1. Fenomenología del primer sueño.
I. Encuadre y encaje.
• (...) Si todavía, de
vez en cuando, le visitaban en el catre sueños eróticos, la caricias de
Verónika, y se despertaba en el apogeo de una tensión y una eyaculación
mágicas, es que aún estaba vivo.(...)
(AKSIÓNOV, Vasili, Una saga moscovita, La Otra Orilla,
Barcelona, 2011, 2ª edición, pág. 432. Narra la supervivencia de un Jefe
militar soviético condenado en el Gulag).
• Cándido escuchaba atentamente, y creía
inocentemente; porque la señorita Cunegunda le parecía extremadamente bella,
aunque jamás tuvo la osadía de decírselo. Llegaba a la conclusión de que,
después de la dicha de haber nacido barón de Thunder-ten-tronckh, el segundo
grado de felicidad era ser la señorita Cunegunda; el tercero, verla
todos los días; y el cuarto, oír a maese Pangloss, el mayor filósofo
de la provincia, y por consiguiente de toda la tierra.
Cierto día paseándose Cunegunda por
las cercanías del castillo, en el bosquecillo que llamaban
"parque", vio entre unos matorrales al doctor Pangloss dando una
lección física experimental a la doncella de su madre, una morenita muy hermosa
y muy dócil. Como la señorita Cunegunda tenía muchas disposiciones para las
ciencias, observó, sin pestañear, los reiterados experimentos de que fue
testigo; vio con toda claridad la razón suficiente del doctor, los efectos y
las causas, con lo que regresó muy agitad, pensativa y llena del ansia de ser
sabia, convenciéndose de que bien podría ser ella la razón suficiente del joven
Cándido, que también podía ser la suya.
Encontró a Cándido al volver al castillo, y se
ruborizó; Cándido se ruborizó también; ella lo saludó con voz entrecortada, y
Cándido le dirigió la palabra sin saber lo que decía. Al día siguiente, después
de comer, cuando se levantó la mesa, Cunegunda y Cándido se encontraron detrás
de un biombo; Cunegunda dejó caer su pañuelo, Cándido lo recogió, ella le tomó
inocentemente la mano, inocentemente besó el joven la mano la mano de la
joven damisela con una viveza, una sensibilidad y una gracia
muy particulares; sus bocas se encontraron, sus ojos se encendieron, temblaron
sus rodillas, se extraviaron sus manos. El señor barón de Thunder-ten-tronckh
pasó junto al biombo y, viendo aquella causa y aquel efecto, echó a
Cándido del castillo a puntapiés en el trasero; Cunegunda se desmayó; fue
abofeteada por la señora baronesa cuando volvió en sí, y todo
fue consternación en el más hermoso y más agradable de los castillos
posibles.
(VOLTAIRE. Cándido, o el optimismo, en Novelas y cuentos
completos en prosa y verso, Ediciones Siruela, Madrid, 2006, págs. 207 y
208)
II. El
sueño.
Los pies
muy calientes; la sensación de calor en los pies, que contrastaba con el frío de
la noche, le subió a un estado de semivigilia. Abrió los ojos; el sol de la
mañana calentaba sus pies, arrebujados con la sábana y las mantas. La sensación
de placer le empujó a remover sus pies a lo ancho de la cama, y estos
movimientos le ayudaron a girar su cuerpo sobre el brazo derecho para observar
la ventana por la que se colaba el sol. Este movimiento de rotación sobre el
eje de su cuerpo le supuso bastante esfuerzo, ya que su cuerpo, además de estar
dolorido por los años, permanecía anquilosado tras las horas pasadas en la cama
estático.
El roce de
su miembro enhiesto con la sábana y el peso de las mantas le despertaron de su
duermevela placentero. Sus ojos reconstruyeron en el acto el sueño que había
vivido, y que recordaba todavía vivo y reciente. ¿Era un sueño o lo había
vivido en realidad? Hacía muchos años que su vida placentera y sosegada había
abandonado los placeres sexuales, pero esta noche había soñado, ¿vivido?, algo
que hacía muchos años tuvo al alcance de su mano.
Recordó,
volvió a ver con sus ojos, la curva en la espalda de Cunegunda, tan joven como
siempre que la recordaba, pero hacía muchos años que era solo un recuerdo. Esta
noche no fue un recuerdo; la vio de nuevo, y se desató en él un deseo indómito,
nada que ver con avejentados recuerdos; sino
simple sed de pasar a la acción, arrancarle toda la ropa. Levantarle las
piernas, abrirle los pétalos, penetrarla, entregarse al vaivén, eyacular. Un
sueño, sí, solo un sueño; la flaccidez de su miembro se lo confirmó. Cerró los
ojos intentando conciliar el sueño para reencontrar en su cerebro el sueño que,
una vez despierto, había perdido todo sentido de realidad.
No había
sido un recuerdo el roce de su miembro tieso y duro con su embozo; esto era
real, luego el sueño con el cuerpo de Cunegunda le había devuelto, por una vez,
a la vida. Si en sueños recuperó sus vivencias sexuales, es que todavía podía
vivirlas en la realidad. Esta ilusión, esta esperanza, le impedía dormirse tras
la recuperación del sueño sexual que recordaba.
El sol alcanzaba
ya hasta su cintura. El calor del sol y el deseo, al fin, le sumieron de nuevo
en un ligero duermevela placentero. Con los ojos, medio abiertos, fijos en los
rayos del sol, se percató de que su miembro recobraba la vida, a la vez que su
cerebro recreó una parte de su sueño, una parte del placer que recordaba ahora
por primera vez desde que se despertara. La luz que su cerebro iluminó de su
sueño fue el mejor momento del mismo; olvidados los deseos previos, olvidadas
las acciones para desnudar a Cunegunda, olvidados los vaivenes y la
eyaculación, vio en un primer plano el momento en el que con deleite y lentitud
introdujo, en sueños solo, su miembro en la vagina de Cunegunda. Ahora su
cerebro reproducía el momento; lentamente, sin esfuerzo. El sol encendía ya su
rostro. El recuerdo de la penetración soñada se le grabó en la memoria, con
todos sus detalles de placer, para el resto de su vida.
III. Despertar.
Cuando, con
mucho esfuerzo, consiguió sentarse en el borde derecho de la cama y dejar caer
las piernas sin tocar en el suelo, las balanceó y apoyó sus manos en la
cama, que todavía caliente le informaba
de que sus manos estaban ya frías. Hacía frío en la habitación y el sol no calentaba como cuando estaba bajo el embozo, aunque sus ojos seguían fijos
en el resplandor que entraba por la ventana. Otro día por delante.
Cuando ayer al atardecer, sentado con unos
vecinos bajo unos naranjos y al suave calor del resol, contó el sueño que esa
noche le devolvió por un instante a la vida del placer sexual, con caras
incrédulas le retaron a narrarlo por escrito. Se levantó de la cama y se abrigó
con un balandrán muy ajado mientras se dirigía al escritorio dispuesto a
atender al reto que no se había atrevido a aceptar; ahora, sin compromisos ni
testigos, quería escribir el sueño para que no quedara en el olvido de su
memoria. Para poderlo leer y releer, y así perseguir un placer que solo fue un
sueño.
Ensimismado en sus recuerdos y en sus lentos
movimientos, no se percató de que una mano le había dejado una taza de café
humeante en la mesa; giró la cabeza y se encontró con la curva de la espalda de
María, mujer que dirigía su casa y su vida. Ese culo era el de su sueño, y no
el de Cunegunda, y llamó a María, quien girando sobre si misma se dirigió hacia
el escritorio, se acercó hasta rozarle, y él paso sus manos, apretando, por sus
nalgas; era el diario gesto más material
de su desayuno. Satisfecha la costumbre diaria de su señor, María abandonó la
habitación.
Había confundido en sueños a María con
Cunegunda porque había releído una vez más el cuento de Voltaire. Como le
recordó un tertuliano, al que no veía la cara por estar contra la luz del
resol, el cuento concluye con la frase repetida dos veces: “Sé también, dijo Cándido, que hemos de
cultivar nuestro huerto”, y unas líneas más abajo, la última frase del
cuento: “Eso está muy bien dicho,
respondió Cándido, pero tenemos que cultivar nuestro huerto”.
Pero a él le interesaba María, a la que podía
tocarle el culo de vez en cuando, le interesaba su sueño, porque le había
alargado la vida unos cuantos años en los que poder rememorarlo siempre que
quisiera sentirse vivo, le interesaba seguir viviendo, porque releyendo su
sueño podía, tal vez, volver a soñarlo. María, su sueño y volver a soñarlo;
esta era su huerto.
María entró sin llamar y muy alterada, y dejó
en el escritorio un diario con
la noticia de la abdicación del rey.
24.05.2014
2 y 3. Fenomenología
del segundo y tercer sueño.
I. Encuadre y
encaje.
Francisco,
obispo de Roma, y por ello Papa de la ICAR, ha cerrado tres mil cuentas en la
banca vaticana.
Varios consejeros de educación de las comunidades
autónomas de España, se han enfrentado al tertuliano ascendido a ministro de
educación a propósito de la aplicación de la LOMCE.
II. Sueños.
II.1
Hubo un papa que
tuvo que renunciar a los Estados Pontificios para mantener el poder; hubo un
papa que renunció a la silla gestatoria; hubo un papa que renunció a la tiara
imperial; hubo un papa que, en plena regresión, resucitó a los capisayos
imperiales; hay un papa que ha renunciado al palacio y ha cerrado tres mil
cuentas de la banca vaticana.
Habrá otros
papas que renunciarán al papado y solo serán obispos de Roma, como mucho.
Vendrán otros papas, ya solo obispos, que renunciarán a ese principado, y se
incardinarán en las arenas movedizas de la realidad social para poder ser, de
nuevo, pacíficos, en vez de belicosos, tolerantes, en vez de creerse en
posesión de la Verdad, fraternales, en vez de jerárquicos, e iguales a los
demás, a todos los demás.
Robespierre era
creyente. Su pensamiento político se acercó bastante al sueño que he resumido,
porque es imposible recordar todos los detalles de un sueño, y más difícil aún
pensarlos como se soñaron: vivos y reales. Los sueños, sueños son, y como
opinaba Unamuno, creo recordar, el dormir es una forma de morir que solo queda
unido a la vida a través de los sueños. Soñar, mientras se duerme, es una
manera de vivir. A veces, no sé cuántas, los sueños acaban siendo vida sin
dormitar.
Robespierre soñó
y creyó en la democracia, e intentó hacerla real. Una forma política, no una
religión, que no pretende oprimir a nadie, que no pretende suprimir a nadie,
que pretende la paz, la tolerancia, la
fraternidad y la igualdad. ¿Sigue siendo un sueño unos doscientos veinticinco
años después?
II.2
El
enfrentamiento de algunos consejeros de educación de las comunidades autónomas
con el ministro Wert a propósito de los cambios en los libros de texto, asunto
que afecta, sobre todo, al negocio editorial, es el primer paso, ¡ojala!, hacia
la desintegración del “sistema escolar”, que no educativo. La educación, por
suerte, no depende solo del sistema escolar, ni solo de los padres, ni solo de
los amigos, ni solo de los medios de comunicación, ni solo de las modas
(incluidas las pedagógicas), ni solo de no sé cuántas cosas más que vienen a
componer el sistema educativo, si es que queremos seguir dentro de la teoría de
sistemas, y que el final no es distinto del sistema social. Por eso nunca el
sistema escolar ha cambiado a la sociedad; siempre ha sido la sociedad que,
cambiando ella, ha modificado la educación. La prueba está en nuestra sociedad,
que, “economizada”, pretende enseñar economía a los infantes y a los
adolescentes a fin de que acepten sin rechistar las imposiciones de quienes
detentan el capital a través de los informes PISA, financiados y amparados por
una organización mundial que tiene como fin el crecimiento económico al menor
coste posible.
¿Para qué se
fundó la ONU de la escolaridad y de la educación: UNESCO? ¿Por qué no en
cargar a la UNESCO la regulación de los
mercados financieros? Mejor aún: encargar a la UNESCO la auditoría del mundo
financiero, poniendo notas y montando un ranking por países. Supongo que los
resultados serían tan divertidos como los de los informes PISA.
Podemos seguir
soñando. Llegará un día en el que la escolaridad y la educación no tendrán más
leyes que los derechos, y correlativos deberes, humanos. Llegará un día en el
que las mediciones, persiguiendo indicadores de las mismas, se desintegrarán
por ser pura farfolla, y la educación volverá a las manos de la sociedad; una
sociedad pacífica, tolerante, respetuosa de los derechos de los niños, de las personas con discapacidad, de las mujeres, de los hombres,
de los pobres, de los incultos; una sociedad fraternal, y por ello igualitaria.
III.
Interpretación de los sueños.
Soñar es una
manera de comenzar algo nuevo. Soñar es traer a la vida algo nuevo o distinto.
Los dos sueños que he contado nacieron en la misma noche; o eso creo recordar.
Por lo menos sé que los trascribí una mañana, al despertarme, en la terraza de
Xàvia, desnudo y refrescado por la brisa marina de la mañana. He copiado lo que
escribí un día del mes de julio pasado en las páginas en blanco que suele haber
en los principios de los libros; en esta ocasión el
libro es: Sonámbulos. Cómo Europa fue a la guerra en 1914, de
Christopher Clark. Es posible que la lectura inacabada de este libro inspirara
ambos sueños. Por lo menos, cuando desperté estaba convencido de haberlos
soñados esa misma noche.
12.08.2014
4. Fenomenología
del cuarto sueño.
I.Encuadre y encaje.
En agosto
del año 2014 (BCE). Iglesia del Monasterio de los Jerónimos (Belén. Lisboa.
Portugal). Llena de turistas paseantes, porque la entrada es gratis, al lado
una cola inmensa para comprar entrada para visitar el monasterio; en las bancadas de la iglesia unas bandas de
separación reservan unos cuantos bancos para los fieles que van a la Iglesia a
rezar: están vacíos.
II.El sueño número cuatro.
Una vez
concluido el paseo por la Iglesia, manuelina y varios estilos más, todos
juntos, me quedo debajo del púlpito, labrado en piedra, y situado en la esquina
izquierda del presbiterio, no hacia la mitad de la nave, como sueles ser.
Cierro los
ojos. Veo una niebla muy densa, tanto que no distingo ningún objeto, ninguna
persona, nada; solo humo, o niebla. Ante esta visión, todo mi cuerpo se tensa
ante la ignota visión, cuando sé que la iglesia que acabo de visitar está llena
de gente. No se oye nada; ni las pisadas; ni los comentarios de los guías
turísticos. Nada; silencio y humo, o niebla. Soy consciente de todo ello, pero
no quiero abrir los ojos porque siento que la niebla me va envolviendo; no es
niebla, lo percibo, es humo; el que se
produce al quemar la mirra. Huelo a iglesia por primera vez.
Poco a poco
el humo de la mirra quemada se expande y deja resquicios por los que ver algo.
Empiezo a distinguir personas, hombre, no, niños, con ropajes largos y rojos, y
llevan también una camisola blanca, muy bordada; veo solo a tres o cuatro. A
medida que se van abriendo claros en el humo de la mirra quemada, me asombra
que no son cuatro, son muchos; recuento por encima –número de filas, número de
personas por fila, todo a ojo de buen cubero- y abro los ojos; son más de mil.
La escena se ha ido acercando a donde yo me encuentro, o yo he sido trasportado
hacia la escena, no sé distinguirlo. A
medida que me acerco, o se acercan, les oigo cantar. Es un coro –schola cantorum- de adolescentes. No soy
capaz de recordar qué pieza del gregoriano están cantando. Este coro está
situado a la izquierda de mi visión. Giro la cabeza hacia mi derecha, y mi
vista choca con una masa ingente –ya no cuento su número- de turiferarios con sus
incensarios, en los que se está quemando la mirra.
En un lento
travelling me voy acercando, o se me están acercando. Quedan a mi izquierda los
cantores y a mi derecha los turiferarios; se van quedando atrás poco a poco. Me
percato de que no estoy andando; sigo debajo del púlpito de la iglesia del
monasterio de los Jerónimos. Tampoco es una visión; es un sueño. Sigue el
travelling que mis ojos persiguen, y veo unos escalones de mármol negro.
Levanto la vista y no veo las nervaduras del techo de la iglesia de los
Jerónimos; veo al baldaquino de Bernini; lo veo entero, a pesar de que casi
estoy en el último escalón, cuando mis ojos chocan, desaparecido el humo de la
mirra, con un Papa, unos cien cardenales, más de mil obispos, y más de mil
sacerdotes con los copones en sus manos, a la espera de que vengan los fieles a
comulgar.
Casi de
repente, como cuando un viento fuerte, muy fuerte, arrambla con todo lo que
oscurece nuestra visión. Ojos limpios, ambiente limpio. Lo veo todo, tras
volver a mi primera posición, en la que solo veía a cuatro personajes. Pero
ahora lo veo todo, en una panorámica inmensa. El baldaquino de Bernini,
sobredimensionado, lleno de personaje con los capisallos y ropajes de la
liturgia romana en todo su esplendor. Me subo al púlpito para ampliar mi ángulo
de visión. Solo veo lo descrito: el baldaquino de Bernini fuera de la Iglesia del Vaticano;
está al aire libre; sin paredes, sin bancos, in capillas laterales, sin techo;
solo el baldaquino lleno de prestes y demás, incluidos los maestros de
ceremonias, tensos y atentos a lo que sucede en el altar. Nadie mira fuera de
los límites del baldaquino. Caigo en la cuenta; no pueden mirar a otro sitio;
solo existe el baldaquino, trasplantado al desierto argelino, en el mismo
emplazamiento de los campos de refugiados saharauis, que se cerraron hace unos
cien años.
De repente
desaparece la visión. No, porque sigo viendo el desierto. No hay nadie ni nada.
III.Interpretación del sueño.
Tras haber
leído de nuevo a Freud, no encuentro en su guía para interpretar los sueños,
ninguna pista que me ayude a entender el sueño que he vivido. Tengo que
improvisar, porque el maestro –que tuvo y estudió a trece pacientes en toda su
carrera, y no curó a ninguno de los trece- no pudo ni soñar, siendo ateo, que
la iglesia se evaporaría en el desierto. Yo lo he visto y lo puedo atestiguar.
28.08.2014
5.Fenomenología del quinto sueño.
1. Encuadre y encaje.
No hay comerciante algo conocido en la ciudad, le respondió el
mercader, que no hubiera venido a devolveros vuestra bolsa; pero os han
engañado al deciros que os había vendido lo que habéis comprado en mi tienda a
un precio cuatro veces mayor de lo que vale: os lo he vendido a un precio diez
veces mayor, y esto es tan verdad que, si dentro de un mes queréis revenderlas,
no obtendréis siquiera esa décima parte. Pero no hay nada más justo: es la
fantasía de los hombres la que pone precio a estas cosas frívolas; es esa
fantasía la que permite vivir a cien obreros a los que doy trabajo, es ella la
que me consigue una hermosa casa, un coche cómodo, caballos, y es ella la que
anima la industria, la que mantiene el buen gusto, la circulación y la
abundancia. Vendo a las naciones vecinas las mismas bagatelas a precio mucho
más caro que a vos, y de esta forma soy útil al imperio.
(VOLTAIRE, Novelas
y cuentos completos en prosa y verso, Libros del Tiempo Ediciones Siruela,
Madrid, 2006. Cuento: “Así va el mundo. Visión de Babuc, escrita por él mismo”,
pág. 118.).
Después del terremoto que había destruido las tres cuartas partes de Lisboa,
los sabios del país no habían encontrado medio más eficaz para prevenir la
ruina completa que ofrecer al pueblo un hermoso auto de fe; la Universidad de
Coimbra había decidido que el espectáculo de varias personas quemadas a fuego
lento, con gran ceremonia, es un secreto infalible para impedir que la tierra
tiemble.
(VOLTAIRE,
cita anterior. Novela: Cándido, o el optimismo, capítulo VI, pág. 217).
2. Fenomenología del quinto sueño.
De buena
mañana, muy temprano, Cándido, Pangloss, Babuc, o no sé quién, porque en el
sueño no lo pude identificar, entró paseando en una plaza de Lisboa, Praça do Rossio. No había nadie; error,
porque en su lento caminar se percató de que un mísero pobre estaba, todavía,
durmiendo en un rincón. No era ni comprador, ni vendedor, ni miembro activo de
la sociedad; vivía, no al margen, sino como podía cada día: unos días comía y
otros tampoco. Por lo menos eso parecían
indicar todos los signos de indigencia que exhibía; suciedad acumulada
en la cara y en las manos, pelo largo y enmarañado, ropa incoherente entre las
distintas piezas, los pies descalzos, arropado con un albornoz que fue blanco.
Con todo, había encontrado una cama caliente, pero no blanda; estaba acostado
sobre la rejilla de ventilación del metro –esas rejillas que todos solemos
evitar por el aire caliente y maloliente que exhalan- y arrebujado en uno de
los ángulos de la rejilla, con la espalda descansando en el murete de hormigón.
Sin
transición alguna, mi sueño saltó a otros miles de míseros cuya imagen guardaba
mi memoria. Todos ellos, sí; más las imágenes de personas que, más allá de las
diez de la noche, vuelven, supongo que a casa, con la ropa de trabajo
descompuesta, cargados con el portátil y una bolsa de comida preparada para la
cena. Tras un fundido en negro, aparecieron las imágenes de Mikandá –África,
rodadas por un amigo- en las que la vida no era muy distinta del mísero
lisboeta; las imágenes, muy censuradas, de Gaza; las imágenes que, a veces,
pocas, las televisiones españolas nos sirven de los desposeídos españoles con
los que convivimos. No recuerdo más del sueño, pero sí estoy seguro de que a la
velocidad de los sueños, mi cerebro proyectó muchas más.
Recuerdo
que a la vez que veía todas esas imágenes, también puede leer. No era un texto
sobreimpreso en las imágenes que mi cerebro proyectaba a toda velocidad; era un
texto que mis ojos leían en mi memoria, sin necesidad de soporte alguno. No era
un texto denso y largo; creo recordar que, casi, eran eslóganes, frases más o
menos cortas, que, de alguna manera, me explicaban el porqué de lo que estaba
viendo.
Favorecer
el comercio y la industria, no la especulación, sobre todo la financiera. No a
las leyes del mercado, porque éste nunca ha sido justo; nunca lo fue, y mucho
menos antes de que Smith lo defendiera y justificara en paridad de condiciones.
Modos de distribuir la riqueza cerrando el abanico entre los que más tienen y
los que menos tienen. Desarrollo económico y social, no solo crecimiento
económico, a la espera de que los que menos tienen recojan las migajas que se
les caen de las manos a los que más tienen. Enfrentarse a todos los que
dificultan el comercio; sea porque dicen aborrecer las propiedades, sea porque
lo acaparan. Nunca más la resignación; ni la cristiana, ni la budista, ni la
que defiende el capital, ni la de las castas. Nunca más la debilidad –dejar
pasar, mirar hacia otro lado- ante los corruptos. Nunca más hablar del paro,
sino de los parados. Nunca más aceptar que gobiernan en mi nombre, porque nunca
es verdad. ¿Por qué menos, puede ser más en muchas ocasiones? ¿Cómo romper el
círculo que obliga a consumir más allá de lo que se puede pagar, para que todos
tengan trabajo?
Lo recogido
en el párrafo lo soñé, sí, porque nada más levantarme garabatee unas pocas
palabras, que ahora me han servido para reconstruir parte de mi sueño. Todo lo
que he podido recordar.
3. Interpretación.
Este sueño,
por suerte, no necesita interpretación ninguna. Un trabajo que me ahorro.
2.09.2014
6.Fenomenología
del sexto sueño.
1. Encuadre
y encaje.
1. Se garantiza la libertad ideológica, religiosa y de culto de los
individuos y las comunidades sin más limitación, en sus manifestaciones, que la
necesaria para el mantenimiento del orden público protegido por ley.
3. Ninguna confesión tendrá carácter estatal. Los poderes públicos
tendrán en cuenta las creencias religiosas de la sociedad española y mantendrán
las consiguientes relaciones de cooperación con la Iglesia Católica y las demás
confesiones.
(Constitución española de 1978. Art. 16).
La religión de la Nación española es y será perpetuamente la católica,
apostólica, romana, única verdadera. La Nación la protege por leyes sabias y
justas, y prohíbe el ejercicio de cualquiera otra.
(Constitución Española de 1812. Art. 12).
“En 1776,
Madison y Jefferson consiguieron separar la iglesia anglicana del estado de
Virginia. La Iglesia dejó de percibir apoyo económico del erario público y fue
privada de sus estatus oficial. En 1784, el clero intentó recuperar el terreno
perdido con el apoyo de Patrick Henry y George Washington a través de un bill establishing a provision for teachers
of de the Christian religión (proyecto de ley para establecer una provisión
para los maestros de religión cristiana), que ya había existido antes. Madison
escribe su Memorial, y la ley que
pretendía reintroducir el apoyo estatal a la Iglesia no fue aprobada. Lo que la
asamblea legislativa sí hizo fue aprobar el Acta de libertad religiosa de
Jefferson (Religious Freedon Act). De
esta manera, se aseguró la separación de Iglesia y Estado en Virginia.
Posteriormente, este principio sería añadido a la Constitución en la forma de
primera enmienda (*)
(CLITEUR, Paul, Esperanto moral. Por una ética laica, Los
libros del lince s.l., Barcelona, 2009, pág. 232).
(*)El Congreso no hará ley alguna por la que se adopte una religión
como oficial del estado, o prohíba practicarla libremente, o que coarte la libertad de palabra
o de imprenta, o el derecho del pueblo para reunirse pacíficamente y para pedir
al gobierno la reparación de agravios.
2. Fenomenología del sueño.
En la
elipse del Oratorio de San Felipe Neri, en Cádiz, foro en el que fue aprobada
la Constitución española de 1812, el
viernes 18 de septiembre de 2014, a media mañana. Silencio; porque no había más
visitantes; porque ni el audio ni el audiovisual estaban conectados. Cerré los
ojos, y soñé.
Oía, en
sueños, el parloteo de los diputados en las Cortes de Cádiz, y repasaba el
texto que iba a aprobarse en breve. Consciente de que estaba en una iglesia
católica, leí con claridad el artículo doce del texto. La revolución no tenía
que ver con un avance laico de la política, y sí con la aspiración de los
diputados de tener un texto legal que amparase a todas las Españas.
Ciento
sesenta y seis años después, otros diputados a Cortes, en el Congreso de la
Carrera de San Jerónimo, aprobaron la Constitución de 1978, en la que la
Iglesia Católica, en un estado declarado aconfesional, por causas sociológicas
(?) recibía un reconocimiento constitucional que, como mínimo, empaña la
proclamada aconfesionalidad del Estado.
En sueños,
libre del tiempo y del espacio que delimitan el proceso histórico, rememoré la
huida desde Inglaterra a Nueva Inglaterra de los perseguidos por causa de su
religión.
Tres
escenarios que, en sueños, vi a la vez, sin la sucesión que la narración exige.
Tres escenarios en los que la religión está en primer plano. Tres escenarios
soportados en el entramado que vivimos en nuestra realidad: aconfesionalidad
más que dudosa (los hechos lo atestiguan), la moral pública determinada (o eso
se pretende) por las creencias religiosas, y los defensores de la separación
entre Estado y Religión pisoteados por unos acuerdos anteriores a la propia
constitución vigente.
En mi sueño
también vi pasar palabras como laïcité.
Pero ni por asomo vi la palabra ateísmo. No soñé con un estado ateo, sino con
un estado laico, aconfesional, que da ejemplo a sus ciudadanos justificando sus
decisiones en una moral, o ética si se prefiere, civil. La moral religiosa
siempre se fundamenta en la existencia de dios o de dioses; la moral ciudadana,
civil, o laica, se fundamenta en la existencia del “otro”, en los derechos individuales, políticos,
económicos y sociales de los ciudadanos.
El clamor
de los debates de los tres escenarios sí lo oyeron mis visiones oníricas.
Cuando abrí los ojos no vi a la Inmaculada de Murillo, sino a la representación
femenina de la república enarbolando la bandera de la real aconfesionalidad,
que deja, por definición, a cada ciudadano la libertad de creer en uno o más
dioses, en brujas, duendes, elfos hadas, sirenas, en el amor, o en lo que sea.
Una república que no inicia guerras de ningún tipo, y menos apoyándose en
mensajes que dicen haber recibidos de Otro, como Moisés, Josué, y todos los que
posteriormente han defendido la guerra, la agresión, el asesinato, para cumplir
la palabra que dicen que han recibido desde el más allá. ¿Y los testigos de
estos mensajes divinos?
3. Interpretación del sueño.
No recuerdo
ninguna ocasión anterior la descrita en
la que haya vivido con más intensidad la necesidad de que el Estado nunca
tolere fundar su razón en la religión. Nos indignamos hoy porque se dicte una
orden universal para que quien quiera y pueda asesine a un escritor; no
olvidemos que el rey católico, Felipe II, dictó una orden de asesinato contra
Guillermo de Orange, y fue asesinado por
Balthasar Gérard el 10 de julio de 1584. ¿Cuántas guerras de “religión”
ha sufrido la humanidad? Y eso que las religiones defienden la paz.
Madrid, 21.09.2014
7.Fenomenología
del séptimo sueño.
1. Encuadre
y encaje.
“Una
biblioteca es un lugar donde Ud. puede perder la inocencia sin perder la
virginidad”. (Germaine Greer).
“Precisamente
yo, que debía saber que los libros solo se escriben para, por encima del propio
aliento, unir a los seres humanos, y así defendernos frente al inexorable
reverso de toda existencia: la fugacidad y el olvido”. (ZWEIG, Stefan, Mendel
el de los libros, Acantilado, Quaderns Crema S.A.U., Barcelona, 2013, sexta
reimpresión, pág. 57).
2.
Fenomenología del sueño.
En blanco.
Sin escenario. Siento que caigo en el vacío porque veo pasar el blanco delante
de mis ojos abiertos de par en par; poco a poco la velocidad de la caída se
reduce, y a la vez el blanco dentro del que estoy va tintándose, se está
ensuciando y distingo matices del blanco y del gris; cuando termina la caída
estoy boca arriba y distingo la abertura del tubo por el que he estado cayendo.
No distingo nada alrededor, pero sí siento que estoy en medio de un escenario
multicolor en tonos apagados; no se trata del arco iris, sino del arco gris. Me
froto los ojos; los cierro y los abro varias veces hasta que consigo enfocar
una mesa y tres sillas. No hay nada más.
Me levanto
y me siento en una de las sillas. Delante de mí hay un atril con un libro
abierto, de formato pequeño y de pocas páginas; está abierto por la página
treinta y dos, y el penúltimo párrafo está subrayado. ¿Debo leerlo? ¿Qué pasará si lo leo? Cierro los ojos y
calibro opciones; en primer lugar, creo que no voy a poderlo leer porque no
tengo luz suficiente para distinguir claramente las letras; puedo levantarme y
buscar una linterna o una lámpara, pero no sé ni dónde estoy ni dónde puedo
buscar esa luz; puedo probar a cerrar el libro y esperar acontecimientos; puedo
abrir los ojos y esperar; puedo pasar páginas buscando nuevos párrafos
marcados; puedo suponer lo que pone a partir de las pocas palabras que he
podido identificar –la palabra que más he visto ha sido conllevar-. Ignoro la siguiente escena, ignoro los futuros
acontecimientos, ignoro las normas que rigen en el casi vacío en el que estoy;
no hay ruidos y tampoco silencio: ¿son pasos lo que oigo? No, no llegan a ser
pasos, son pies, ¿calzados o desnudos?, arrastrados por el suelo seco.
Al fin,
ignorante, abro los ojos y me la juego. Todo está igual que cuando decidí
cerrar los ojos; no hay cambios en el escenario, pero yo sí que he cambiado; mi
silla tiene brazos, y pongo en ellos los míos; tiene cabecero, y apoyo mi
cabeza. Estos gestos me tranquilizan. Se caen mis brazos y la cabeza se me va
hacia atrás; no hay ni brazos ni cabecero.
El ruido de
los pies arrastrándose por el suelo aumenta; se están acercando; traspasando la
pared gris vislumbro una forma corporal humana que se acerca a la mesa, y no me
altera. Se sienta a mi derecha, pero no veo ni manos ni cabeza; se ha iluminado
algo la escena, pero deja en la penumbra sus manos y su cabeza; una voz clara y
algo altisonante me invita a leer el párrafo señalado en la página treinta y
dos. Obediente y tranquilo, fijo mis ojos en el libro que hay sobre el atril;
una luz concentrada ilumina ese párrafo; leo:
Digo, pues, que el problema catalán es un problema que no se puede
resolver, que solo se puede conllevar; que es un problema perpetuo, que ha sido
siempre, antes de que existiese la unidad peninsular y seguirá siendo mientras
España subsista; que es un problema perpetuo, y que a fuer de tal, repito, solo
se puede conllevar.
El haz de
luz se apaga en el mismo momento que yo levanto rápido la cara para intentar
distinguir la cara de mi silencioso y escondido personaje. No llego a tiempo,
sigo sin ver sus manos y su cara. Pero, sí he podido distinguir una importante
calva frontal.
El
personaje de la calva alarga su mano y pasa página del libro del atril hacia
atrás, y con su dedo me señala el último párrafo de la página treinta y uno. Ha
visto su mano, y, sobre todo, su dedo repicando en la primera palabra del
párrafo señalado. Entiendo, o supongo, que quiere que lo lea:
Pues bien, señores; yo sostengo que el problema catalán, como todos
los parejos a él, que han existido y existen en otras naciones, es un problema
que no se puede resolver, que solo se puede conllevar, y al decir –el
dedo, que ha estado siguiendo palabra
apalabra mi lectura, pasa página, volviendo a la treinta y dos- esto, conste que significo, no solo que los
demás españoles tenemos que conllevarnos con los catalanes, sino que los
catalanes también tienen que conllevarse con los demás españoles.
El
personaje levanta su mano, retirando el dedo del texto, a la vez que se vuelve
a apagar la luz concentrada en el texto. El gesto seguro del dedo me deja
absorto en el texto; ni siquiera intento reconocer al personaje, que se levanta
y, deshaciendo el camino de su llegada dando pasos hacia atrás, desaparece
detrás de la pared -¿es una pared?- gris por la que se anunció su llegada.
Cuando
todavía creo oír mi voz leyendo los dos textos anteriores, caigo en la cuenta
de que no oigo nada; es mi deseo de romper la ausencia de ruido y de silencio el que repite en mi cerebro mi voz.
Una luz casi apagada ilumina el espacio por el que he ido cayendo hasta la
mesa, y no soy capaz de identificar ni su contorno ni su dintorno; no hay
espacio, no hay escenario identificable; estoy soñando, seguro. Sintiendo este
vacío, cojo, con el rabillo del ojo, una sombra a mi izquierda que, despacio,
va saliendo de la pared -¿es una pared?- hasta poder percibir otra forma
humana; viste terno oscuro, con chaqueta cruzada y chaleco; otra vez me quedo
sin poder distinguir sus manos y su cara. Se acerca, y se sienta en la silla
que hay a mi izquierda, alarga su mano invisible, o eso creo ver al levantarse
la manga de la chaqueta de su mano derecha, hacia el libro que hay en el atril,
y con su dedo índice pasa páginas hasta llegar a la noventa y cuatro, y,
dejándolo apoyado en el papel, me señala, más o menos, a la mitad del segundo
párrafo. Como ya conozco una de las normas que rige este juego, leo:
Ha sido muy frecuente, lo es todavía, en las polémicas suscitadas en
España con motivo de los problemas regionalistas, que de allá o de acá partan
expresiones haciendo creer, o bien que la región central española ha agredido,
ha confiscado las libertades a otras regiones españolas, o bien que las
agresiones, las codicias, los apetitos, los intereses egoístas parten de allá,
de la región, contra el interés permanente del estado español, y éste es un
prejuicio que hay que disolver.
Levanta el
dedo, se apaga la luz concentrada que iluminaba el texto, y, al igual que el primer
personaje, desaparece desandando hacia atrás. Me quedo de nuevo solo y a
oscuras.
Abro los
ojos. En blanco. Sin escenario. Ha desaparecido la mesa y las sillas. Estoy de
pie, y no sé cómo ni por qué estoy erguido. No hay nada. Abro los ojos y veo en
el espejo que hay a los pies de mi cama el reflejo de la luz verde del reloj
despertador de mi mesilla de noche. Doy media vuelta en la cama, e intento
volver a dormir. La memoria del sueño que acabo de describir me despeja; me
levanto de la cama y lo transcribo.
3. Interpretación del sueño.
Describí mi
primer sueño tras aceptar el reto de dos amigos a los que se lo conté, cuando,
tras oírlo, me dijeron que no sería capaz de publicarlo, y lo hice. Éste, el
séptimo, es también fruto del reto que, otro amigo, tras leer los seis primeros
sueños, me lanzó al dudar de que fuera capaz de escribir un sueño sobre la
cuestión catalana. Aquí queda mi sueño, dando gusto a este tercer amigo.
Inocencia,
fugacidad y olvido. Los textos transcritos no son inocentes; los dos del primer
personaje son del discurso sobre el Estatuto de Cataluña de José Ortega y
Gasset en la sesión las Cortes de 13 de mayo de 1932. El tercero es del
discurso sobre el Estatuto de Cataluña de Manuel Azaña en la sesión de las
Cortes de 27 de mayo de 1932. Los textos transcritos no son fugaces, como
demuestra la realidad en la que vivimos en octubre de 2014, a pocas semanas de
que se celebre -¿o no?- el referéndum consultivo en Cataluña. Los textos
transcritos no han caído en el olvido, aunque quienes hoy en ruedas de prensa,
en tertulias, en periódicos, en emisoras de radio o TV, debaten sobre el mismo
fondo del asunto –no del Estatuto- que Ortega y Azaña, e incluso es posible que
muchos de ellos no conozcan estos dos discursos.
Soy de la
opinión que defiende que la historia nunca se repite, y quienes lo afirman es
posible que ignoren mi opinión; creo que la historia es como una escalera de
caracol, por la que vamos subiendo en la convicción de siempre estamos en el
mismo lugar porque no vemos ni el principio ni el final de la escalera, y,
cuando creemos que estamos en el mismo escalón y que no hemos ascendido o
bajado nada, en realidad estamos varios escalones más arriba o más abajo, aunque
nuestro ojos crean ver la misma piedra, los pies en el mismo escalón y el mismo
trozo del machón, sí, pero a alturas diferentes. Quizás por eso los textos de
Ortega y Azaña parecen actuales si no se les pone fecha; no puedo imaginarme a
Rajoy y Más manteniendo discursos, ni siquiera análogos, a los de Ortega y
Azaña; ¡ojalá!
(Los textos
de ambos discursos, publicados con prólogo de José María Ridao, por Círculo de
Lectores S.A., Galaxia Gutenberg S.A., Barcelona, 2005, con el título Dos
visiones de España. Discursos en las Cortes Constituyentes sobre el Estatuto de
Cataluña (1932).)
8.Fenomenología
del octavo sueño.
1. Encuadre
y encaje.
·
La realidad española tal como la
veo.
·
“Anoche soñé que perdía el trabajo
en el despacho y acababa de banquillo en un Juzgado”. (El Roto, 17.12.14).
·
“¿Cuál es
la definición de intelectual? Un intelectual
es aquella persona para la cual
los problemas políticos son, ante todo, problemas morales”. (Max Aub. Citado
por Gregorio Morán en El Cura y los Mandarines, pág. 436).
2. Fenomenología del sueño.
Me despierto. La luz de la habitación es tan tenue como la del estadio
anterior al alba; con esa escasa luz leo en la pared, a la vez que aparecen las
letras, una detrás de otra, una frase: El
noventa y cinco por cien de mi felicidad eres tú, y el otro cinco por cien depende
de ti. Ignoro quién la ha escrito; no entiendo qué significado le puedo
asignar. La frase leída me da vueltas en la cabeza; es bonita, suena bien, pero
no sé si ese “tú” soy yo, y tampoco quién pueda ser ese “mi”. Pero suena muy
bien leída en voz alta, y eso me relaja.
La pared de la habitación en la que está escrita la frase está a mi
izquierda; mi cama está en el rincón, y con mi mano derecha toco la pared;
enfrente, a mi izquierda, las letras de la frase se van haciendo más grandes
cada vez que las miro, y las dimensiones de las paredes, a mi izquierda y a mi
derecha, aumentan al mismo ritmo que se agrandan las letras, hasta que no
consigo leer ninguna porque se reducen a meras líneas en la pared, de las que
no veo ni el principio ni el fin. No se ha borrado la frase; ha aumentado tanto
su tamaño que mi ojos no son capaces de abarcar sus magnitudes. Supongo.
Algo de la luz del alba se cuela en la habitación. Enorme habitación;
larga, alta y ancha; fría; no veo el techo, seguramente por falta de luz. Me
incorporo en la cama; mi vista traza la
diagonal hasta el ángulo izquierdo, en el que hay una puerta; muy pequeña
calcula mi vista. Se abre y veo una voz, porque las ondas sonoras que emite se
dibujan a lo largo de la larga diagonal que deben trazar para llegar hasta mi
cama, pero no llegan; se esfuman en su camino. El grito que supongo que emite
esas ondas sonoras debe de ser desgarrador, lo siento así, pero no lo oigo ni
mis ojos ven su origen.
¿Por dónde entra la luz? No veo ventanas; no es la luz del alba; es
una luz artificial sin foco a la vista. Caigo en la cuenta, a la vez que me
derrumbo sobre la cama; no es mi habitación; ¿he perdido la mía?, ¿me la han
cambiado?, ¿estoy enclaustrado?, ¿en qué cama me acosté anoche? Boca arriba, en
la cama, intento distinguir el, ¿o un?, techo; tiene que haberlo. No busco un
techo; busco un límite al espacio en el que me encuentro, y no lo veo. Tiene
que haber un final, o ¿tiene que tener un fin? Esta habitación está cerrada, ¿o
es una proyección sin límite? Sigo boca arriba, relajado, porque ni me atrevo a
bajar de la cama. ¿Habrá suelo? Pero no estoy en el vacío, porque recuerdo
haber leído una frase en la pared de mi izquierda. ¿Cuánto tiempo ha pasado
desde que pude leer la frase a medida que alguien, o algo, la escribía en la
pared? ¿Ha pasado el tiempo? No lo sé; ignoro tantas cosas –cosas, no; datos-
de la situación en la que me encuentro; todo, salvo que he leído una frase, que
empiezo a repetir como un mantra, porque no quiero olvidarla; es la única
realidad a la que puedo agarrarme; también existe la cama; también existo yo.
Cierro los ojos para no olvidar mis tres realidades tangibles. Oigo un portazo
y miro, instintivamente, hacia la puerta; ya no existe, pero las ondas sonoras
siguen vagando hasta desvanecerse sin que lleguen a mis oídos.
Ahora el espacio está inflamado de ondas sonoras que provienen de
todas partes, pero no me llegan; se desvanecen. Tendría que haber mucho ruido,
pero no oigo nada. Ya no hay rayas en la pared de mi izquierda; ha desaparecido
la frase; he perdido una de mis tres realidades, pero recuerdo perfectamente lo
que decía la frase, aunque siga siendo ininteligible para mí. Es misma pared de
mi izquierda, -¿tengo una pared detrás del cabecero de la cama?- que no tenía color, se llena de colores
mezclados sin sentido, que emiten palabras, todos los colores a la vez hablan,
pero sin sentido porque no se escuchan a sí mismos; hablan sin parar y sin sentido.
Es una locura de verborrea.
¿La cama? Me incorporo y la remiro; no es una cama; es un camastro
inestable y sin ropa. Estoy desnudo; no tengo más realidad que yo mismo. Todo
lo demás es evanescente; va y viene; lo veo y no lo veo. Además de las ondas
sonoras, también revuelan los colores que había en la pared de mi izquierda; mi
cama flota; mi cuerpo es transparente: veo a través de mi carne y de mis
huesos. Veo a través de las ondas sonoras, que veo pero no oigo, y a través de
los colores que revolotean alrededor de las ondas sonoras. Ruidos y colores que
veo, pero que no oigo. A través de los ruidos y de los colores, vislumbro algo
reconocible: caras en lo más alto del espacio en el que me encuentro; caras que
se mezclan, que intercambian facciones, que abren y cierran la boca -¿hablan?-,
que abren y cierran los ojos al son de las ondas sonoras y de los colores, que
siguen revoloteando a la vez que difuminan las caras. ¿Están las caras en el
techo? ¿Hay techo? Suben y bajan, se acercan a mi cara, pero no las puedo
tocar, tampoco me tocan. Flotan, como los colores y las ondas sonoras.
No me puedo creer lo que estoy viviendo. Hago un esfuerzo de
concentración en las caras; consigo no ver ni los colores ni las ondas sonoras.
Sí que están hablando; todas a la vez; no, solo discuten y se amenazan
mutuamente, incapaces de callar. Ahora me resulta fácil oír lo que dicen, pero
no tiene sentido, y si lo tiene, es de locos. Las dos palabras que más repiten
todos son regeneración e innovación, y, a veces, pocas, transparencia. Al
identificar estas palabras, mi cerebro, no mis ojos, identifica algunos rasgos
de rostros conocidos, esos que se ven todos los días en los medios de
“comunicación”; lo de medios debe de ser porque son medianos, no modos. No se
aclaran, claro; porque ignoran que para regenerar o innovar algo hay que
meterse dentro, hay que aceptar sus esquemas, que son los que se quieren
cambiar, y son los esquemas vigentes quienes vencen ante el esfuerzo ímprobo de
cambiarlos; los esquemas, el sistema como dicen las caras que veo y oigo, por fin,
amalgaman los intentos de cambio, y se tragan esos esfuerzos. Ni aquellos que
acaban sentados en el banquillo de los juzgados
–algunas de cuyas caras identifico-, ni los que encuentran la manera de
escaparse del banquillo y seguir jugando, traspasan, con sus reflexiones e
intentos de actuar, la barrera de la política para incluir en ésta la realidad
moral. No se puede regenerar algo que ya se generó y acabó funcionando
defectuosamente; no se puede innovar algo que ya dejó de ser nuevo; no se puede
hacer transparente algo que devino a lo largo del tiempo en opaco. Ni lo
defectuoso, ni lo viejo, ni lo opaco, pueden generar sus contrarios. Hay que
hacerlo nuevo de fábrica; no de segunda mano.
Ahora entiendo lo que he estado viendo. Como si fuera un cuadro , he
visto la realidad política de mi país. Todo tiene sentido. La falta de
dimensiones reales, la baraúnda de voces, letras y colores, la confusión de
caras y de palabras, la soledad de mi camastro, las ondas sonoras que no llegan
a ningún oído, la inestabilidad de la escena, o del escenario, no son más que
una representación –volver a presentar- resumida –escondida debajo- de lo que
es la realidad. Si se quiere cambiar algo…, me acuerdo de un chiste; lo contaré
abreviado, y por lo tanto con menos chispa, pero me interesa el final del
mismo.
Consejo de administración de una “Corporación” – nombre al uso de un
conglomerado de sociedades anónimas-. Líder del mercado, líder en beneficios,
etc., etc. Don José, uno de los consejeros, pide la palabra; el presidente, con
cariño fingido le recrimina que va a interrumpir intervenciones de los que
saben. Esta escena se repite año tras año, y las cifras de negocio y de marcado
van cayendo, se le sigue negando a Don José intervenir, porque para eso están
los directivos y los técnicos de la Corporación. Año clave: cuando el Consejero
Delegado tiene que reconocer que el éxito se ha resquebrajado y la Corporación
está en el suelo; el presidente, dirigiéndose a Don José, le espeta: “Por
favor, D. José, díganos eso que cada año nos quiere decir, y mientras los demás
podremos pensar en soluciones”. Don José contesta que ya no vale la pena. Ante
la insistencia del presidente, Don José acepta hablar. Reconoce, de entrada,
que ya es tarde, pero que lo va a decir; cuenta que tiene una tía en Santander,
madame de una casa de citas; la mejor de Santander, y cuando comprobó que su
negocio comenzó a decaer, no cuando estaba en
el suelo al que había llegado esta corporación, no acudió a los técnicos
(ni pintó, ni cambió las camas, ni nada material), simplemente cambió a las
putas.
Al reírme una vez más, porque me río cada vez que cuento este chiste,
me despierto de mi sueño y veo en el espejo que hay al pie mi cama la luz verde
del despertador.
3. Interpretación del sueño.
He soñado, al modo de El Bosco, a mi país, y he
sido capaz de reírme al contarme por enésima vez el mismo chiste que he contado
en la vida real cuando he tenido que innovar, regenerar o transparentar algo, y
que conste que me lo contó, hace muchos años un muy buen amigo, gran conocedor de las grandes
“corporaciones”: las personas nuevas pueden hacer algo nuevo, las personas
limpias pueden hacer algo limpio, las personas que no tienen nada que esconder
pueden hacer algo transparente, las personas con principios morales o éticos
(qué más da la etimología) pueden cambiar la política en una actividad humana
para sus congéneres.
Una dato más del sueño. Creo, y lo he repasado, que entre las más de
dos mil palabras que he escrito, no aparece nunca la palabra que más usa
nuestro flamante presidente del gobierno actual: “cosa”. Hace cosas, y pide a
todos que hagamos cosas; un poco romo el registrador; será porque en el
registro de la propiedad solo se registran “cosas”. Si recordase sus clases de
derecho romano de primero de carrera, a lo mejor añadiría “públicas”; pero es
posible que este término le rememore realidades peores que la “res publica”, porque no se prostituye el lenguaje solito.
No hay errata en la frase de El Roto; dice, literalmente “de
banquillo”, no “en el banquillo”. Tendrá que ver, es posible, con el hecho
de que los que acaban en el banquillo de
los acusados son los suplentes de quienes deberían estar en ese banquillo.
9.Fenomenología del noveno sueño.
1. Encuadre y encaje.
· “Si dios tuviera ventanas, hace tiempo que le
hubieran roto los cristales”. (WAGENSTEIN, Angel, El Pentateuco de Isaac, Libros del
Asteroide, Barcelona, 2008).
· “Si dios existiera habría que demostrarle que
el hombre existe”. (HOUELLEBECQ, Michel, El mapa y el territorio, Anagrama,
Barcelona, 2011).
· “Si la gente desea creer en el cielo es porque
ya no cree en gran cosa en la tierra”. (BEAUVOIR, Simone, Malentendido en
Moscú, Terapias Verdes, Barcelona, 2013).
2. Fenomenología del sueño.
Nota previa: Hace
muchos años que tuve este sueño; incluso creo recordar que se repitió, de
distintas formas, a lo largo de varios meses. Nunca lo he olvidado, pero sé que
mis recuerdos del mismo se van distanciando de los originales. El paso del
tiempo, las lecturas, los debates, la única asistencia anual a la iglesia para
testimoniar de acuerdo con sus creencias al
amigo muerto hace veintiocho años, la insistencia social en negar la evidencia de
mi –mis- sueño; todo ello, y muchas variables e incidencias, de las que ni siquiera soy consciente, pero
que mi cerebro procesa en el mismo sentido de mis sueños de entonces,
confirmando mis convicciones, pueden recomponer o descomponer, e incluso tergiversar, esas
mismas convicciones.
Hace muchos años soñé una
sociedad, un mundo, sin dioses. Soñé que un único dios, entre los cristianos,
heredado de, por lo menos dos dioses de los hebreos, no podía ser uno; claro,
es que son tres; y, posiblemente, cuatro, porque la historia añadió una diosa
ya de naturaleza divina distinta; como si fuera otorgada, una benevolencia del
dios. De no haber sido por los sobornos y actas trucadas, de Nicea habría
salido el dogma de la “binidad”, en vez de un dios “uno y trino” –buena ironía
histórica la de los dogmas y su gestación-; este binomio verbal, dicho con el
mayor respeto hacia los creyentes, siempre me ha producido un cierto
desasosiego, porque podía referirse a un solo dios con la capacidad de
“trinar”, como los pájaros. Soñé que sin esos cuatro dioses, los hombres y las
mujeres, la humanidad entera, también los creyentes de otros dioses, porque hay
muchos esparcidos a ras de tierra, viviríamos libres y felices entre los límites
de nuestra tierra y de nuestra larga vida personal; viviríamos sin la pesada
carga de mantener viva a la divinidad; porque son los creyentes los que
soportan el peso de la existencia de los dioses. Recuerdo que a partir de esta
liberación, mi descanso nocturno recortó tiempo pero ganó eficacia. Porque ser
creyente obliga a llevar la mochila con un dios dentro a la espalda, también
cuando se duerme, y los capitostes que apuntalan el tinglado te animan a
soportarlo porque, tras la muerte, liberado ya de ese peso, te prometen otra
vida nueva mucho mejor, porque en vez de llevar a dios a cuestas, lo verás. ¡Un
poco complicado, no! Otras religiones hacen promesas celestiales más tangibles
y apetecibles; porque eso de ver a dios, después de llevarlo a cuestas unos
cuantos años, cuando es invisible, único, omnisciente, omnipotente, etc., debe
de ser complicado. Los acercamientos al dios cristiano son tan precisos e
incomprensibles, que reducen a ese dios a la nada. A lo mejor es que los dioses
somos los hombres, y para tenernos controlados, el poder inventó un dios
inexistente, pero que amenaza constantemente, y la muerte es el gran castigo
con el que ese dios inventado por el
poder nos atemoriza toda la vida, hasta ésta que se acaba, y no hay nada.
Soñé que no había ningún camino para acercarse a la divinidad.
El de la iglesia católica: los venerables, los beatos, los santos y los
mártires constituyen la carrera profesional hacia la perfección –siempre he
ignorado cuál fuera esa perfección- que
te puede acercar a los dioses en esta y en la, o las, siguiente vida.
Soñé que la iglesia
católica consiguió su diosa, varios siglos después de la trinidad, a un precio que han pagado todas las mujeres
desde entonces. Diosas, sí, pero unos cuantos escalones más abajo que el dios
“uno y trino”; pero es que, además, al hacerlas diosas las alejaron de la vida
real; las guardaron de distintas formas con el fin respetar su participación en
la divinidad femenina. A los hombres nos dejaron más libres porque éramos de la
progenie, de una progenie cuasi divina.
Soñé entonces, todavía
inmerso en una vida religiosa oficialmente tan intensa que ocupaba todo el día,
independientemente de la actividad que se estuviera desarrollando, que sin los
dioses sería más capaz de vivir intensamente la vida que tenía entre manos, sin
la promesa -¡vaya Ud. a saber si se cumpliría!- de otra vida mejor que, por
otra parte, nadie sabía explicar, y que suponía un alto hándicap en la vida
diaria que me proponían. Estudiar, saber, rezar, atender a los necesitados,
enseñar a los que no saben, convencer a los no creyentes de la existencia
del dios
uno y trino, obedecer y creer con fe ciega, y ya no recuerdo cuantas
cosas más; no hace falta en este recuerdo de mis sueños tirarse al suelo para
rebuscar todo aquello de las ovejas descarriadas, de la conciencia
invenciblemente errónea, y muchas cosas más. Todo ello porque era el camino
para alcanzar la vida futura, contemplando y participando de la divinidad;
sobre todo de la del hijo hecho hombre, el único que se había tirado al tajo a
arreglar este mundo –sea dicho también, con muchos salvavidas y el seguro
retorno a la serenidad del reino de los cielos-.
Soñé, repito, un mundo sin
dioses.
Esta noche; ahora que
estoy escribiendo para pasar el rato, porque me ha desvelado un sueño que me ha
devuelto al que acabo de describir de hace muchos años. Acabo de soñar en un mundo con un dios uno y trino: Un
económetra, un demógrafo y un demiurgo. Este último es un trasunto del espíritu
santo, que va y viene apañando entuertos de los otros dos del trío; propiamente
es el único de los tres que trabaja para el público. El económetra, dios padre, nos explica lo que
ha ocurrido cuando ya llevamos meses o años sufriendo las consecuencias, y
conocemos las causas, y nunca sus modelos matemáticos se cumplen o predicen
desgracias, solo amenazas, como el padre del uno y trino; el demógrafo, el hijo
hecho carne en las generaciones futuras, porque siempre trabaja a plazo, nos mete miedo por los “pecados” que
cometemos y por los que hemos dejado de cometer, y también por los cometerán
esas generaciones futuras salvo, por supuesto, que hagamos caso al padre, al
económetra; ambos pretenden conducirnos a un mundo mejor, aquí, en la Tierra
Madre; algo hemos ganado: no nos prometen algo mejor después de la vida, nos
prometen algo mejor aquí, pero, eso sí, a cambio de que tengamos la suerte de
que acierten con sus modelos matemáticos. Igual que le ocurría a la trinidad de
Nicea, esta trinidad republicana tampoco acierta, pero asusta todos los días
con el castigo futuro y exige una conversión a sus postulados.
Esta nueva religión, que
como todas se dedica a sustentar al poder establecido, el que sea, es casi
seguro que también bendijo a los Robespierre, Marat, Desmoulins, Saint Just que,
desde el inicio de la ilustración han soñado, como yo, con una sociedad sin
dioses. Voltaire y sus amigos eran deístas, no religiosos; no pudieron prever
que en el camino hacia el ateísmo alumbró, cuando ya estaba cerca de
alcanzarlo, una nueva trinidad. ¡Ah!, se me olvidaba. También he soñado a una
diosa que, como novedad, es solidaria y eficaz; abandonado el recato y la
discreción que como mujer correspondía a
la que mucho después de Nicea se
encontró la religión, esta es una descocada, una exhibicionista, que utiliza
sus tetas para fomentar la solidaridad, con la
de la izquierda, y la eficacia con la de la derecha.
Mis dos sueños, el de hace
años y el de esta noche era y ha sido mucho más ricos en matices, en palabras,
en escenarios, en vestimentas, en liturgias -¿hay diferencia entre las misas y
las conferencias de prensa?-, pero o se me han olvidado o son harto conocidas.
Unas pueden celebrarse con un cura, o
concelebrarse hasta con miles de oficiantes; las otras, cual espíritu o
demiurgo, pueden ser a través de una pantalla de plasma, con un oficiante, con
muchos concelebrantes en la mesa que preside el acto y, mucho más allá, en un
congreso o en un mitin, con miles de oficiantes.
3.
Interpretación del sueño.
Al igual que hicieron
Montaigne, cuando quiere perorar sobre la educación de los hijos, y luego Kant,
para empezar su artículo sobre qué cosa sea la Ilustración, me refugio en los versos de Horacio:
Sapere aude,
incipe:vivendi qui recte
prorrogat horam,
rusticus expectat dum
defluat amnis; at ille
labitur, et labetur in omne
volubilis aevum
(Atrévete a saborear el
conocimiento,
decídete:
quien posterga el momento de vivir decentemente,
hace como el labrador
que espera hasta que el río deje de fluir;
pero éste fluye, y
fluirá rápido a lo largo de todos los tiempos.
Estos
versos siempre han sido, para mí, el mejor programa educativo y de crecimiento
personal. Los dioses no hacen falta; basta con la osadía de saborear, de
regustar, el conocimiento y la decencia.
Madrid, 5 de enero de 2015.
10.Fenomenología
del décimo sueño.
1. Encuadre
y encaje.
·
¿No
es la ilusión una especie de noche que nosotros amueblamos
de sueños? (Balzac, La Bolsa, cuento
de la Comedio humana).
·
Si
fuerais ambiciosos como lo era Napoleón, o poeta como lo era Byron, una fuerza
inaudita, invencible, os obligaría a guardaros para vosotros vuestras poesías y
a convertir en sueños vuestros proyectos ambiciosos.
(Balzac, El ilustre Gaudissart, cuento de la comedia Humana).
·
Me
da la impresión de que la gente está dentro de casa y fuera del mundo. (Ida
Vitale, poeta uruguaya, Babelia del 17.02.2015, pág. 19).
·
…(a
los economistas les gustan las historias simples, aun cuando no sean más que
aproximadamente correctas),… (Piketty, Thomas, El
capital en el s. XXI, FCE, Madrid, 2014, pág. 240).
2. Fenomenología del sueño.
Cuando el
exprimidor rugió, tras ponerle media naranja encima, un sinfín de imágenes
revolotearon en mi memoria a la misma velocidad que la máquina. Esas imágenes
me parecían mariposas; no podía distinguir nada Cuando el exprimidor rugió,
tras ponerle media naranja encima, un sinfín concreto; colores, movimiento; sin
otro ruido que el del exprimidor. El primer trago de zumo de naranja testimonió
que no había ruidos, pero las mariposas seguían revoloteando en mi cabeza;
intenté recordar lo que había soñado esa noche, y no fui capaz de salir del
enjambre de mariposas.
Trago a
trago acabé con el zumo y cerré los ojos; las mariposas se fugaron hacia el
horizonte, y al abrir los ojos recordé que, en sueños, había visto al rey de
España, no puedo recordar cuál, vestido con americana y pantalón, sin chaleco
siquiera, jurando la constitución en el Congreso de los Diputados. Soñé que el
nuevo rey había detectado lo que hay latente en la sociedad antes de que llegara a manifestarse. Sin
perder esa imagen de la jura de fondo, aparecieron en primer plano imágenes muy
rápidas, y por ello confusas, como las mariposas que me rondaron al exprimir
las naranjas; se superponían planos e imágenes diferentes, y, sin embargo, yo
podía distinguir cada una de ellas; calles, colegios, oficinas, fábricas, carreteras,
autobuses, trenes, aviones sin personas, vacíos. En segundo plano, pero
perfectamente distinguible, la jura del nuevo rey. ¿Por qué creo ahora que era
un rey?
En la
esquina superior izquierda del escenario y pantalla dentro de los que estaba
soñando, una figura alargada, no, estirada hasta casi descoyuntarse, gritaba.
Haciendo un esfuerzo de atención pude escuchar lo que decía; algo así como que
las teorías terminan donde comienzan los instintos de las personas.
Recuerdo
una de las escenas que vi en sueños. De noche, más de las diez de la noche, en
un autobús de servicio público; bastantes asientos vacíos y personas de pie;
hombres y mujeres despeados, con cara de cansancio, algunos y algunas durmiendo
en el asiento, cargados con bultos, con bolsas de comida preparada, con el pc
portátil en bandolera; las camisas de los hombres fuera del pantalón, y sus
corbatas agotadas de toda la jornada de trabajo; las caras de las mujeres
descoloridas, a pesar de que por la mañana estuvieron bien decoradas. Cogí como
un autómata el vaso, y al acercármelo a la boca vi que estaba vacío; ese vacío
me devolvió un primer plano de la jura de la constitución del nuevo rey, no con
uniforme militar ni chaqué. Apago la luz de la cocina porque ha amanecido.
Me asomo a
la calle tras los cristales de las ventanas. Las imágenes del autobús en
segundo plano, y en primer plano, porque los estoy viendo en la calle, un grupo
de niños y niñas que, por la hora que es, van al colegio, que está a pocos
metros de casa; intento ver la entrada del colegio, y brota una nueva escena de
mis sueños de esta noche. Al intentar reconstruir lo soñado, mi imaginación y
mi memoria me trasladan al Moscú soviético; todos con uniforme militar y
escondidos tras las medallas; intento precisar las caras y no reconozco más que
a un personaje; es el káiser Guillermo, y no es Moscú, sino Londres, unos años
antes de la primera guerra europea, durante la visita oficial del káiser a su
primo. Uniformes militares y medallas. Creo recordar que en el sueño asocié los
uniformes y las medallas con la
persecución del prestigio personal e imperial, que no sirvió para mantener la
paz que los dos protagonistas de Londres
consideraban más y mejor que la pax
romana; algo similar al, poco a poco decadente, código del honor. Me siento en la mesa, echo
mano del vaso y al acercármelo a la boca veo que está vacío.
Bostezo;
todavía tengo sueño. Miro de nuevo al ángulo superior izquierdo, buscando al
personaje descoyuntado. No está; en su lugar hay un hueco en el espacio. Dirijo
la mirada al centro del escenario; oigo risas y a alguien, hombre, hablando por
un micro; ríen los negociadores que han conseguido un alto el fuego en Ucrania,
mientras corren hacia la salida, y la
rueda de prensa es del personaje que ha conseguido quedarse con lo que
conquistó a tiros, recuperando otro trozo del imperio ruso. Cojo de nuevo el
vaso y, antes de levantarlo de la mesa, confirmo que está vacío.
En pocos
minutos unas nubes negras, cargadas de agua, oscurecen la mañana. Cierro los
ojos de nuevo; revolotean las mariposas, pero ya no son de colores, son negras,
como las nubes de tormenta, estiro un
brazo y mis dedos chocan con una pared que no veo; estiro una pierna, que choca
con el mismo tope; no puedo estirarme, estoy encogido, con brazos y piernas
doblados por la rodilla y por el codo. Las mariposas negras chocan con el mismo
tope que mis manos y mis piernas, pero no están dentro; el ruido que producen
al chocar, que lo oigo amortiguado, me descubre que ellas están fuera y yo
dentro de una caja de paredes transparentes; respiro por una ranura que hay a
la altura de mi frente. Cada vez hay más mariposas golpeándose contra la caja
en la que estoy encogido; el ruido que producen fija mi atención en cada una de
ellas tras el golpe; no son mariposas, son murciélagos negros; busco mi vaso de
zumo de naranja, y no lo encuentro; no hay mesa, ni silla. La caja en la que
estoy encogido, yo mismo, y los murciélagos, estamos suspendidos en el vacío.
Agotado por
la rememoración de los sueños de esa noche, me vuelvo a la cama; pretendo
dormitar un rato por pura vagancia, buscando la felicidad de sentirse vivir
dormido, porque es la única manera de no ver el paso del tiempo; una manera de
estar algo muerto sabiendo que te puedes despertar cuando quieras; casi es como
sentirse dueño y señor de la propia vida. Cuando despierto un par de horas
después, vuelven las mariposas a revoletear por dentro de mi ojos; entre los
ojos y el cerebro, distingo perfectamente esa separación espacial. Son blancas estas mariposas, y me asombro
mientras me incorporo en la cama, porque no recuerdo conocer mariposas blancas;
menos aún, mariposas blancas que revolotean dentro de mí, entre el fondo de mis
ojos y mi cerebro.
De colores,
negras y blancas. Nunca había soñado con mariposas, y no estaba soñando; estaba
despierto, y ya de pie, con los pies descalzos sintiendo el frío de las
baldosas subiendo por mis piernas; miré hacia el suelo, buscando la
alfombrilla, y no vi nada; no había suelo; giré la cabeza, y no había cama. No
había nada. Solo yo, erguido, ignorando cualquier referencia espacial.
Me
despierto; luce el sol; oigo el mar; todo está en su sitio, ¿no?
3. Interpretación del sueño.
República,
guerra deshonrosa (como todas), urnas; vacío sin ideologías, solo frases tan
frágiles como las mariposas.
Madrid, 9 de mayo de 2015.
11.Fenomenología del undécimo sueño.
1.Encuadre
y encaje.
Corrupción:
“Acción y efecto de corromper o corromperse”.
Corromper:
“Alterar y mudar la forma de alguna
cosa. / Echar a perder, podrir.// Sobornar. / Pervertir o seducir a una mujer.
// Estragar, viciar, impurificar.// Molestar, fastidiar// Como forma
intransitiva: Oler mal, heder.
(Ambas acepciones, tomadas del Diccionario
Ideológico de Casares).
Según el
diccionario etimológico de Corominas y Pascual, “corromper” deriva de “romper”
(rumpere, verbo latino), y una
derivada de romper es corromper (corrumpere,
verbo latino). Es Berceo el primero en utilizar el término. Según estos mismos
autores, Nebrija utiliza
“corrompimiento”, “corrompible”, “corrompido”. “Corrupto” es un
cultismo.
Jacarandana: Reunión de rufianes o ladrones. /
Lengua de los rufianes. (Según Casares)
Según
Corominas y Pascual, “jacarandana” deriva de “jácara”, que es “romance o
entremés breve, de tono alegre, en que suelen contarse hechos de la vida
airada”. Y se deriva de “jácaro” (=rufián).
2. Fenomenología del sueño.
La
sensación de caer en el vacío me despierta en medio de un escenario redondo,
grande, con un pequeño decorado en medio
brutalmente iluminado. En la penumbra que los focos dirigidos al centro crea a
su alrededor muchos, hombre y mujeres, fijos en su puesto, como si vigilaran
algo, o lo guardaran; algunos llevan papeles en la mano; todos con traje de
faena… política, no torera, aunque su estatismo imita un estatuario. Nadie se
percata de mi presencia, y eso que voy vestido con un pijama de seda natural
blanco, con ribetes rojos y azules; azulgrana, vamos.
Tras un
evidente revuelo entre los “guardianes”, se dirige a la mesa del centro una
mujer relativamente joven, vestida de mujer discreta y exageradamente
maquillada; cuando los focos la iluminan, el maquillaje desaparece con por
ensalmo. Se sienta, deja un manojo de
papeles en la mesa y conecta su portátil, encajado en mesa. Se yergue sobre su
cintura, posa sus manos en la mesa, se quita unas greñas de la frente, y
permanece inmóvil, con un gesto forzado, ladeando su hombro izquierdo,
apretando los labios, forzando la apertura de sus párpados, girando un diminuto
anillo en su mano izquierda. Nada de lo que la rodea, y ella misma, parece en absoluto natural; todo está
forzado, ensayado y memorizado; está fingiendo un papel, un rol.
En el
proscenio se oyen frases, inenditificables pero audibles, pronunciadas con
rapidez, con avidez; taconeos de mujeres y de hombres. Por los ruidos, parece
que avanza un regimiento, pero no entra en el escenario. Solo una persona entra
en la penumbra; saluda a algunos de los “guardianes” sin mirarles, y se dirige,
lento, ligeramente inclinado desde la cintura, hacia la mesa del centro. Se
sienta enfrente de la mujer; abrocha su chaqueta, coloca en su sitio la
corbata, se reclina sobre el respaldo de la silla con brazos, levanta sus
brazos y se masajea el cuello, con la mano derecha, a modo de peine, se
descoloca las greñas de sus parietales, por encima de sus orejas, sin llegar a
las sienes, ni rozar las patillas de las gafas.
Unos
diminutos altavoces, que no alcanzo a identificar, demandan silencio en una
sala en la que no se oye absolutamente nada. La mujer de la mesa saluda al hombre,
dándole la bienvenida y agradeciendo su presencia en “este” programa de TV,
cuyo nombre no recuerdo en esta hora de transcribir mi sueño. ¡Qué más da! Ya
sé dónde he caído; un estudio de TV, una entrevista política; no, una
entrevista a un político.
(Fuera de escena: Sé que en esta transcripción de mi sueño voy a entreverar
información que no he soñado, pero que llevo ínsita en mi memoria tras haber
visto bastantes entrevistas de este tipo. No sé, o no recuerdo, quién es la
periodista ni quién es el político; pero voy a intentar reproducir fielmente mi
sueño).
Periodista (PA):
Estoy segura de que Ud. ha venido a este set
muy preparado, y con unas cuantas ideas muy fijas en sus oídos y en su memoria,
y se lo agradezco. ¿Cuántas horas ha dedicado, junto con sus asesores, a
preparar esta entrevista?
Político (PO):
Como Ud. sabe, y si no lo sabe lo tendrá entre sus notas, llevo más de treinta
años en la política, y es difícil que encuentre alguna arruga en mi discurso.
Porque para mí, la política es puro servicio a la comunidad, a esta entrevista
le he dedicado un fin de semana completo.
PA: En ese largo fin de semana habrá tenido un
hueco para pensar en cómo se puede reducir a cero la corrupción, le pregunto
directamente: ¿Durante estos treinta años en la política, y en cargos muy
relevantes de su partido y del gobierno, cuántas veces se ha arrepentido de no
sajar de golpe la corrupción que le rodeaba?
PO: Sepa Ud. Srta. NN que hasta el jueves pasado,
cuando me pasaron una copia del auto judicial del asunto xxx, no tenía ni idea de que hubiera corrupción en nuestro país, y
menos en mi partido. Asombrado, dolido, quejumbroso, incluso indignado, ante
una realidad que desconocía. Porque nunca habría imaginado que personas, de
ninguna manera el partido entero, del partido POPA, en la oposición a mi
gobierno, pudieran caer tan bajos cuando gobernaron nuestro país.
PA: No le pregunto por el asunto xxx, sino por el yyy, en el que están zambullidos algunos de sus ministros y las
altas esferas de su partido, el PAPO
PO: Si se refiere a esos cotilleos que hace unos
meses pretenden implicar a mi gobierno y a mi partido, repetiré una vez más que
no tienen fundamento alguno. En el peor de los supuestos serían, o son, asuntos privados, o bien asuntos públicos
manejados por dos o tres ladrones que han defraudado a los rectos e indiscutibles principios de mi
partido, y por ello he dado instrucciones para que se les instruya un
expediente, en principio solo informativo, hasta que se puedan evidenciar
hechos, no digo ya ilegales, sino
únicamente faltos de ética y de moral ciudadana.
PA: Al hilo de sus palabras, y que conste que mi
equipo no me había preparado esta pregunta, ¿cómo distingue entre ilegal y
falto de ética ciudadana?
(En este
mismo instante, el “guardián” que tengo a mi lado deja caer una carpeta al
suelo. El ruido provoca que el realizador del programa encienda y dé paso a una
cámara que enfoca la carpeta. Menos mal que yo sigo siendo invisible a todos
los efectos, porque salir en la tele en pijama, y transparente, daría mucho que
hablar).
(Este
incidente da tiempo al político para pensar la respuesta, o para buscar un
garabato con el que salir del paso. Uno de los guardianes le deja, fuera de
imagen, un folio en la mesa).
PO: Son dos planos ideológicos diferentes, aunque
en muchas ocasiones se fusionan en una unidad. Por otra parte debemos
considerar que “ilegal” es todo, pero solo eso mismo, aquello que las leyes prohíben. La ética
ciudadana invade toda la actividad en sociedad de las personas, condicionando
su validez y legitimidad la subordinación a los principios éticos que delimitan
los derechos individuales, sociales y políticos de los ciudadanos.
PA: Sin discreción alguna, he observado que, por primera
vez en nuestra conversación, Ud. ha
leído el papel que le han dejado en la mesa mientras la pantalla mostraba una
carpeta en el suelo. ¿De verdad ha necesitado un apoyo, digamos, logístico,
para responder a una pregunta sencilla, y hasta obvia, por mi parte?
PO: Pues sí, porque cuando se pone encima de la
mesa la corrupción de mi partido me obsesiona ser muy preciso en las palabras
que utilizo; pretendo no dejar resquicios a posibles interpretaciones falaces y
malintencionadas. El más dolido, indignado y preocupado por el tema de la
corrupción soy yo, porque la tengo dentro de mis propias filas según dicen los
medios y algunos documentos policiales y judiciales. No quiero dejar pasar mi
defensa insobornable de la presunción de inocencia de todos
aquellos de mi partido que están siendo incluidos en estos turbios asuntos.
Afirmo con rotundidad que esas personas nos han colado un goleada, y que yo
conozco el resultado por los medios de comunicación. A mí, personalmente,
nadie, nunca jamás, me señaló ningún indicio de corrupción
en mi partido. He sido engañado por aquellas personas en las que deposité mi
confianza.
PA: ¿Hasta qué momento de la investigación interna
que ha ordenado mantendrá la presunción de inocencia?
PO: Hasta que exista una sentencia judicial que los
declare culpables. Pero esto no es óbice para solicitarles que abandonen el partido
y todos sus cargos públicos, sobre todo,
para que tengan tiempo para defender su inocencia ante los jueces;
salvaguardando, insisto en ello, la presunción de inocencia.
PA: ¿Es la presunción de inocencia, entonces, una
especie de salvoconducto para transitar al margen de la ética ciudadana, aun
cuando los datos que se van haciendo públicos abren pústulas de corrupción?
PO: Por supuesto que no. Es la garantía de la que
podemos disfrutar todos de que no nos condenarán judicialmente sin pruebas
fehacientes que demuestren la
culpabilidad. De la mayoría, por no decir
de todas, de las personas que
están implicadas en asuntos de corrupción en los juzgados nunca podrá algún
juez demostrar que no son inocentes.
PA: Sus últimas palabras me dan pie para otra
pregunta que no tenía prevista. ¿Existe alguna diferencia en el mundo judicial
entre “no ser culpable” y “ser inocente”?
PO: Bien. (Silencio; entrelaza los dedos de sus
manos, carraspea). Si partimos de la presunción de inocencia, pues no, porque
“no ser culpable” connota que los jueces no han encontrado pruebas de
culpabilidad, luego es inocente; y “ser inocente”, puesto que se partía de la
inocencia presunta, lo deja todo en su sitio, es decir, mantiene la inocencia
inicial.
PA: Buen regate verbal. ¿También es un buen regate
jurídico? ¿También es un buen regate político? Disculpe, pero me indican que
debemos interrumpir nuestra conversación para “saltar” a publicidad.
A la vuelta, en unos minutos, le repetiré mis preguntas; no lo dude.
Oigo un
timbrazo, y me preparo para atender a la entrevista. ¡Vana presunción! Es mi
despertador, que me saca del escenario y me deja con las ganas de comprobar
cómo puede un político avezado enredarse entre los
zarzales de la corrupción siempre que intenta salirse. Cualquiera sabe que, una
vez estás enredado entre las zarzas, cualquier esfuerzo por escaparse lo único
que consigue es un enredo aún más fuerte y grande.
3. Interpretación del sueño.
Con mucha
libertad, y partiendo de que etimológicamente el verbo latino sumere significa tragar, podemos
convenir en que “presunción de inocencia” puede entenderse como “tragarse que
alguien es inocente” aunque todos, menos el juez, estén convencidos de que sí
es culpable. Esta clase de presunción solo afecta y obliga al juez, no a los
ciudadanos.
Papo
(PA-PO, en la transcripción del sueño), en su última acepción, según el
diccionario ideológico de Casares, significa “hablar con presunción o vanidad”.
También se llama “papo” a la flor del cardo. A elegir, pues.
Madrid, 23 de mayo de 2015.
12.Fenomenología
del duodécimo sueño.
1. Encuadre
y encaje.
•- Para eso están las escuelas, querido
abate -interviene amable el almirante
-. Para educar a ese hombre nuevo.
- No hay escuela posible si no se levanta antes, en el mismo solar, un
buen cadalso. (Pérez-Reverte, Arturo, Hombres buenos,
Alfaguara, Barcelona, 2015, pág. 512).
•Los
editores amenazan con denunciar a quien frene la ley educativa. El sector del
libro teme perder parte de los 200 millones invertidos en manuales. (Titular de
El país de 20.06.2015, pág. 22).
•Quizá los sueños son como son porque hay bastante remordimiento y
autorreproche en la vigilia, en el tiempo vivido. Pero son siempre una fuente
de consuelo. (Barnes, Julian, Niveles de vida,
Anagrama, Barcelona, 2014, pág. 118).
•Homero se equivocó al decir:
"Ojalá que la discordia desapareciera de entre los dioses y los
hombres". Porque si tal cosa ocurriera, todas las cosas dejarían de
existir. (Heráclito, citado en COLLINS, Randall, Sociología de las filosofías,
Editorial Hacer, Barcelona, 2005. Página anterior al índice, al principio del
libro, sin paginar).
•No
se muestra la grandeza por estar en un extremo, sino tocando los dos a la vez y
llenando todo el espacio intermedio. (Pascal, Pensamiento nº 575).
2.
Fenomenología del sueño.
Durante muchos años no he dejado de
soñar, despierto, visiones que pudieran cambiar (o renovar, mejorar, rehacer,
reinventar) el sistema escolar; creo que
nunca fui capaz de zafarme del marco vigente; en el mejor de los casos, no
llegaba más allá de retocar o de añadir una pincelada; nunca encontré una vía
abierta hacia algo nuevo distinto.
Anoche, esta noche pasada, he soñado
algo nuevo. Mi sueño se ha circunscrito a un centro educativo –que hasta hace
unos años, no pocos, se conocía como colegio, y colegio, etimológicamente es la
reunión de profesores y alumnos- desconocido para mí; no recuerdo ninguna
imagen que me retrotrajera al colegio en el que he trabajado unos veintiocho
años.
Un edificio discreto, de dos plantas,
con ventanales muy grandes, pero no alineados, como los de las cárceles, con el
resultado de que las cuatro fachadas eran distintas, y, entre las cuatro,
transmitían la ilusión de la improvisación. Los paramentos de las cuatro
fachadas estaban pintadas de colores diferentes, vivos, y rompiendo cualquier
rescoldo de geometría.
Recuerdo de mi sueño que, una vez dentro
del edificio, los pasillos no eran rectos, tampoco sinuosos; las puertas de las
aulas no se veían, porque estaban escondidas en los entrantes de las paredes
hacia las aulas, y a la vez rompían las líneas rectas de cualquier pasillo
habitual en un colegio.
La paredes de los pasillos estaban
pintadas por los alumnos; no eran paneles colgados; los alumnos pintaban en las
paredes. Cada verano, según me dice la persona que me acompaña, se vuelven a
pintar de blanco para que puedan seguir pintando en las paredes. Estas pinturas
son trabajos que encargan los profesores; también pintan los profesores. Las
paredes, las de los pasillos, y las de las aulas, a través de las pinturas y
los trabajos allí escritos, son la historia de ese curso; más aún, según me
indican, es una forma de comunicación entre todos.
Al salir del edificio, volví la vista
atrás y no hay nada, ni acompañante ni colegio. Nada.
La fragmentación del conocimiento es un
gran inconveniente para el aprendizaje académico de los alumnos, -enfatiza uno
de los presentes. Somos doce personas sentadas en una mesa ovalada; seis son
mujeres y seis somos hombres, y nos han asignado silla cumpliendo la regla
“cremallera”. Mientras sigue argumentando sobre la fragmentación del
conocimiento, caigo en la cuenta de que no sé quién empieza la cremallera, un
hombre o una mujer, que es un debate que no ha entrado en la confección de las
listas electorales; el día que comience este debate sobre el sistema
cremallera, puede arder Troya.
Tengo delante, sobre la mesa, un
documento que, como suele ocurrir en las convocatorias ministeriales para
conocer la opinión de expertos o simples ciudadanos –ignoro si es una reunión
de expertos o de simples ciudadanos de a pie-,
no se ha distribuido con tiempo para leerlo. Por su título, que no
recuerdo, nos han convocado para poner las bases de un nuevo programa de
trabajo académico desde los tres años hasta los dieciocho. Mirando fijamente al
que interviene, pero fijamente a los ojos, porque lo tengo enfrente, mascullo
en mi cerebro que si empezamos a debatir el tema desde la fragmentación,
tenemos trabajo para varios años.
Los siguientes intervinientes van
bajando desde las alturas, hasta planear suavemente sobre los temas concretos:
lengua, matemáticas, inglés, etc. Estamos como siempre; así no va a cambiar
nada. Me doy cuenta de que algo tendré que decir, y cuando me va a llegar turno,
que ha ido corriendo desde la derecha del primero en hablar, sé que lo que
quiero decir no tiene nada que ver con lo que estoy oyendo, pero doy los
primeros capotazos.
Tendríamos que plantearnos comenzar
desde el solar vacío, sin referencias previas. Comencemos, creo recordar que
dije, por reconocer que el sistema escolar y su ordenación están diseñados a la
medida de los adultos, no de los niños, ni de los adolescentes –que, dicho sea
de paso, es una etapa vital “encontrada” cuando los niños dejaron de trabajar-,
ni de los jóvenes. Sin nada que resaltar, cuando terminé mi intervención,
corrió el turno con la misma placidez reinante tras las anteriores
intervenciones.
Llevábamos sentados un par de horas. Me
levante pata dar un paseo por el pasillo; ya no sabía cómo sentarme. A los
pocos volvía a la sala, al abrir la puerta no puede ver nada; estaban apagadas
las luces, no había nadie, no había muebles. Nada.
Tecleando el identificador para sacar mi
tarjeta de embarque vía Bruselas, compruebo que en la máquina de mi izquierda
está el Sr. Wert, que ya no es ministro, que no volverá a su puesto de
tertuliano, y supongo que está buscando su tarjeta de embarque para viajar a
París. Todavía no es oficial su nombramiento como embajador de España ante la
OCDE, donde le espera su amada y los preparativos de boda.
Pienso para mis adentros, sin
traslucir siquiera que lo reconozco, que
esa boda es un importante motivo para pedir la baja en un equipo que está
acabando su temporada, pero, sobre todo, porque debe sentirse responsable del
desaguisado que ha montado en la escolarización de las españolas y españoles
desde los tres años hasta concluir el master; total, unos veinticinco años de
la vida de los jóvenes de España que optan por cursar hasta el final de los estudios
universitarios, que, si no me falla la memoria son solo millón y medio.
Como responsable, eso debe sentir, da
cuenta pública de sus errores abandonando el barco, y para que puedan nombrarle
embajador, Rajoy ha tenido que cesar el actual, enviándole a otra embajada, y
cesando el titular de ésta. No es encaje de bolillos; es buscar sitio al
ministro que, pretendiendo mejorar la calidad del sistema escolar, ha conseguido que todos se
opongan a su idea de calidad del sistema escolar, a pesar de que corren por ahí miles de
definiciones de la calidad del sistema escolar y, sobre todo, de cánones para
medirla.
El taconeo de la vecina del piso de
arriba entreabre mis ojos, doy media vuelta en la cama; no estoy en el aeropuerto, tampoco Wert está a mi lado
ni, al despertarme, recuerdo nada más del sueño. Nada.
3.
Interpretación del sueño.
Nada. Nadie.
Madrid, 22 de
julio de 2015.