Fenomenología
del vigésimo segundo sueño.
1. Encuadre
y encaje.
·
Desnudo(s).
·
Separats
per collons. No es una candidatura, es una enrabiada.
2. Fenomenología
del vigésimo segundo sueño.
Al llegar a la Plaza de Castilla,
en la equina del Canal de Isabel II, giré a la derecha, entrando en la calle
Mateo Inurria, porque si hubiera paseado por la otra acera, la de los impares
del paseo de la Castellana, habría llegado a los Juzgados, esquina que acumula bastante policía en la
misma acera, y girando a la izquierda, por la calle Bravo Murillo, suele haber
a esas horas bastante ir y venir de muchas personas.
Nada más entrar en la calle de
Mateo Inurria, sin dejar de andar, empecé a quitarme la ropa que llevaba
puesta, poco a poco, sin prisa. Recuerdo que en este momento del sueño, si es
que los sueños son temporales, me dejaba llevar por un impulso instintivo; no respondía a un plan
previsto; tampoco estaba sorprendido por acabar, a los pocos metros, solo con
los calcetines y los zapatos. Estaba desnudo, y no tenía frío, andaba por la
acera con brío y bastante altivez, mirando al horizonte, para comprobar los gestos de las personas que me adelantaban
por detrás y la cara y los gestos, incluso aleteando las manos, de las personas que encaraba de frente.
U n par de horas después de
despertarme, creo recordar que andaba contento, porque ya no era yo quien
miraba a las personas con las que me cruzaba. Por fin eran ellas las que
quedaban, por lo menos, absortas ante la naturalidad con la que una persona andaba
desnuda por la calle. Ninguna de ellas aminoraba la marcha, ni giraba la cabeza
al cruzarse conmigo. Eran ellas los que bajaban la mirada en un gesto de pudor
que yo no necesitaba. Al contrario, buscaba con ilusión mirarles a los ojos.
Ya despierto, no guardo ningún
recuerdo de por qué, en sueños, decidí esta actuación. Porque era una
actuación, como otras muchas que hacemos todos los días de nuestra vida. No son
las mismas todos los días, ni las mismas en todos los ambientes y círculos que
frecuentamos. Nunca había soñado ésta, ir desnudo por la calle con toda
naturalidad. Pero, eso sí, era el blanco de todas las miradas, y no por eso
surgió de dentro ningún deseo de exhibicionismo; creo recordar que lo estaba
haciendo porque sí.
Los sueños son complejos, contradictorios,
insospechados; seguramente atemporales y no secuenciales, como sí aparecen con
esas características al recordarlos, y, sobre todo, al contarlos. Porque al
recordarlos, nuestro cerebro pone orden en ellos y los recompone para
ajustarlos a los parámetros de cada soñador. Por eso un sueño contado nunca
reproduce de verdad el sueño tal cual entró en
nuestra vida dormida.
Creo recordar que uno de los deseos
más fuertes en ese paseo nudo de ropa, era que en un arranque decisivo e irrefrenable,
todas las personas con las que me cruzaba, tomasen la misma decisión que yo.
Todos desnudos por la calle. Una forma de empezar a poner orden y cambio en las
cuestiones que nos preocupan.
No recuerdo ya en qué momento ni en
qué tramo del paseo, y no sé cómo ni por
qué, a la misma velocidad con la que me desnudé, empecé a poner cada pieza en
su sitio. Tampoco puedo recordar cómo, de repente, fueron apareciendo con todo
orden los calzoncillos, la camisa, los pantalones, el jersey, el cinturón, una
bufanda, el chaquetón y los guantes. Hacía frío.
Al girar a la derecha para embocar
la Avda. de Pío XII, me dio de lleno en los ojos un sol entero. El sol en la
cara y en el cuerpo entero, ya vestido, más que ese tramo es cuesta arriba, me
permitió, no seguir andando, sino avanzar sin mover las piernas, como transportado
en volandas, a solo unos centímetros del suelo de la acera; nadie de los que me adelantaron o se cruzaron
conmigo bajó la vista a mis pies. Si por casualidad lo hubiera hecho una sola
persona, la que se habría armado.
Así, con esta deuda que el sueño
tiene conmigo por no descubrirme esa última posibilidad, se acabó el sueño, o
creo recordar que así se acabó, porque, sobre todo, no recuerdo nada más.
Aquí acaba la redacción de lo que
en el paseo de esta mañana, unos días después de haber soñado mi desnudez
deambulando, he sido capaz de recordar, y al legar a casa redactarlo. Tres niveles
por ello mismo; el sueño de hace unos días, mis recuerdos durante el paseo de
esta mañana, y la redacción. ¡Cuántos detalles se me olvidaron, cuántos me
hurtó el decoro defendido por mi cerebro, cuántos fueron mal traducidos al
elegir las palabras de esta redacción!
Hace muchos sueños que renuncié a
su interpretación. En esta ocasión se me ha ocurrido un final consciente, y
hasta razonable, que es una frase versionada: “Somiat per collons. No es una candidatura. Es una enrabiada”.
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