viernes, 20 de mayo de 2016

Fenomenología del décimo séptimo sueño.

Fenomenología del décimo séptimo sueño.

1. Encuadre y encaje.
El Libro de Daniel. Historia de la casta Susana y el juicio de Daniel.
• El nivel de democracia de una nación, hoy, se mide por la independencia y actividad de la justicia.
• (…) porque a todo el que tiene le será dado, y tendrá en abundancia; pero el que no tiene, aun lo que tiene le será quitado. (Mateo, 25, 14-30).

2. Fenomenología del sueño.
Profundamente dormido. Es el primer recuerdo que me viene a la memoria del sueño de esta noche, junto con retazos de lo soñado. ¿Cómo y por qué recuerdo, junto con partes del sueño, haberlo tenido mientras dormía profundamente? ¿He soñado que dormía profundamente? Estoy seguro de que he dormido, porque cuando me he despertado entraba el sol por una rendija de la persiana.

Lo cierto es que he soñado ver en una multipantalla el devenir de los numerosos casos de corrupción entre los que nos vemos enredados todos los días; recuerdo haber sentido, en el sueño, la sensación de que iba apartando con los pies miles, quizás millones, de legajos, al igual que apartamos hojas de los árboles que el otoño ha dejado caer al suelo.  En el rincón de la esquina de debajo de la pantalla, a la izquierda, recuerdo haber asistido a vistas públicas de asuntos penales que no versaban por ninguna corrupción; eran asuntos penales de menor importancia, pero penados en el Código muy fuertemente. Seguramente por herencia del derecho romano y la codificación napoleónica, en cuyos entresijos se defendía, sobre todo, la propiedad privada (sacrosanta, para algunos); asuntos en los que el propietario era el demandante, perfectamente identificado por su aspecto físico y por su talante, sentado en el lado de la acusación; el acusado, triste y cabizbajo estaba pensando que en la cárcel comería todos los días y dormiría en una cama.

Seguir alguno de los asuntos que la multipantalla presentaba, imposible; porque el ir y venir de todas las partes implicadas era continuo; coches que se acercaban al juzgado, personas que entraban y  salían con papeles en la mano, fajos de papeles. En ningún otro rincón de la multipantalla se asistía a una vista en regla y forma. En alguna de las pantallas era evidente el interés en fijar el paso del tiempo; recurrían a formas muy antiguas que el cine ya había abandonado: figurar el correr de los años resaltando los numerales de los mismos. No era posible  enterarse con certeza de los asuntos reales que  se investigaba en cada jugado de instrucción. Pasaban los años, y no se acababa la instrucción de ninguno. La incomprensión de lo que aparecía en pantallas era algo que no ocurría por casualidad; era una forma de desdibujar la realidad.

Para unos la justicia actuaba con celeridad, resolvía en pocas sesiones públicas, se fallaban las sentencias en plazos muy breves, y el cumplimiento de las mismas era, en la pantalla, inmediato. El peso de la justicia. Para la mayoría  de los otros asuntos, los de corrupción política y financiera, el avance era lento, con muchos meandros naturales o forzados por las defensas. Creo recordar que he soñado la existencia de muchas conexiones personales, de intereses, de cercanía política entre los actores; o por lo  menos, eso deducía yo de lo que veía en las pantallas.

Me removí en la butaca, butaca de espectador, y entreví una segunda multipantalla detrás de la primera, que permitía traslucir, con algo de confusión, otras escenas fuera de los juzgados. Los actores, a simple vista eran los mismos, pero vivían días normales en cafeterías, despachos, restaurantes, coches oficiales, ascensores, paseando por grandes almacenes, esperando a alguien sentados en bancos de la calle. En la pequeña pantalla del rincón izquierdo de la multipantalla seguían los asuntos a ritmo más que frenético; robos en supermercados, rateros del metro, golpes de coches, mujeres maltratadas, despidos colectivos, recursos contra la administración por impago de pequeñas facturas, peleas callejeras, ofensas a la autoridad (la que sea), etc.

Detrás de la segunda multipantalla, una tercera rememoraba la corrupción de decenios anteriores. Y había más multipantallas, una detrás de otra. Pero la pequeña pantalla del rincón izquierdo solo permanecía encendida en la primera; esa era la actualidad. Todo lo demás iban pasando a la historia de no sé qué asuntos, porque se iban olvidando, dejando rastros cada vez más difuminados. Seguramente porque su complejidad invitaba a recorrer vericuetos reales y legales, para, al final, no llegar a ningún sitio; como mucho a algún asunto fiscal de poca monta que acababa endilgado a cualquier currante de segunda fila.

De vez en cuando, en alguna de las multipantallas que podía percibir, porque otras muchas se perdían en el sinfín del espacio, tintineaba la luz de una pantalla que, además de aumentar, permitía escuchar, aunque no entender; hablaban, sí, y yo oía las palabras diferenciadas, pero no entendía nada; era la locura de la locuacidad sin sentido. En otras ocasiones veía que los personajes movían los labios, pero no escuchaba nada, porque, seguramente, no habían dicho nunca nada. En otras ocasiones este mismo fenómeno ocurría con la pantalla del ángulo inferior izquierdo del primer panel de multipantallas; aparecía un personaje, que llenaba toda la pantalla, y soltaba unas frases memorizadas detallando lo que se debía hacer para acabar con la corrupción; pero esos discursos no se escuchaban en el resto de las pantallas, que seguían a su ritmo lento, pausado y pautado, para acabar en los papeles de las historias que ya nadie recordaría. Se olvidaban no porque pasara el tiempo, sino porque otras historias de corrupción nuevas ocupaban las pantallas de asuntos trasnochados.

Cuando me desperté esta mañana, además de lo relatado, me vinieron a la cabeza las tres citas del encuadre de este sueño. A lo largo del día, hasta que me he puesto a transcribir este sueño, han ido apareciendo en mi memoria otras muchas citas referidas a la corrupción y a la justicia. Ya despierto, creo que ambas se creen sordas, ciegas y mudas, y en eso se equivocan, porque les vemos en escena, y asistimos a las narraciones de los hechos; lo más importante, no nos dejan mudos, que es la aspiración de los corruptos y de los injustos.

Madrid, 19 de mayo de 2016.