viernes, 17 de julio de 2020

N -3. Reflexión sobre la pandemia del coronavirus y la enfermedad COVID19.


Ayer, jueves 16 de julio de 2020, cuatrocientas personas representaron a millones de españoles en un acto civil (excepto manifestaciones, es el primer acto civil organizado por el Estado), sin obispos y sus capisayos, y sin hisopos e incensarios, para recordar y decir adiós a todas y todos los muertos por la COVID 19, y para agradecer a miles, muchos miles, de españoles su trabajo regular durante el confinamiento y después del mismo para que la nación siguiera en marcha.

Salvo la intervención de Felipe VI, las dos efectuadas por dos personas de la sociedad civil tuvieron un tono elegíaco, perfectamente adaptado al acto en el que hablaron. El renacer de la civilidad, que atrajo también a todas las confesiones religiosas, pero colocadas en su escalón social, dejó en la papelera cualquier referencia a un estadio posterior al fallecimiento que edulcora el luto, igualó a los civiles y a los políticos en el protocolo, los círculos concéntricos -sin estrados especiales- igualó a todos los presentes, y por ello a todos los ciudadanos.

Tertuliano dejó escrito que el cielo -esa opción posterior al fallecimiento que aparece en todos los actos de difuntos cristianos- era el reino de Dios, por supuesto, y disponía para gozo de los bienaventurados de una terraza a la que asomarse para ver, en el fondo, el sufrimiento de los condenados al infierno. Se cuente como se cuente la realidad del reino de Dios tras el Juicio Final, y del que ya disfrutan los bienaventurados tras su muerte, nunca podrá reducir a un valle de lágrimas la vida de hombres y mujeres. Nuestra realidad es, sobre todo, una vida llena de ilusión y de ganas de vivir hasta el último segundo.

El silencio del acto de ayer, solo roto por la música y por la palabra -elegías, solo dos, unos, pocos, versos, y un parlamento de circunstancias del rey de España-, guardará siempre en la memoria la muerte indiscriminada de más de veintiocho mil compatriotas, y reivindicará que no ha habido héroes, sino personas; ambos desde mediados de febrero de 2020, un mes antes del decreto de alarma, aunque no entren en las estadísticas.

Entran en las estadísticas sí, en este caso casi a  pie forzado, los desencuentros de parte, minoritaria por cierto, de la población española, tengan o no permiso de residencia, unos por ausencia no excusada de conciencia social y otros por injusticia de la vida, que incrementan  diariamente el número de contagiados por coronavirus, poniendo en peligro inminente los márgenes de libertad de movimientos que podemos disfrutar y, sobre todo, la vida de centenares de compatriotas, que siguen incrementando el total de fallecidos.

El llanto por los fallecidos y el respeto -o miedo- a la pandemia vigente, serán hueros si quedan enterrados en el Patio de Armas del Palacio Real de Madrid.

 

Eduardo Ferrer Grima.

Madrid.

17.07.2020

Siendo las14:43.

 


viernes, 10 de julio de 2020

N -2. Reflexión sobre la pandemia del coronavirus y la enfermedad COVID19.


Hace tres o cuatro días volví a pasar por la dos esquinas que forma la calle Apolonio Morales al cruzarse con el Paseo de la Habana. Durante los meses de calor, en la acera de la derecha. porque hay sombra, y durante los meses de otoño e invierno en la acera de la izquierda, porque hace un buen sol, solía, en los años anteriores a la pandemia  provocada por el coronavirus, asentarse un mendigo (¡qué digo!, seguramente esta calificación no sea correcta políticamente; ¿valdría "persona excluida socialmente que ha optado por acudir a la compasión y piedad de sus compatriotas" para armar un ecosistema con el que subvenir a sus necesidades básicas: comer, vestirse, etc.? ¿o resultaría mas aceptable para los garantes de lo políticamente correcto "persona que ha aceptado la condición temporal de mendigo para poder subvenir a...? ¿incluso sería mejor "persona que, por circunstancias socio-económicas varias, ha llegado a verse socialmente excluida", y recurre, forzado por las circunstancias, a la mendicación para subvenir a...?

Sea lo que sea más correcto para no incomodar a quienes se han erigido en censores léxicos, que se ocupan de que usemos unos términos que, sin obviar la realidad, marcan pautas para que la denominación de  la realidad, en este caso la de un pobre mendicante, no resulte ofensiva o denigrante para la propia persona mendicante, y a la vez (pura ironía hasta el final de este párrafo. Lo aclaro para evitar interpretaciones ajenas a mis intenciones)  pueda ser  objeto de estudio sociológico con el fin de delimitar la dimensión numérica de esta personas, su distribución geográfica, las causas que determinan la exclusión social, los aspectos psicológicos que contribuyen a esa misma exclusión, qué procesos de formación podrían ayudar a salir a esta personas de la situación social en la que han caído (por eso deben asumir una parte importante de responsabilidad, como defienden muchos economistas y millonarios), qué organismos podrían o deberían hacerse cargo de diseñar diferentes escenarios de tratamiento político-asistencial, etc., hasta llegar a pergeñar un presupuesto económico, incluyendo qué organismos deberían administrar esos fondos, con la máxima transparencia. Esta transparencia debería afectar a la libración de fondos, a las características personales de las personas afectadas que darían derecho a entrar en los programas finalmente aprobados, al número real finalmente atendido, a los resultados de las actuaciones, a la clarificación de las personas elegidas que abandonan el programa y por qué. A lo largo de las actuaciones deberían modificarse, con flexibilidad, las previsiones irrealizables, las previsiones erróneas, y cualquier otro extremo que necesite aclaración, rectificación o modificación.

Que consten estas precisiones, para que pueda relatar lo que yo veo evitando todos los riesgos de olvidarnos de esa persona que pide limosna para poder vivir. En primer  lugar, recordaré que esta persona de la esquina de la calle Apolonio Morales, me permitió seguir la evolución económica de todo el país. Inicialmente esta persona se sentaba en el suelo, rodeado de sus pocos enseres; unos meses después me lo encontré sentado en una silla de tijera; un tiempo después, sentado en un sillón confidente de despacho; pasados otros meses su estatus descendió a una silla de jardín, para, tras otro tracto temporal largo, con gran pesar mío había  vuelto al suelo. Mis comentarios durante cada cada época hacían coincidir el estatus sedente del pobre mendigo con la marcha económica del país (según Jellinek, País es un término de derecho político, que acuña el autor,  que diferencia de Estado -o Imperio-,  de municipalidad  y de estado federal, a entidades políticas que no se ajustan a la doctrina oficial). No repetiré dichos comentario porque pueden leerse en este mismo blog.

Añado, ahora, cuando convivimos, oficialmente, con el virus y la enfermedad COVID 19, que el pobre mendicante ya no está en ninguna de la dos esquinas de la calle Apolonio Morales, en su cruce con el Paseo de La Habana. Ignoro qué haya podido ser de él, pero la realidad es que ya no está donde durante unos años apuntaló su vida. El hecho constatado de su no estancia, y obviando las variables de su propia realidad, me da pié para confirmar que la pandemia en la que vivimos sí está modificando la vida de mis compatriotas. La modificación más evidente y dolorosa es la muerte de miles de ellos; evidente también que millones de compatriotas están en el paro laboral; evidente también que un porcentaje muy alto de los tres millones acogidos a un ERTE tiene grave riesgo de acabar en el paro laboral; evidente también que un 30% de mis compatriotas-según Intermón- está al borde de la exclusión social; las colas para recibir comida evidencian que un 26% de compatriotas no tiene otro modo de acceder a la comida; también parece evidente que el mundo laboral puede transformase radicalmente si el teletrabajo se generaliza y los contratos laborales hoy legales van perdiendo vigencia por la fuerza de los hechos, cuando muchos puestos de trabajo se conviertan en autónomos, y no necesariamente deberán ser mis compatriotas quienes los desempeñen.

Como muchos de los escribidores como yo, sé contar lo que veo y lo que -ojalá con error absoluto-  intuyo para los días, semanas, meses, años, quinquenios y decenios. Pero no tengo ni propuestas ni respuestas. Esta pobreza intelectual mía, me duele mucho, y son este dolor y pena los que me empujan por los traseros de mi conciencia a escribir que, junto con las charlas con los amigos y familiares, es lo único que ahora sé hacer. A lo mejor, si la sociedad civil se ahorma y decide a actuar con criterio y fuerza frente al Leviatán para que modifique y asegure los apoyos que necesitan todas las personas en este estado de las cosas - de la res publica- me sentiré con fuerzas para, junto con todos, forzar al Leviatán a hacer realidad un mejor estado de bienestar, unas estructuras financieras y fiscales nuevas y eficaces para todos (para el bien común), para expandir la justicia social con todo su esplendor.

Madrid, a las 7:48, del día 11 de julio de 2020.