, insisto en ello, la presunción de inocencia.

PA: ¿Es la presunción de inocencia, entonces, una especie de salvoconducto para transitar al margen de la ética ciudadana, aun cuando los datos que se van haciendo públicos abren pústulas de corrupción?
PO: Por supuesto que no. Es la garantía de la que podemos disfrutar todos de que no nos condenarán judicialmente sin pruebas fehacientes que  demuestren la culpabilidad. De la mayoría, por no decir  de todas,  de las personas que están implicadas en asuntos de corrupción en los juzgados nunca podrá algún juez demostrar que no son inocentes.

PA: Sus últimas palabras me dan pie para otra pregunta que no tenía prevista. ¿Existe alguna diferencia en el mundo judicial entre “no ser culpable” y “ser inocente”?
PO: Bien. (Silencio; entrelaza los dedos de sus manos, carraspea). Si partimos de la presunción de inocencia, pues no, porque “no ser culpable” connota que los jueces no han encontrado pruebas de culpabilidad, luego es inocente; y “ser inocente”, puesto que se partía de la inocencia presunta, lo deja todo en su sitio, es decir, mantiene la inocencia inicial.

PA: Buen regate verbal. ¿También es un buen regate jurídico? ¿También es un buen regate político? Disculpe, pero me indican que debemos interrumpir nuestra conversación para “saltar” a publicidad. A la vuelta, en unos minutos, le repetiré mis preguntas; no lo dude.

Oigo un timbrazo, y me preparo para atender a la entrevista. ¡Vana presunción! Es mi despertador, que me saca del escenario y me deja con las ganas de comprobar cómo puede un político avezado enredarse entre los zarzales de la corrupción siempre que intenta salirse. Cualquiera sabe que, una vez estás enredado entre las zarzas, cualquier esfuerzo por escaparse lo único que consigue es un enredo aún más fuerte y grande.

3. Interpretación del sueño.
Con mucha libertad, y partiendo de que etimológicamente el verbo latino sumere significa tragar, podemos convenir en que “presunción de inocencia” puede entenderse como “tragarse que alguien es inocente” aunque todos, menos el juez, estén convencidos de que sí es culpable. Esta clase de presunción solo afecta y obliga al juez, no a los ciudadanos.
Papo (PA-PO, en la transcripción del sueño), en su última acepción, según el diccionario ideológico de Casares, significa “hablar con presunción o vanidad”. También se llama “papo” a la flor del cardo. A elegir, pues.

Madrid, 23 de mayo de 2015.





12.Fenomenología del duodécimo sueño.
1. Encuadre y encaje.
- Para eso están las escuelas, querido abate   -interviene amable el almirante -. Para educar a ese hombre nuevo.
- No hay escuela posible si no se levanta antes, en el mismo solar, un buen cadalso. (Pérez-Reverte, Arturo, Hombres buenos, Alfaguara, Barcelona, 2015, pág. 512).
•Los editores amenazan con denunciar a quien frene la ley educativa. El sector del libro teme perder parte de los 200 millones invertidos en manuales. (Titular de El país de 20.06.2015, pág. 22).
•Quizá los sueños son como son porque hay bastante remordimiento y autorreproche en la vigilia, en el tiempo vivido. Pero son siempre una fuente de consuelo. (Barnes, Julian, Niveles de vida, Anagrama, Barcelona, 2014, pág. 118).
•Homero se equivocó al decir: "Ojalá que la discordia desapareciera de entre los dioses y los hombres". Porque si tal cosa ocurriera, todas las cosas dejarían de existir. (Heráclito, citado en COLLINS, Randall, Sociología de las filosofías, Editorial Hacer, Barcelona, 2005. Página anterior al índice, al principio del libro, sin paginar).

No se muestra la grandeza por estar en un extremo, sino tocando los dos a la vez y llenando todo el espacio intermedio. (Pascal, Pensamiento nº 575).

2. Fenomenología del sueño.

Durante muchos años no he dejado de soñar, despierto, visiones que pudieran cambiar (o renovar, mejorar, rehacer, reinventar) el sistema escolar; creo  que nunca fui capaz de zafarme del marco vigente; en el mejor de los casos, no llegaba más allá de retocar o de añadir una pincelada; nunca encontré una vía abierta hacia algo nuevo distinto.

Anoche, esta noche pasada, he soñado algo nuevo. Mi sueño se ha circunscrito a un centro educativo –que hasta hace unos años, no pocos, se conocía como colegio, y colegio, etimológicamente es la reunión de profesores y alumnos- desconocido para mí; no recuerdo ninguna imagen que me retrotrajera al colegio en el que he trabajado unos veintiocho años.

Un edificio discreto, de dos plantas, con ventanales muy grandes, pero no alineados, como los de las cárceles, con el resultado de que las cuatro fachadas eran distintas, y, entre las cuatro, transmitían la ilusión de la improvisación. Los paramentos de las cuatro fachadas estaban pintadas de colores diferentes, vivos, y rompiendo cualquier rescoldo de geometría. 

Recuerdo de mi sueño que, una vez dentro del edificio, los pasillos no eran rectos, tampoco sinuosos; las puertas de las aulas no se veían, porque estaban escondidas en los entrantes de las paredes hacia las aulas, y a la vez rompían las líneas rectas de cualquier pasillo habitual en un colegio.

La paredes de los pasillos estaban pintadas por los alumnos; no eran paneles colgados; los alumnos pintaban en las paredes. Cada verano, según me dice la persona que me acompaña, se vuelven a pintar de blanco para que puedan seguir pintando en las paredes. Estas pinturas son trabajos que encargan los profesores; también pintan los profesores. Las paredes, las de los pasillos, y las de las aulas, a través de las pinturas y los trabajos allí escritos, son la historia de ese curso; más aún, según me indican, es una forma de comunicación entre todos.

Al salir del edificio, volví la vista atrás y no hay nada, ni acompañante ni colegio. Nada.

La fragmentación del conocimiento es un gran inconveniente para el aprendizaje académico de los alumnos, -enfatiza uno de los presentes. Somos doce personas sentadas en una mesa ovalada; seis son mujeres y seis somos hombres, y nos han asignado silla cumpliendo la regla “cremallera”. Mientras sigue argumentando sobre la fragmentación del conocimiento, caigo en la cuenta de que no sé quién empieza la cremallera, un hombre o una mujer, que es un debate que no ha entrado en la confección de las listas electorales; el día que comience este debate sobre el sistema cremallera, puede arder Troya.

Tengo delante, sobre la mesa, un documento que, como suele ocurrir en las convocatorias ministeriales para conocer la opinión de expertos o simples ciudadanos –ignoro si es una reunión de expertos o de simples ciudadanos de a pie-,  no se ha distribuido con tiempo para leerlo. Por su título, que no recuerdo, nos han convocado para poner las bases de un nuevo programa de trabajo académico desde los tres años hasta los dieciocho. Mirando fijamente al que interviene, pero fijamente a los ojos, porque lo tengo enfrente, mascullo en mi cerebro que si empezamos a debatir el tema desde la fragmentación, tenemos trabajo para varios años.

Los siguientes intervinientes van bajando desde las alturas, hasta planear suavemente sobre los temas concretos: lengua, matemáticas, inglés, etc. Estamos como siempre; así no va a cambiar nada. Me doy cuenta de que algo tendré que decir, y cuando me va a llegar turno, que ha ido corriendo desde la derecha del primero en hablar, sé que lo que quiero decir no tiene nada que ver con lo que estoy oyendo, pero doy los primeros capotazos.

Tendríamos que plantearnos comenzar desde el solar vacío, sin referencias previas. Comencemos, creo recordar que dije, por reconocer que el sistema escolar y su ordenación están diseñados a la medida de los adultos, no de los niños, ni de los adolescentes –que, dicho sea de paso, es una etapa vital “encontrada” cuando los niños dejaron de trabajar-, ni de los jóvenes. Sin nada que resaltar, cuando terminé mi intervención, corrió el turno con la misma placidez reinante tras las anteriores intervenciones.

Llevábamos sentados un par de horas. Me levante pata dar un paseo por el pasillo; ya no sabía cómo sentarme. A los pocos volvía a la sala, al abrir la puerta no puede ver nada; estaban apagadas las luces, no había nadie, no había muebles. Nada.


Tecleando el identificador para sacar mi tarjeta de embarque vía Bruselas, compruebo que en la máquina de mi izquierda está el Sr. Wert, que ya no es ministro, que no volverá a su puesto de tertuliano, y supongo que está buscando su tarjeta de embarque para viajar a París. Todavía no es oficial su nombramiento como embajador de España ante la OCDE, donde le espera su amada y los preparativos de boda.

Pienso para mis adentros, sin traslucir  siquiera que lo reconozco, que esa boda es un importante motivo para pedir la baja en un equipo que está acabando su temporada, pero, sobre todo, porque debe sentirse responsable del desaguisado que ha montado en la escolarización de las españolas y españoles desde los tres años hasta concluir el master; total, unos veinticinco años de la vida de los jóvenes de España que optan por cursar hasta el final de los estudios universitarios, que, si no me falla la memoria son solo millón y medio.

Como responsable, eso debe sentir, da cuenta pública de sus errores abandonando el barco, y para que puedan nombrarle embajador, Rajoy ha tenido que cesar el actual, enviándole a otra embajada, y cesando el titular de ésta. No es encaje de bolillos; es buscar sitio al ministro que, pretendiendo mejorar la calidad del  sistema escolar, ha conseguido que todos se opongan a su idea de calidad del sistema escolar,  a pesar de que corren por ahí miles de definiciones de la calidad del sistema escolar y, sobre todo, de cánones para medirla.

El taconeo de la vecina del piso de arriba entreabre mis ojos, doy media vuelta en la cama; no estoy  en el aeropuerto, tampoco Wert está a mi lado ni, al despertarme, recuerdo nada más del sueño. Nada.

3. Interpretación del sueño.

Nada. Nadie.

Madrid, 22 de julio de 2015.