Fenomenología del décimo séptimo sueño.
1. Encuadre y encaje.
• El
Libro de Daniel. Historia de la casta Susana y el juicio de Daniel.
•
El nivel de democracia de una nación, hoy, se mide por la independencia y
actividad de la justicia.
•
(…) porque a todo el que tiene le será
dado, y tendrá en abundancia; pero el que no tiene, aun lo que tiene le será
quitado. (Mateo, 25, 14-30).
2. Fenomenología del sueño.
Profundamente
dormido. Es el primer recuerdo que me viene a la memoria del sueño de esta
noche, junto con retazos de lo soñado. ¿Cómo y por qué recuerdo, junto con
partes del sueño, haberlo tenido mientras dormía profundamente? ¿He soñado que
dormía profundamente? Estoy seguro de que he dormido, porque cuando me he
despertado entraba el sol por una rendija de la persiana.
Lo
cierto es que he soñado ver en una multipantalla el devenir de los numerosos
casos de corrupción entre los que nos vemos enredados todos los días; recuerdo
haber sentido, en el sueño, la sensación de que iba apartando con los pies
miles, quizás millones, de legajos, al igual que apartamos hojas de los árboles
que el otoño ha dejado caer al suelo. En
el rincón de la esquina de debajo de la pantalla, a la izquierda, recuerdo
haber asistido a vistas públicas de asuntos penales que no versaban por ninguna
corrupción; eran asuntos penales de menor importancia, pero penados en el
Código muy fuertemente. Seguramente por herencia del derecho romano y la
codificación napoleónica, en cuyos entresijos se defendía, sobre todo, la
propiedad privada (sacrosanta, para algunos); asuntos en los que el propietario
era el demandante, perfectamente identificado por su aspecto físico y por su
talante, sentado en el lado de la acusación; el acusado, triste y cabizbajo
estaba pensando que en la cárcel comería todos los días y dormiría en una cama.
Seguir
alguno de los asuntos que la multipantalla presentaba, imposible; porque el ir
y venir de todas las partes implicadas era continuo; coches que se acercaban al
juzgado, personas que entraban y salían
con papeles en la mano, fajos de papeles. En ningún otro rincón de la
multipantalla se asistía a una vista en regla y forma. En alguna de las pantallas
era evidente el interés en fijar el paso del tiempo; recurrían a formas muy
antiguas que el cine ya había abandonado: figurar el correr de los años
resaltando los numerales de los mismos. No era posible enterarse con certeza de los asuntos reales
que se investigaba en cada jugado de
instrucción. Pasaban los años, y no se acababa la instrucción de ninguno. La
incomprensión de lo que aparecía en pantallas era algo que no ocurría por
casualidad; era una forma de desdibujar la realidad.
Para
unos la justicia actuaba con celeridad, resolvía en pocas sesiones públicas, se
fallaban las sentencias en plazos muy breves, y el cumplimiento de las mismas
era, en la pantalla, inmediato. El peso de la justicia. Para la mayoría de los otros asuntos, los de corrupción
política y financiera, el avance era lento, con muchos meandros naturales o
forzados por las defensas. Creo recordar que he soñado la existencia de muchas
conexiones personales, de intereses, de cercanía política entre los actores; o
por lo menos, eso deducía yo de lo que
veía en las pantallas.
Me
removí en la butaca, butaca de espectador, y entreví una segunda multipantalla
detrás de la primera, que permitía traslucir, con algo de confusión, otras
escenas fuera de los juzgados. Los actores, a simple vista eran los mismos,
pero vivían días normales en cafeterías, despachos, restaurantes, coches
oficiales, ascensores, paseando por grandes almacenes, esperando a alguien
sentados en bancos de la calle. En la pequeña pantalla del rincón izquierdo de
la multipantalla seguían los asuntos a ritmo más que frenético; robos en
supermercados, rateros del metro, golpes de coches, mujeres maltratadas,
despidos colectivos, recursos contra la administración por impago de pequeñas
facturas, peleas callejeras, ofensas a la autoridad (la que sea), etc.
Detrás
de la segunda multipantalla, una tercera rememoraba la corrupción de decenios
anteriores. Y había más multipantallas, una detrás de otra. Pero la pequeña
pantalla del rincón izquierdo solo permanecía encendida en la primera; esa era
la actualidad. Todo lo demás iban pasando a la historia de no sé qué asuntos,
porque se iban olvidando, dejando rastros cada vez más difuminados. Seguramente
porque su complejidad invitaba a recorrer vericuetos reales y legales, para, al
final, no llegar a ningún sitio; como mucho a algún asunto fiscal de poca monta
que acababa endilgado a cualquier currante de segunda fila.
De
vez en cuando, en alguna de las multipantallas que podía percibir, porque otras
muchas se perdían en el sinfín del espacio, tintineaba la luz de una pantalla
que, además de aumentar, permitía escuchar, aunque no entender; hablaban, sí, y
yo oía las palabras diferenciadas, pero no entendía nada; era la locura de la
locuacidad sin sentido. En otras ocasiones veía que los personajes movían los
labios, pero no escuchaba nada, porque, seguramente, no habían dicho nunca
nada. En otras ocasiones este mismo fenómeno ocurría con la pantalla del ángulo
inferior izquierdo del primer panel de multipantallas; aparecía un personaje,
que llenaba toda la pantalla, y soltaba unas frases memorizadas detallando lo
que se debía hacer para acabar con la corrupción; pero esos discursos no se
escuchaban en el resto de las pantallas, que seguían a su ritmo lento, pausado
y pautado, para acabar en los papeles de las historias que ya nadie recordaría.
Se olvidaban no porque pasara el tiempo, sino porque otras historias de
corrupción nuevas ocupaban las pantallas de asuntos trasnochados.
Cuando
me desperté esta mañana, además de lo relatado, me vinieron a la cabeza las
tres citas del encuadre de este sueño. A lo largo del día, hasta que me he
puesto a transcribir este sueño, han ido apareciendo en mi memoria otras muchas
citas referidas a la corrupción y a la justicia. Ya despierto, creo que ambas
se creen sordas, ciegas y mudas, y en eso se equivocan, porque les vemos en
escena, y asistimos a las narraciones de los hechos; lo más importante, no nos
dejan mudos, que es la aspiración de los corruptos y de los injustos.
Madrid,
19 de mayo de 2016.