Cuando la pandemia del coronavirus se desató en 2020, Estados Unidos, como otros muchos países, no estaba preparado. Pese a las advertencias realizadas el año anterior por varios expertos en salud pública sobre el riesgo de un contagio viral a escala mundial, e incluso pese a que China ya estaba enfrentándose al brote en enero, Estados Unidos no disponía de suficiente capacidad para llevar a cabo los tests generalizados que podrían haber contenido la enfermedad. A medida que aumentaba el número de contagios, el país más rico del mundo se veía impotente para suministrar siquiera las mascarillas y otros elementos protectores que el personal sanitario y de atención personal necesitaba para tratar el alud de pacientes infectados. Los hospitales y los gobiernos de los estados se encontraron pujando unos contra los otros para conseguir test y respiradores para salvar vidas.
Estas líneas son el primer párrafo del prólogo, firmado en abril de 2020, del libro de Michael J, Sandel, La tiranía del mérito. No lo traigo a colación ni para justificar ni para explicar nada de los que nos pasa en España; lo he hecho para ser consciente de que estamos inmersos en el centro de una pandemia universal, cuyo control depende, en el fondo, de las conductas individuales. Navarra ha optado ayer por recomendar a sus ciudadanos que se queden en casa, seguramente para no pasar por el TSJ de su comunidad y ganar tiempo. Cada uno decidimos qué riesgos somos capaces de soportar guiados, seguramente, por el miedo a verse infectado -o afectado-, y a la vez cumplimos: mascarilla, manos, separación de los otros, espacios abiertos, etc. Lo hacemos a pesar de que científicos y políticos nos llevan al maltraer con sus guerrillas y opiniones no coincidentes, porque el sentido común corregido por el miedo todavía existe en una mayoría de nuestros conciudadanos.
En estos meses las cadenas de tv han rebuscado las películas que se filmaron con la intención de distraer al público, pero que hoy se ven como un pronóstico que se ha hecho realidad. Algunos, es posible, que hayamos recordado la obra de Ibsen Un enemigo del pueblo.( Se puede ver la obra entera en:://www.rtve.es/alacarta/videos/estudio-1/estudio-1-enemigo-del-pueblo/861893/ ). Pero esta mañana, mientras me duchaba, he oído y atendido durante dos o tres minutos a una versión del final de esta obra de teatro no escrito por Ibsen, sino parafraseado por el periodista que estaba hablando: al final el alcalde consigue mantener abierto el balneario que da de comer al pueblo, a pesar de su contaminación, y a la temporada siguiente el balneario está casi vacío, y el alcalde dice "pero si solo murió el 1%".
En España, a fecha de ayer, hemos acumulado un total de 861.000 de afectados por la COVID 19, que representa el 1,836 % del total de la población. Los fallecidos por enfermar de la COVID 19, con PCR que confirma su enfermedad, eran, a día de ayer, 32.929, que representa el 3,823 % de los afectados. Ignoro si estas cifras responden a la realidad porque sabemos hace tiempo que las cifras, en esta sociedad informatizada -quizás no muy concertadamente-, bailan todos los días, y cada día se corrige lo contabilizado hace dos o tres semanas.
Lo que Sandel narra en el primer párrafo del prólogo de su libro, lo hemos vivido en España, y estamos, en toda España, trasteando con la pandemia y las medidas para ir contra el virus, porque estas parecen escasas y tardías -eso dicen algunos especialistas, "científicos", tras los que se escudan los políticos, todos y de todos los países de los que la prensa da noticias-. La valoración de estas cifras, o las que realmente sean, me dicen dos cosas; una, que son muchas infecciones y muchas muertes; la segunda, que menos mal que disfrutamos de instalaciones sanitarias -no suficientes, claro-, de profesionales de la sanidad y de fármacos que permiten hacer frente a los contagiados siempre que no aumente mucho la cifra y colapse las instalaciones y sanitarios existentes. No sé comprobarlo y, por ello, no lo puedo decir con seguridad; es posible que el atasco de la atención primaria -en España- está impidiendo la llegada de enfermos -incluidas todas las dolencias- a los hospitales.
Esta pandemia también nos ha traído alguna cosa más, y tampoco buena. La desigualdad económica-social, dicen periódicos, ha aumentado; los ricos son más ricos, y los pobres más pobres. Reconociendo las decisiones del gobierno español para atender a los más desfavorecidos, ayer, buscando otra información en la red, llegué conscientemente al decreto del IMV, y sigo hundido en la miseria. La tramitación, la justificación de los requisitos y las cuantías de la ayuda, me parecen piezas de un laberinto y la ayuda real en euros otra miseria; recordé, además que el ministro de seguridad social ha pronosticado que alrededor de la mitad de las solicitudes se resolverán negativamente.
Algo más, sin que condicione el final. No estaría mal saber a cuántos enfermos de la COVID 19 ha y está atendiendo la sanidad privada, y cuántas personas con póliza privada han tenido que irse a la sanidad pública y por qué. Que yo recuerde solo he oído hablar de la sanidad privada a propósito de las residencias de ancianos -perdón, tercera edad-, al reconocer que los residentes enfermos con seguro privado sí que habían sido hospitalizados, en hospitales y clínicas privadas.