El puesto de observación
que la sociedad me ha asignado tiene unos ángulos de visión y unas perspectivas
más bien escasos y cortas. Pero sigue siendo un puesto, o punto, de observación.
Desde ese puesto he podido escribir dos reflexiones, y me atrevo a iniciar la
N-1, con la interna ilusión de llegar a la primera que, seguramente, no
comprenderá los dos fenómenos, el virus y la enfermedad que acarrea en su loca
y dispersa carrera.
Como en muchas columnas
de opinión de la prensa diaria, lo que se escribe surge de una idea o una cita
de un libro que el autor ha leído o está leyendo; normalmente estos opinadores
utilizan libros recientes o de escasa difusión. El colmo de esta argucia, que
yo sepa, y porque fui protagonista, afecta a un catedrático de Historia del
Arte en la carrera, denominada en esos años, Filosofía y Letras -esclava ya del
arte cisoria que se dedica a dividir lo que es uno-, que tenía expresamente
prohibido preparar el examen mediante los resúmenes de la historia del arte de
Azcárate; olvidé conscientemente la prohibición; “arte minoico” fue el
enunciado del tema a desarrollar en el examen escrito -la precisión de
“escrito” no es gratuita, porque en aquellos tiempos eran habituales los
exámenes orales-; la respuesta en aquellos resúmenes prohibidos se contenía en
una sola página, que más o menos fotocopié gracias a la memoria fotográfica de
la que hoy carezco, e incluí la única cita que se contenía en todo el libro;
no recuerdo lo que decía, pero era de Zimmerman, que nunca he sabido quién era
ese personaje. No era difícil para el corrector descubrir mi desobediencia.
Pero la papeleta con la nota decía “matrícula de honor”.
Al hilo de lo dicho
transcribo unas líneas de uno de los libros que tengo empezados.
Que una enfermedad se
convierta o no en epidemia depende de cuatro factores: su grado de letalidad,
su capacidad para encontrar nuevas víctimas, lo fácil o difícil que sea de
contener y lo susceptible que resulta a las vacunas.
[…]
En realidad, es
extraordinario que no haya desgracias más a menudo. Según un cálculo publicado
por Ed Young en la revista Atlantic, el número de virus de
las aves y mamíferos que tiene el potencial de saltar la barrera de la especie
e infectarnos también a nosotros puede ser de hasta 800.000. Eso supone un gran
peligro potencial.
(BRYSON, Bill, El
Cuerpo Humano. Guía para ocupantes, RBA Libros, Barcelona, febrero de 2020.
Aclaro que el original en inglés se publicó en 2019 en Gran Bretaña).
(La cita de Young: “The Next Plague Is Coming. Is
America Ready?”, Atlantic, julio-agosto de 2018).
Las fechas de publicación
de estos escritos y citas confirman que sus autores ni sospechaban que
en unos meses o dos años largos la infección provocada por un virus llegaría a
ser una pandemia. En esas estamos.
La pobreza de mi puesto
de observación es evidente. Es un libro publicado antes de la pandemia en la
que vivimos el que me sirve de observación para calibrar cuál y cómo es lo que
estamos viviendo.
¿La realidad? También la
observo, claro; leo prensa diaria y revistas (de pensamiento, ¡eh!), blogs
conocidos, guasaps, filmes - muchas
veces de los años cincuenta-. Una de las películas que más me gusta es “El
sueño eterno”, en primer lugar, por el título, claro, y también…por…, no
recuerdo por qué más. Entre libros, hablando de títulos, hay dos que de vez en
cuando me rondan; “La insoportable levedad del ser”, “La primacía de la
sociedad civil”.
¿La realidad? Hoy en día,
para salir de casa, además de lavarse, afeitarse, vestirse, desayunar, coger
las llaves, el bote de líquido hidroalcohólico, la mascarilla, las gafas de sol
para proteger los ojos, y, en mi caso, el sombrero para proteger mi frente y
nariz del sol, hay decidirse a adoptar en la calle un ritmo algo acelerado para
recuperar masa muscular. Antes, hacía muchas menos cosas para salir de casa, y
durante bastantes años, no olvidarse del tabaco y del mechero -o encendedor,
para los más jóvenes, porque no creo que hayan tenido en su mano un mechero
auténtico-; y salía para ir a algún sitio concreto o solo para pasear.
¿La realidad? En muchos
momentos de la marcha para recuperar masa muscular, debemos ir driblando a
distancia a las personas que nos anteceden y las que nos vienen de cara, con el
objeto de mantener dos metros de distancia “personal” por si acaso.
¿La realidad? Que cuando
me he sentado en una terraza al aire libre, por supuesto, y con una caña
delante, me quito la mascarilla, y vigilo a quién tengo enfrente y a qué
distancia, y a quién tengo a derecha e izquierda para ver si pueden infectarme,
que, sépase, no es lo mismo que contagiarme. Curiosamente, tras dos o tres
horas sin mascarilla, ninguno de los contertulios -amigos o familia, por
supuesto-, se olvida, tras pagar la cuenta, de colgar de sus orejas la
mascarilla que ha andado durante esas horas por el bolsillo de la camisa o en
cualquier bolsillo, incluso encima de la mesa al lado del móvil. Es como si
volviéramos a la realidad: el virus vuelve a estar presente. Durante unas horas
hemos disfrutado de la bebida, de la comida, de la charla, y…casi nos hemos
olvidado de la COVID19.
Eduardo Ferrer Grima.
Madrid, 24 de junio de
2020.
A las 20:37