sábado, 18 de noviembre de 2017

Fenomenología del vigésimo segundo sueño.



Fenomenología del vigésimo segundo sueño.


1. Encuadre y encaje.

·       Desnudo(s).
·         Separats per collons. No es una candidatura, es una enrabiada.

2. Fenomenología del vigésimo segundo sueño.

Al llegar a la Plaza de Castilla, en la equina del Canal de Isabel II, giré a la derecha, entrando en la calle Mateo Inurria, porque si hubiera paseado por la otra acera, la de los impares del paseo de la Castellana, habría llegado a los Juzgados,  esquina que acumula bastante policía en la misma acera, y girando a la izquierda, por la calle Bravo Murillo, suele haber a esas horas bastante ir y venir de muchas personas.

Nada más entrar en la calle de Mateo Inurria, sin dejar de andar, empecé a quitarme la ropa que llevaba puesta, poco a poco, sin prisa. Recuerdo que en este momento del sueño, si es que los sueños son temporales, me dejaba llevar por  un impulso instintivo; no respondía a un plan previsto; tampoco estaba sorprendido por acabar, a los pocos metros, solo con los calcetines y los zapatos. Estaba desnudo, y no tenía frío, andaba por la acera con brío y bastante altivez, mirando al horizonte, para comprobar  los gestos de las personas que me adelantaban por detrás y la cara y los gestos, incluso aleteando las manos,  de las personas que encaraba de frente.

U n par de horas después de despertarme, creo recordar que andaba contento, porque ya no era yo quien miraba a las personas con las que me cruzaba. Por fin eran ellas las que quedaban, por lo menos, absortas ante la naturalidad con la que una persona andaba desnuda por la calle. Ninguna de ellas aminoraba la marcha, ni giraba la cabeza al cruzarse conmigo. Eran ellas los que bajaban la mirada en un gesto de pudor que yo no necesitaba. Al contrario, buscaba con ilusión mirarles a los ojos.

Ya despierto, no guardo ningún recuerdo de por qué, en sueños, decidí esta actuación. Porque era una actuación, como otras muchas que hacemos todos los días de nuestra vida. No son las mismas todos los días, ni las mismas en todos los ambientes y círculos que frecuentamos. Nunca había soñado ésta, ir desnudo por la calle con toda naturalidad. Pero, eso sí, era el blanco de todas las miradas, y no por eso surgió de dentro ningún deseo de exhibicionismo; creo recordar que lo estaba haciendo porque sí.

Los sueños son complejos, contradictorios, insospechados; seguramente atemporales y no secuenciales, como sí aparecen con esas características al recordarlos, y, sobre todo, al contarlos. Porque al recordarlos, nuestro cerebro pone orden en ellos y los recompone para ajustarlos a los parámetros de cada soñador. Por eso un sueño contado nunca reproduce de verdad el sueño tal cual entró en  nuestra vida dormida.

Creo recordar que uno de los deseos más fuertes en ese paseo nudo de ropa, era que en un arranque decisivo e irrefrenable, todas las personas con las que me cruzaba, tomasen la misma decisión que yo. Todos desnudos por la calle. Una forma de empezar a poner orden y cambio en las cuestiones que nos preocupan.

No recuerdo ya en qué momento ni en qué tramo del paseo,  y no sé cómo ni por qué, a la misma velocidad con la que me desnudé, empecé a poner cada pieza en su sitio. Tampoco puedo recordar cómo, de repente, fueron apareciendo con todo orden los calzoncillos, la camisa, los pantalones, el jersey, el cinturón, una bufanda, el chaquetón y los guantes. Hacía frío.

Al girar a la derecha para embocar la Avda. de Pío XII, me dio de lleno en los ojos un sol entero. El sol en la cara y en el cuerpo entero, ya vestido, más que ese tramo es cuesta arriba, me permitió, no seguir andando, sino avanzar sin mover las piernas, como transportado en volandas, a solo unos centímetros del suelo de la acera;  nadie de los que me adelantaron o se cruzaron conmigo bajó la vista a mis pies. Si por casualidad lo hubiera hecho una sola persona, la que se habría armado.

Así, con esta deuda que el sueño tiene conmigo por no descubrirme esa última posibilidad, se acabó el sueño, o creo recordar que así se acabó, porque, sobre todo, no recuerdo nada más.

Aquí acaba la redacción de lo que en el paseo de esta mañana, unos días después de haber soñado mi desnudez deambulando, he sido capaz de recordar, y al legar a casa redactarlo. Tres niveles por ello mismo; el sueño de hace unos días, mis recuerdos durante el paseo de esta mañana, y la redacción. ¡Cuántos detalles se me olvidaron, cuántos me hurtó el decoro defendido por mi cerebro, cuántos fueron mal traducidos al elegir las palabras de esta redacción!


Hace muchos sueños que renuncié a su interpretación. En esta ocasión se me ha ocurrido un final consciente, y hasta razonable, que es una frase versionada: “Somiat per collons. No es una candidatura. Es una enrabiada”.

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