La COVID 19 me -ignoro si llega a ser "nos"- ha cambiado la vida; con más precisión, ha trastocado los modos y ritmos de mi vida diaria, semanal, mensual y anual. Es verdad que esos giros y cambios han ocurrido casi subrepticiamente, se han colado en mi vida casi de rondón. Hay que recodar cómo vivía hasta el 8 de marzo de 2020, y como lo hago ahora.
Todos esos cambios han sido, en gran parte, asumidos sin opción, porque hay que defenderse del coronavirus y de la enfermedad que induce. El principal cambio es éste que acabo de enunciar: defenderse.
Hace unos cuantos años para salir de casa, además de vestirme, no podía olvidar las llaves de casa, la cajetilla de tabaco y el mechero. Hace ya muchos años que no necesitaba el tabaco y el mechero. Hoy no puedo olvidarme de la mascarilla y del gel hidroalcohólico. Solo uso dos tipos de mascarillas; la KN95, que dentro de unos días quedará prohibida en la UE y sustituida por la FFP2, si tengo previsto entrar en supermercado, en el mercado o en otras tiendas, y la quirúrgica si estoy seguro de que solo salgo a hacer marcha para mantener la masa muscular.
La marcha matinal ha cambiado. Para empezar busco recorridos en los que haya poca densidad de población en las aceras. También vigilo no ir detrás, relativamente cerca, de una o unas personas, huyendo de los restos de saliva que puedan ir dejando en el aire. Lo que antes de esta pandemia era un agradable acto de recreo, hoy entra en el paquete de defensa frente al virus.
Antes de la pandemia para ir a tomar unas cañas con amigos, salir a cenar con ellos, ir al cine con mi mujer, la misma marcha matinal, ir tranquilamente al mercado o al supermercado, no requería precauciones, salvo llevar dinero y las llaves de casa.
Muchas tardes, casi todas, de la semana, las dedicaba a leer, pero tenía abierta la posibilidad de muchas alternativas igualmente culturales y satisfactorias, y optar por estas segundas requería solo adquirir las localidades. Desde el 9 de marzo de 2020 solo me queda la lectura y la música.
Mi mujer y yo hemos disfrutado de un mes de veraneo en dos sitios distintos. La solución en ambos: crear una burbuja. En Jávea hemos sido ocho personas convivientes, en tres chalets, y nos lo hemos pasado muy bien, pero dentro de la burbuja. En Almería la burbuja incluía mi hijo pequeño, su mujer y sus dos hijos; y, por si acaso, todavía hemos ido un poco más allá, y hemos dormido en un apartamento, y no en el chalet de mi hijo.
Al desgaire. Hemos abandonado, e ignoro si está bien, la obsesión de lavar con lavandina cualquier objeto que entraba en casa. También nos hemos olvidado de restregar con lejía las superficies de la cocina y de cualquier sitio de la casa. Las superficies ya no están infectadas, digo. Lo recuerdo para cuestionar los vaivenes, aunque no los discuto; han hecho lo que han podido.
Al desgaire. Creo, o me parece, que en España están jugando, trasteando dicen los taurinos, con decisiones poco molestas, a la espera de las vacunas. Y pretenden que entremos al trapo, cuando todos podemos ver, oír y leer.
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