miércoles, 22 de febrero de 2017

Fenomenología del decimonoveno sueño.

1. Encuadre y encaje.

  • Calidoscopio. Realidad virtual.
  • La Nit del Foc. El ruido de la guerra hecho pura fiesta.
2. Fenomenología del sueño.

Hace unos minutos, mientras me estaba afeitando, una de las bombillas ha cascado tras un fogonazo; ya veré más tarde qué ha pasado, y en el mejor de los supuestos la repondré con una nueva. Lo que más me ha despertado, metido de lleno en el aburrimiento de pasar y repasar la maquinilla por la barba, ha sido el recuerdo de otros fogonazos de un sueño olvidado, que creo haber vivido hace unas semanas, y que estaba en el olvido. Sí, yo creo que los sueños se viven; son la muestra de que dormir no es una forma alternativa de morir un poquito, o durante un rato, y el despertar es volver a la vida. Malas metáforas.

Recuerdo que al despertarme viví sensaciones -no sentimientos- dispares y ruidosos. No consigo recordar ni la trama ni los tiempos del sueño, y no es porque han pasado unas semanas, que no es poca razón, sino  porque aquella misma mañana ya tuve muchas dificultades para recordar tramas y tiempos. Fue, quiero creer, un sueño muy nuevo, que no tenía parentesco alguno con todos los que he tenido en la vida.

Muy nuevo o muy distinto. Muy nuevo, prefiero. Intentaré narrar los recuerdos inconexos, pero no difuminados. A medida que escribo parece volarse el velo del olvido. Confío en que la suerte me permita reconquistar aquel sueño.

Recuerdo que cuando desperté, hace unas semanas, lo hice porque una luz blanca e intensa, pero breve, como un fogonazo, me hizo abrir los ojos a la oscuridad de la habitación. Encendí la lamparilla, y no conseguí ver los muebles de la habitación; el fogonazo me había nublado la visión. Hurgando entre los confusos recuerdos, he recuperado ahora mismo otro cuadro del sueño; antes del fogonazo estuve admirando un loco juego de colores, que ahora todavía no le encuentro sentido. Quizás fuera algo muy parecido al juego del calidoscopio; pero esos colores que jugaban con mis ojos dormidos no eran geométricos, ni se asemejaban a cristalitos que recomponen figuras a medida que se gira el calidoscopio. No estaban encajados en un tubo que mis manos mantenían.

Mis manos. Es la primera vez que recuerdo mis manos y mis dedos de la mano haciendo algo durante un sueño; las tenía a la altura de los oídos, y uno de mis dedos taponaba la audición,o por lo menos, la suavizaba, porque era muy fuerte el estruendo. En el juego de colores que estaba viendo predominaba el rojo anaranjado; también me picaban los ojos a causa del humo que me estaba rodeando; no olía a pólvora. Eran bombas explotando, o explosionando. Pero estaba solo, y las bombas debían de ser de juguete, porque ni rompían nada ni mataban a nadie. ¿Simplemente estaba soñando un bombardeo cinematográfico, que es el único que he visto en muchas películas?.

Estoy recuperando el sueño desde la escena final hacia atrás; es como si el sueño fuera un tobogán, y yo lo estoy subiendo en vez de deslizarme por él hacia abajo. Duro esfuerzo subir de frente un sueño, que ahora recupero, como si fuera un tobogán. El tobogán, bueno, el sueño, no es una subida recta, hay curvas a derecha y a izquierda; en las curvas es más fácil mantenerse asido sin riesgo de resbalar hacia el principio del sueño.

Creo que los sueños son, existen en nuestro cerebro al igual que damos existencia a todo lo que vemos despiertos. Se olvidan, cierto; pero ¿caducan?, porque si caducan no fueron sueños sino anhelos. El sueño que estoy intentando reconstruir es distinto, o ignoro qué cosa sea, porque no son secuencias, no son hechos, no son carreras sin fin, no son soluciones mágicas para conflictos antiguos. ¿Será un sueño de verdad? ¿Estoy construyendo un sueño, mientras estoy despierto, a partir del fogonazo de la bombilla de mi cuarto de baño? ¿Existió? ¿Fue?.
Sigo retrotrayéndome, sigo subiendo el tobogán. Recupero -o, ¿me la estoy inventando?-  otra secuencia. Saco un pañuelo del bolsillo y me vacío, con estruendo, mis narices, hace unos días que estoy constipado. Huelo a pólvora, a la pólvora de los fuegos de artificio, pero no hay figuras en el cielo; sí, ahora chisporrotean de nuevo los juegos de colores en el fondo nuboso del cielo sin estrellas. Mientras siguen los fuegos de artificio, sin dejar de oírlos, miro a mi alrededor e identifico personas en la oscuridad que los petardos iluminan fugazmente. Sus caras, mal iluminadas y con sombras en los recovecos de las narices, de las orejas, de los ojos, de la barbilla, de las arrugas de los más mayores, responden, mientras parece que disfrutan del espectáculo, al estruendo, a la luz y a olor a pólvora con gestos que objetivamente denotan terror; el mismo terror que en las películas se ven en las caras de las personas que están bajo el bombardeo. Las personas que me rodean están de fiesta; las personas bajo bombardeo saben que están al borde de morir, de ser asesinadas.

Mi memoria hace ya muchas horas que no me devuelve nada más de un sueño que fue, pero que ya no existe; solo unos pocos datos, los narrados, me confirman que soñé, que esa noche también soñé.

Ya ha amanecido, y el sol brilla sin nubes en el cielo. Estoy despierto, ya he terminado la diaria tarea de "asearse" para salir a la calle. No se me va de la cabeza el sueño que transcrito lo mejor que he sabido, y lo sigo trasteando en la memoria mientras me cruzo, en la calle, a mucha gente que camina, supongo con un destino concreto. Como casi todos los días, yo divago paseando y pensando. Cuando consigo que mi cabeza quede en blanco y quieta, es cuando me empiezo a fijar en las personas con las que me cruzo y a las que adelanto. Las caras mañaneras, eso es lo que más me interesa. Son caras perfectamente iluminadas por el sol, no como las del sueño, todas, las que disfrutan de los fuegos artificiales y las que temen morir bajo el bombardeo.

Entre esas caras mañaneras, las de hoy, hay una mayoría que pretenden ocultar ¿sus preocupaciones? ¿sus conflictos? ¿sus miedos?. Son caras que se asemejan a las de los bombardeos fotografiadas y  tras montaje en las películas. Porque he visto en periódicos y televisiones caras que de verdad están bajo un bombardeo, y no tiene nada que ver con las de mi sueño ni con las de las películas. En la vida de verdad, en una guerra de verdad, las caras reflejan pánico. En la vida real de los que son bombardeados, en la vida real de los que se tiran al mar con chalecos de color y en barcas de colores, no hay calidoscopios ni nits del foc. Hay pánico y anhelo de salvarse. Están jugando a la lotería de la muerte violenta y anónima. 





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